Por Candela Duato
30 octubre, 2014

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Este artículo fue originalmente escrito por Anna C. Bloomberg  para el Huffington Post.

Hace 6 días un hombre bien vestido que esperaba el tren 6 en la plataforma se bajó el cierre del pantalón y me mostró su aparto reproductor. Me di la vuelta y me escondí en una esquina hasta que vi a un encargado para reportar el incidente. Una vez que el metro llegó y ya me dirigía camino al centro, mis pensamientos se pusieron en marcha. Aunque algunos podrían decir que fue algo ‘inofensivo,’ me convertí en una participante no dispuesta de una acción no consentida que le ayudó a consumar sus deseos sexuales. De la nada, volví a mis años universitarios. La diferencia es que hoy, 5 años después, sí estoy lista para compartir mi historia:

Era una fiesta universitaria normal a principios de septiembre. El dormitorio era grande. Mientras algunos se iban, más mujeres en faldas rotas y hombres con jeans rasgados llegaban a ocupar sus lugares. Me quedé con mi compañera de cuarto y mis amigos cerca de la televisión, al lado de la cocina. Un tipo con ojos verdes pequeños y un gorro de baseball puesto al revés me trajo un trago en un vaso rojo, comentó algo sobre la música y desapareció.

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Cuando la fiesta se estaba terminando, quienes quedaban estaban sentados en el cuarto principal. Yo me fui al baño que estaba al final de un pequeño pasillo y que tenía dos camas a cada lado. Cuando salí del baño, el hombre de ojos verdes me tomó y me empujó a través de la puerta derecha. La oscuridad me abrumó a medida que todo se volvía confuso. Me empujó, me quitó la camiseta y me tiró a una de las camas. Después de eso todo se fue a negro.

Lo único que recuerdo después es yo caminando hacia mi cuarto y la urgencia de la voz de mi compañera. Sus ojos muy abiertos mientras me preguntaba, “¿Estás bien? ¿Qué te pasó?”

No entendía de qué me hablaba. Me dijo que me mirara en el espejo.

Había marcas púrpuras y rojas en la piel de mi cuello, en mis hombros, en mi pecho y en la parte superior de mis piernas. Me di la vuelta y vi como los moretones continuaban en la parte trasera de mi cuello y en mis omóplatos. No sentía dolor, sólo una sensación extraña en la parte baja de mi cuerpo. Tiré mi ropa en una esquina, me tomé una pastilla y me fui a la cama, esperando despertar con más claridad sobre el asunto.

A la mañana siguiente, lo primero que hice fue ducharme y dejar mi ropa en la lavandería. Lo primero de lo que me di cuenta: necesitaba una pastilla de anticoncepción del día después, afortunadamente la podía conseguir en la farmacia más cercana. Comprarla y ver la sonrisa burlona del farmacéutico sólo hizo peor la experiencia de tomar la pastilla. Pasé el día en cama viendo realities para intentar calmar mi menteMi cuerpo estaba totalmente sensible. Y al mismo tiempo no sentía nada. Los moretones no me empezaron a doler hasta un par de días después. Los cubrí con ropa, bufandas, maquillaje y algunas pastillas para el dolor. Nadie notó nada. Mi compañera de cuarto nunca más hablo del tema, pero cada cierto tiempo me topaba con mi abusador cuando iba a clases y lo evitaba discretamente.

En los meses que quedaban de mi primer semestre me convertí en alguien desconectada de sus emociones, era sólo la cáscara vacía que contenía a una persona. Creé una fachada que convenció a todos, incluso a mí misma, de que era normal y que nada había cambiado. Racionalizaba mis problemas diciéndome que había personas que la pasaban mucho peor que yo y que no era algo tan terrible.

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Me volví desconfiada con quienes me rodeaban y siempre asumía lo peor de los demás. Comencé a tener flashbacks que duraban 3 segundos con imágenes de mi cabeza en el cabecero de una cama. Casi fui expulsada de la universidad debido a mis notas, lo atribuía todo a mi ineptitud como estudiante. Mi consejero y mis padres sugerían que podía ser que tuviese dificultades para ajustarme. No importaba que tan valiente intentase ser o lo mucho que me esforzara por hacer mis cosas y pretender que no pasaba nada, el dolor se manifestaba de formas inesperadas. Me acosté con diferentes hombres para tener algún sentido de normalidad en mi vida, era uno de las pocas situaciones en las que sentía confianza en mí misma.

Un día, me metí en un sitio web popular y anónimo y busqué mi nombre por curiosidad. Había unos posts que decían cosas horribles sobre mí. Leí todo lo que había. Entre ellos había comentarios que se referían a mí como una ‘suelta’ y una ‘puta’. Otros que nombraban ciertas infecciones que supuestamente había contraído. Me senté y re-evalué mi comportamiento durante parte del semestre. Mi piel y mis músculos se contraían y tuve un mini ataque de pánico. Decidí abstenerme de toda relación sexual durante el segundo semestre hasta que me sintiera cómoda conmigo misma.

