Por Candela Duato
4 noviembre, 2014

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Querida pareja joven:

No los conozco personalmente, pero pasé 45 minutos observándolos la semana pasada.

Esperen. No soy una acechadora psicótica. Antes de que vayan por su lata de spray de pimienta o alerten a las autoridades, por favor déjenme explicarles.

Estaban parados en la fila de una atracción turística y mi familia estaba detrás de ustedes. ¿Recuerdan a esos hermosos niños de ojos azules que se quejaban sobre tener que esperar y se tomaban turnos para subirse a los hombros de ese pobre hombre mientras su esposa decía las palabras “no” y “paren” 375 veces?

Sí, esos éramos nosotros.

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Lo primero que noté fueron sus tacones altos, señorita. Mientras los admiraba, me recordaron a los tiempos en que yo podía hacer un tour de un museo o esperar en una fila por horas en buenos zapatos. Eso parece ser hace tanto tiempo… pensé, mientras miraba mis zapatillas de deporte. Tu novio estaba impecablemente vestido. Sus jóvenes y suaves manos permanecieron en tu pequeña y firme cintura de 20 años, que supongo que no has llenado con estrías que parecen uvas viejas. Mientras te acercabas a él, yo me tapé para cubrir mi cuerpo.

Por el entusiasmo en tus jóvenes ojos y por la incesante necesidad de estar tocando al otro en todo momento, asumí que estaban en unas vacaciones de fin de semana por las que llevaban esperando mucho tiempo. Recuerdo esas. Cuando mi esposo era mi novio, él me llevó a las montañas. Nos sentíamos tan independientes y enamorados mientras arrastrábamos nuestras maletas a la cabaña. Disfrutamos un fin de semana sin la supervisión y los consejos de nuestros padres. Probablemente vi parejas con hijos y me emocioné con la idea de que algún día esos seríamos nosotros.

Ese algún día es ahora el presente.

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Y, la semana pasada, esa fila de espera era un lugar muy diferente para nosotros de lo que era para ustedes.

Nosotros no nos tomamos de las manos. Nosotros tomamos mapas, tickets, bolsas de pañales y niños. Mis hombros eran las únicas partes de mi cuerpo que tocaban a mi esposo, y eso solamente porque necesitaba apoyar mi agotado cuerpo en él. No nos contábamos chistes internos porque se han vuelto tan aburridos como las tostadas a medio comer que dejan nuestros hijos en la cocina. Reté a los niños y simultáneamente pasé mis dedos por su cabello rubio, haciendo una nota mental para pedir hora al estilista después de clases el jueves. Me envié un mensaje de texto a mí misma recordándome enviar la cuenta de la electricidad cuando llegara a casa, le dije a nuestra hija que se enderezara y le recordé secamente a mi pareja su cita con el ortodonsista. Leí todos los letreros en las paredes, cambié mi cartera de un cansado hombro al otro y me concentré en ustedes otra vez.

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No me malinterpretes, nuestro amor definitivamente sigue vivo, más fuerte ahora de lo que era cuando teníamos tu edad. Nuestro amor ha sido reforzado por el nacimiento de nuestros hijos, por pretender ser Santa, por limpiar caca de bebé de la alfombra y por 15 años de vida juntos, pero las mariposas no están en nuestros estómagos como antes. Ya no arrastramos nuestras maletas entusiasmadamente a la cabaña, ni vemos las filas de espera como algo romántico.

Somos una pareja vieja.

Somos su futuro.

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Querida mujer joven, no sé si vas a casarte con ese chico. No sé si su amor va a producir hijos. No sé si siquiera quieren hijos. Lo que sí sé es que deben recordar estos momentos jóvenes. Recuerden lo que tenían en la fila de espera. Recuerden las bromas, las risas, y las demostraciones de afecto públicas.

Recuerden el uno al otro.

Firmado,

Mis pies aún duelen.

Original.