Vivo en una casa llena de niños: cuatro, para ser exactos. Pero siguen siendo relativamente pequeños –por lo que no hay revistas x escondidas debajo del colchón, ni entradas a páginas web que alguien se olvidó de borrar del historial del navegador, nada de eso. Por mucho que me gustaría pensar que mis hijos no van a sentir curiosidad algún día, estoy muy consciente de que la realidad es distinta: esas cosas se están asomando y probablemente comenzará a suceder mucho antes de lo que me gustaría. (Quiero decir, si yo pudiera elegir, ellos ni siquiera pensarían en tener relaciones íntimas hasta tener 25 años.)
Pero antes de que todo comience a suceder – antes de que sean expuestos a pechos tan redondos y firmes como melones, y a fotos de traseros tersos y libres de granos – los estoy exponiendo a un tipo de cuerpo femenino diferente.
El mío.
Nuestro hogar no es modesto. Y no me paseo por la casa sin ropa como mis muchachos suelen hacer (paso más tiempo diciéndoles “¡Pónganse pantalones!” que haciendo cualquier otra cosa) – Pero nunca me he abstenido de cambiarme de ropa frente a ellos, o de dejar la puerta abierta cuando me baño, o de darle pecho a los niños sin cubrirme. Porque yo les quiero mostrar cómo es un cuerpo femenino real. Porque si no lo hago – y sus primeras imágenes de una mujer desnuda son esos físicos imposiblemente perfectos que aparecen en las revistas o en las películas – ¿qué tipo de expectativas tendrán? ¿Y qué mujer podrá cumplir con esas expectativas?
Para ser sincera, estoy muy consternada por mi cuerpo post-bebé. Pero por el bien de mis hijos – y mis futuras nueras- miento como loca. Cuando me preguntan acerca de mis estrías, les digo con orgullo que tener a un bebé creciendo dentro de ti es un trabajo muy difícil, y que esas marcas son como medallas que me he ganado (las referencias a los videojuegos siempre dan en el blanco con los muchachos, sin importar lo que les estés explicando). Por más que quiero retorcerme y alejarme cuando me tocan la barriga fofa, dejo que expriman la gordura entre sus dedos curiosos. ¿Lo odio? Sí. Siento ganas de gritar, “¡Dejen mi grasa en paz!” y de correr a buscar la camiseta más grande que tenga a mano (o de correr a la clínica de liposucción más cercana).
Pero no lo hago, porque durante estos pocos años de formación, mi gordura es su primera y única percepción del cuerpo femenino. Y quiero que sepan que es algo hermoso, incluso en su imperfección.
Siempre les digo lo fuerte que mi cuerpo es. Me ven ejercitándome. Ven cómo elijo comer alimentos saludables, pero aun así me doy el gusto de comer pasteles. Y aunque – como la mayoría de las mujeres – me castigo constantemente al ver que mis jeans me quedan cada día más apretados, o me frustro al ver cuánto estoy pesando, nunca demuestro nada más excepto orgullo frente a mis hijos. Incluso cuando siento todo lo contrario en mi interior. Inculcar una imagen corporal positiva no es un asunto que se reserva sólo a las personas con hijas – y en el caso de los niños, implica no sólo enseñarles a tener confianza con su propio cuerpo, sino que también hacerles saber que lo real es bello cuando se trata del sexo opuesto.
No quiero perjudicarlos, o a cualquier mujer a la que podrían ver desnuda en el futuro, enseñándoles que los pechos caídos son malos o que un poco de gordura es algo de lo que avergonzarse. Quiero que sepan que esta es lo normal, y no las imágenes mejoradas digitalmente con las que van a ser bombardeados en los medios. Claro que van a mirar boquiabiertos a esos pechos redondos, estómagos planos y traseros levantados… pero tengo la esperanza de que en el fondo, ellos sabrán que no es así como deberían esperar que tengan el cuerpo las mujeres. Nunca.
Llegará el día en que me cubriré cuando estén cerca. Estoy segura de que en algún momento voy a escucharlos decir, “¡Ay, mamá, ponte algo de ropa!” o que van a aprender a tocar la puerta antes de irrumpir en el cuarto de baño (lo cual suena maravilloso -no voy a negarlo). Pero hasta entonces, voy a dejar que recorran sus dedos a lo largo de mis estrías, y sonreiré y aguantaré que se rían a carcajadas encantados con la forma en que mi trasero se sacude cuando camino por la habitación. Porque mientras sean jóvenes quiero sembrar esta semilla – para que cuando sean mayores, y sus mujeres les digan: “Me gustaría tener los muslos más pequeños,” mis hijos puedan responder: “Son perfectos tal y como son “.
Y lo digo en serio.