Por Simona Villela
19 diciembre, 2014

Este artículo fue escrito por el Dr. Benay Dara-Abrams Co-Fundador de Great Work Cultures

Hace poco participé en un encuentro sobre el Futuro del Trabajo, en el cual nos pidieron a cada uno relatar un evento importante que nos haya influenciado en nuestras vidas. Yo hablé sobre mi experiencia cuando niño, cuando jugaba con Albert Einstein, un amigo de mi familia.

Crecí y viví mi infancia en Princeton, Nueva Jersey, me acuerdo que caminaba hasta el final de nuestra corta calle sin salida, pasaba por el patio trasero de mis abuelos, para así poder tocar la puerta de la casa de Albert Einstein. Cuando llegaba a la puerta de Einstein, siempre me daba la bienvenida.

Cuando niño, me encantaba resolver problemas matemáticos en mi cabeza, y Einstein me invitaba a hacer puzles con él, lo cual disfrutaba mucho.

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Disfrutaba hacer los puzles con él, pero lo que hacía de esta experiencia algo mucho más especial era el ambiente que Einstein creaba.

A menudo tratábamos con cosas que no funcionaban, pero eso no le causaba problema a Einstein. Me alentaba a experimentar, y no era crítico a la hora de equivocarme. De hecho, él no consideraba que ninguno de los caminos que intentamos estuvieran errados. Esa fue la mayor diferencia entre la experiencia que tuve con Einstein y la experiencia que tuve con muchos otros adultos. No habían buenas o malas respuestas, eran sólo experimentos liderados por la curiosidad, y así fue como aprendí en la casa de Einstein.

No tenía idea de que Einstein era famoso. Me enseñaron desde pequeño a llamar “tío” o “tía” a los adultos, amigos de la familia, fueran o no familiares. Referirnos a los adultos por sus nombres no era una opción. El agregarles el “tío” o “tía” a sus nombres, era una forma más respetuosa para dirigirnos a los adultos que eran amigos de la familia, que el usar “Señor” o “Señora” con sus apellidos.

Para mí, la persona con la cual hacía puzles era mi “Tío Al”. Un tiempo después de que Einstein muriera, supe quién era el “Tío Al” realmente, y le pregunté a mi papá por qué nunca me contó.

Mi papá me dijo que a Einstein no le hubiera gustado que actuara de forma diferente a la que actuaba con él. Era muy respetuoso con él, con ese buen hombre, que fue la persona más paciente con la que he tenido la oportunidad de compartir, pero no me arrodillé en frente de este famoso científico.

Tiempo después, encontré una frase de Einstein que decía “Cada uno debe ser respetados como individuo, pero nadie idolatrado.” Eso definitivamente aplicaba a la forma en la que él esperaba ser tratado y la forma en la que él trataba a los demás.

Además de su apoyo y aceptación, Einstein creó una luz, un ambiente lúdico, alimentando mi compromiso y teniendo como resultado lo que más tarde llegaría a reconocer como un estado de flujo, definido por Mihaly Csíkszentmihályi. En este estado de flujo, he vivido un tipo de enfoque especial, fue la luz, que se produjo de manera natural, y que he podido mantener por un largo tiempo. Ese enfoque de luz, me permitió sentir lleno de energía, lo cual es muy diferente del tipo de enfoque que me refiero como “asalto frontal completo” cuando estoy intentando resolver un problema difícil, y le estoy prestando atención como un rayo láser.

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Este tipo de enfoque requiere mucha energía y es muy agotador, lo que hace que sea difícil encontrar soluciones creativas a los problemas.

Liderando y participando en organizaciones culturales de gran colaboración, he experimentado una vez más el mismo espíritu de compromiso, curiosidad, y enfoque creativo. Estas organizaciones culturales de alto desempeño fomentan la experimentación, la colaboración y la creatividad en un ambiente abierto y acogedor.

Esto lleva a un aumento en la innovación y el compromiso, ambos necesarios para resolver los problemas difíciles y desafiantes que enfrentan las organizaciones hoy en día.