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Al año siguiente, conocí a un tipo a través de uno de mis mejores amigos: Era lindo, con ojos brillantes y una linda sonrisa. Me invitó a salir, y un mes y algo después nos empezamos a ver de forma exclusiva. Pensé que estaba lista para estar en una relación, pero él quería que yo fuese su versión idealizada de una novia amorosa, que estuviese siempre disponible cuando él quisiera. No lograba comunicarle mis emociones de manera efectiva y tener sexo con él se volvió física y emocionalmente difícil para mí, llegando al punto de a veces tener que forzarme a mi misma a hacerlo. No era auténtica con él, y a él parecía no importarle. La relación terminó casi un año después. Intenté seguir adelante con mi vida lo más rápido posible, pero después de esta relación me sentía incapaz de amar.

Al año siguiente me enamoré, sin esperarlo, de uno de mis amigos. Él era cariñoso y sensible, pero tenía una ventaja. Nuestras conversaciones usuales se volvieron más coquetas y la atracción que sentíamos se hizo más fuerte, todo esto nos llevó a una noche en la que finalmente estuvimos juntos. No sabíamos donde terminaría lo que estaba pasando. Más tarde, nuestra relación se volvió más seria. No mucho después nos dimos cuenta que estábamos enamorados. Aún tenía problemas con el tema de la intimidad y me tomó un tiempo sentirme cómoda, pero él aprendió a ser paciente. La comunicación aún era un tema complicado para mí y se transformó en un punto de contención en nuestra relación. Lento pero seguro, comencé a dejar atrás lo que me causaba ansiedad y comencé a sentirme cómoda conmigo misma. Era la primera vez que era honesta con mi historia de abuso sexual, pero aún así me contuve.

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Un par de meses atrás un amigo cercano me dijo que una de nuestras amigas había, sin saberlo, sido pareja de mi abusador. Sentí como el alma se me caía a los pies y rompí a llorar. Una ráfaga de emociones abrumadoras salió de mí y fue a parar a mi almohada en forma de lágrimas, algo que duró horas. Me costaba levantarme y rápidamente caí en una profunda depresión. Era una alarma de que las cosas tenían que cambiar.

Enfrentarme al pasado ha sido una de las cosas más difíciles que he hecho ya que tuve que destruir la pared que había construido que me hacía posible negarme todo. Sólo recuerdo una porción muy pequeña del ataque en sí. Lo que sí recuerdo vívidamente son los momentos previos al momento: Recuerdo la reacción de mi compañera de cuarto, recuerdo mi cabeza junto con la cabecera de la cama. Tenía que enfrentarlo: los moretones eran reales, el trauma era real y el ataque había sido real. No podía seguir pretendiendo que no había pasado nada, estaba lista para hablar.

Mi compañera de cuarto de la universidad y yo tuvimos una conversación larga que habíamos necesitado hace mucho. Ella recordaba que esa noche no había sido nada especial, pero se acordaba muy claramente cuando de la nada aparecí llena de moretones, con una actitud que demostraba que nada me importaba. Ella sospechaba algo, pero nunca se imaginó lo peor. Se arrepentía de no haberse dado cuenta en ese momento, pero tengo que decir que también le oculté lo que había sucedió lo más que pude.

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Durante los últimos 5 años he sufrido en silencio porque quería creer que era la misma persona que era antes de que sufriera este abuso. Me negaba a reconocerlo porque no quería ser conocida como la niña que había sido abusada mientras estaba en la universidad. Negar lo que había pasado sólo empeoró el trauma, por lo que cuando al fin lo enfrenté, me afectó con más fuerza. Pensé que contenerme a mi misma era una forma de volver a tener el control que perdí esa noche, pero todo el trauma que enfrenté sola hizo que me aislara aun más. La verdad es que no era la roca que había hecho creer a todos con mi apariencia exterior, era tan sólo madera pintada a la cual se le estaba cayendo la pintura.

Con el tiempo conseguí más claridad y objetividad. Hablar sobre todo lo que me había pasado me ayudó a darme cuenta que había sucedido y que no había sido mi culpa. No estaba consciente de mis acciones esa noche. Nunca entenderé como o porqué esto me pasó. O porqué nadie lo detuvo. 

La razón por la que he decidido compartir esta historia es porque quiero que las personas aprendan de los errores que cometí al enfrentar el trauma que sufrí. Es demasiado fuerte para enfrentarlo sola. Creo que el silencio puede ser tan perjudicial como el trauma en sí mismo. Fue sólo al salir de la estación de metro la semana pasada que me di cuenta que no necesito seguir callándome esto.  Nadie debería seguir callándose estas cosas.

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