Por Daniela Bustos
27 enero, 2015

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Hace casi cinco años atrás, mi contrato de arrendamiento llegó a su fin, llevé algunas cajas a la casa de mi mamá, armé una maleta para un par de meses y crucé el Atlántico con menos de mil dólares en mi cuenta bancaria. Aún recuperándome de la ruptura con mi novia, de vender todas mis cosas y de mantener un negocio en línea que apenas me daba dinero, llegué a Paris y caminé molesto por las calles de La Ville-Lumiére, sin lograr apreciar lo que tenía frente a mis ojos.

Sin embargo, las cosas fueron mejorando con el tiempo y seguí adelante, tanto con mi viaje como con mi vida personal. Fui a Bélgica, luego a Holanda, Alemania y Praga. Regresé a casa nuevamente, pero unos meses más tarde fui a recorrer Sudamérica. Después de eso fui al Sudeste Asiático, luego Australia, América Central, Europa Oriental y regresé a Sudamérica. En un lapso de cinco años viajé por 55 países distintos, hice docenas de amigos, conocí a cientos de personas interesantes y tuve muchas experiencias fascinantes. Incluso aprendí un par de idiomas en mis viajes.

Viajar por el mundo, al igual que cualquier otro camino que elijas en la vida, tiene sus altos y bajos. Pero tomar mis cosas y dejar mi vida para pasar los últimos cinco años recorriendo el mundo, fue una de las decisiones más desafiantes y enriquecedoras que jamás he tomado.

Porque de verdad aprendes mucho acerca de la gente, el mundo y la vida. Es solo que no siempre aprendes lo que esperas. A veces las lecciones llegan cuando menos las esperas y te revelan verdades no deseadas. Pero esas cosas te ayudan a crecer. A continuación, te dejo algunas de las lecciones que aprendí y me ayudaron a crecer:

1. La felicidad es algo común, pero la dignidad humana no lo es

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La verdad es que la capacidad humana para ser feliz es increíblemente flexible. Estudios psicológicos demuestran que las personas pueden ajustarse rápidamente a su entorno y por ende son capaces de encontrar la felicidad en distintas situaciones, independiente de su situación política, económica o cultural.

No quiero sonar pesimista, pero me he dado cuenta que “sentirse bien” está sobrevalorado. Sí, es cierto que la felicidad es importante, pero es algo común y puede encontrarse fácilmente en la mayoría de las situaciones, una vez que tu mente se ajusta al entorno.

Pero lo que sí es difícil de encontrar, es la dignidad humana. Con esto me refiero a personas que no sean tratadas como animales: usadas, ignoradas, engañadas, golpeadas, mutiladas, silenciadas o reprimidas. Los niños jugando en aguas residuales y haciendo sus necesidades en cubetas serán afortunados si llegan a los cuarenta años sin haber pasado por problemas de violencia, adicción o salud en sus vidas.

Tenemos la fijación de que debemos sentirnos bien todo el tiempo y a veces nos olvidamos de que hay cosas más importantes que ser felices y pasarla bien. Viajar me ha hecho ser más consciente de muchas injusticias y crueldades que acontecen no sólo alrededor del mundo, sino que incluso en el jardín de nuestra propia casa sin que nos demos cuenta. Pero irónicamente esta forma de ver el mundo me ha hecho más feliz. El hacer que los valores como la comunidad, la conexión, la auto-expresión y la honestidad sean más importantes que mi propia satisfacción, han provocado que mi felicidad sea un efecto secundario natural.


2. Viajar por el mundo te da una mayor perspectiva de la vida, pero limita tu capacidad de comprometerte con ciertas cosas

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El encanto de viajar alrededor del mundo es que te permite alcanzar altitud. Te permite tener una mayor perspectiva de las cosas. Te ayuda a ver las diferentes formas en que las culturas encajan y chocan. Te das cuenta de que lo propio de tu país, a menudo es algo universal. Y que muchas cosas que creías universales son específicas de tu propio país.

Ves que los seres humanos son iguales. Todos tienen las mismas necesidades, los mismos deseos y los mismos prejuicios espantosos que desafortunadamente los ponen en contra de otros.

Comprendes que no importa cuánto veas o cuánto aprendas del mundo, siempre hay más, y eso ocurre con cada destino que descubres, y te vuelves consciente de una docena de cosas más, y con cada fragmento de conocimiento que adquieres, solo te das cuenta de cuánto en realidad no sabes.

Comprendes que hay algo que decir acerca de limitarse a sí mismo, no sólo geográficamente, sino que además a nivel emocional. Hay una cierta profundidad en la experiencia y su significado, lo cual sólo puede alcanzarse cuando uno elige una parte de la creación y dice: “Esto es. Aquí es donde pertenezco”.

Un viaje alrededor del mundo te entrega “un mundo de posibilidades”, pero al mismo tiempo te quita una gran parte.


3. La mejor parte de un país o su cultura suele ser también la peor

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El nuevo gobierno de Singapur puso tanto énfasis en la educación ,el comercio y el éxito económico que su cultura era el rápido crecimiento económico. Hoy es uno de los países más ricos del mundo, pero como precio dejaron su historia, identidad, valores y respeto por las personas a cambio de dinero y productividad.

Cada característica cultural tiene sus ventajas y desventajas. Y mientras más extrema sea la característica cultural, más extremas son las ventajas y desventajas. Por lo tanto, son por lo general los aspectos más aparentes y obvios de la cultura de cada país lo mejor y lo peor al mismo tiempo.

Lo mismo se puede decir de la cortesía de los japoneses, la aspereza de los rusos, la disciplina de los alemanes y el consumismo de los estadounidenses. Son lo mejor y a la vez lo peor de estos países y sus culturas. Y en el momento en que decidas aceptar una, deberás estar preparado y dispuesto a aceptar la otra.


4. A la mayoría de las personas del mundo no les importa lo que digas o hagas. Y esto es algo bueno

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Cuando todo se hace rutina, como despertar en la misma casa, beber café en la misma cafetería, conducir por las mismas calles, decir “hola” a la misma gente, comprar en las mismas tiendas, almorzar en los mismos restaurantes y hacer nuestras necesidades en los mismos baños, tenemos la impresión irrealista de que todas las cosas pequeñas importan.

Si accidentalmente molestas a un colega, debes preocuparte de que lo ves todos los días y será una situación incómoda, lo que eventualmente provocará que te odie aún más, haciendo todo aún más incómodo, y llevándote a decir algo mucho más estúpido que los hará sentirse más ofendidos, logrando que todo sea mucho más horrible todavía. En consecuencia, sólo vas a querer estar en cama jugando video juegos por siempre.

Pero cuando viajas, no puedes evitar ponerte en ridículo constantemente, ya sea intentando hablar un idioma desconocido, pidiendo algo asqueroso del menú para luego vomitarlo todo, o simplemente diciendo cosas estúpidas en un momento de confusión. Y luego te das cuenta de que a nadie le importa. Nunca. Y eso es un alivio.

Este tipo de cosas suceden y muy seguido, pero te das cuenta que el mundo continúa. Y lo que nos parece un momento vergonzoso es en realidad una pequeña novedad o una sonrisa para lo que están a tu alrededor. El comprender esto nos hace bien y es una lección que difícilmente se aprende sentado en la comodidad de tu casa, pasando tu vida entre los tres o cuatro mismos lugares todos los días.

Porque una vez que aprendes que a la mayoría de las personas en el mundo no les importa quién eres o qué haces, te das cuenta de que no hay motivos para no ser quien realmente quieres ser. No hay nadie a quién complacer. No hay a quién impresionar. La mayor parte del tiempo eres sólo tú, tú mismo y las historias que inventas en tu cabeza.


5. Mientras más viajas, menos ves quién eres realmente y esto también es algo bueno

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Muchas personas viajan para “encontrarse a sí mismo”. En realidad, es bastante cliché, pues es de esas cosas que suenan profundas e importantes pero que en realidad no significan nada. Cada vez que una persona dice que quiere viajar por ese motivo, para mí lo que quieren decir es que desean quitar todas las influencias externas de sus vidas, insertarse en un entorno neutral cualquiera y ver qué tipo de persona terminan siendo. Pero el problema es que viajar también es una influencia externa.

El “YO” se adapta fácilmente a su entorno exterior, e irónicamente, mientras más cambias tu entorno, más pierdes la noción de quién eres realmente, porque no hay nada concreto con lo que te puedas comparar. Al viajar de manera frecuente, te encuentras en un estado constante de agitación, por lo que si despiertas deprimido una semana, es difícil saber si se debe a que extrañas a tu familia, por el estrés de un proyecto que arruinaste antes de irte, o quizás te has sentido así hace tiempo y no lo admitiste hasta ahora. 

Y en lugar de descubrir quién eres, comienzas a cuestionarte quién eres ¿Acaso todo realmente está cambiando tanto? Viajar constantemente pone tu identidad en un flujo continuo, donde es imposible distinguir con certeza quién eres y qué sabes, o si de verdad no sabes nada en absoluto. Y esto es algo bueno.

Porque la incertidumbre genera escepticismo, amplitud de miras y deja de lado los prejuicios. Porque la incertidumbre te ayuda a crecer y evolucionar. Y cuando pasas un largo tiempo con la incertidumbre de quién realmente eres, el resultado es una especie de meditación sutil y a largo plazo, una aceptación persistente y necesaria de lo que sea que está ocurriendo, porque en realidad no sabes si te siguen gustando las culturas de Europa Oriental, no sabes si tu carrera es la mejor para ti, y realmente no sabes si extrañas a tus amigos o si solo te gusta la idea de extrañarlos.

Y en algún punto, simplemente dejas de cuestionarte estas cosas y comienzas a escuchar. Escuchas las olas, el viento y los llamados de amor en todos los lenguajes hermosos que jamás entenderás. Lo dejas ser. Y sigues avanzando.

Visto en Mask Manson

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