El sonido de un megáfono atraviesa el frío aire nocturno de Berlín. Algunos transeúntes nos gritan con rabia. Otros se quitan silenciosamente las lágrimas de sus mejillas. “Es la primera vez en mi carrera como artista que alguien me abuchea”, dice una voz al lado mío. Dejamos de pintar por un momento para observar a un pequeño cúmulo de personas reunidas al otro lado de la reja, casi 25 metros bajo nuestra plataforma elevadora. Pero hay poco tiempo para la introspección: casi 1000 metros cuadrados de pared de ladrillos faltan por ser cubiertos con pintura negra antes de la mañana del próximo día.
La semana pasada, desde la noche del Jueves a la mañana del viernes, yo y varios otros pintamos encima de dos murales realizados por el artista italiano Blue en Kreuzberg, frecuentemente llamado el arte callejero más icónico de Berlín. Desde ese momento, la capital alemana se ha llenado de especulaciones en relación a los responsables de esta situación y el motivo detrás de ello. Muchos asumieron que los dueños de las propiedades habían asesinado su tan amado mural, y unos cuantos otros se dieron cuenta que las personas detrás de la idea eran los que la habían creado en una primera instancia. Por esta razón, hemos decidido contar nuestra historia.
Siete años después de la creación de las monumentales obras de pared, sentimos que había llegado el momento de que desaparecieran, junto con la desaparición de la época de Berlín que representaban. La historia del mural está directamente relacionada con la historia de ese distrito de la ciudad, que solía ser una frontera directa con la Alemania Oriental. La primera obra, una colaboración entre Blu y el artista francés JR, muestra dos figuras desenmascarándose la una a la otra, mostrando los signos representativos del “lado oriental” y el “lado occidental”. El 2008, Blu y yo habíamos decidido renovar estas dos figuras, pero en vez de eso, agregamos espontáneamente un segundo mural en una pared justo al lado de donde estaban la siguiente figura: un hombre de negocios encadenado por sus relojes de oro.
Estas obras llamaron valientemente la atención del mundo, convirtiéndose en lo que Siegfried Kracauer describió en 1930 como Raumbilder: imágenes espaciales producidas inconscientemente y que son “sueños de la sociedad”. Involuntariamente, habíamos creado una representación visual ideal del Berlín imaginario de la década del 2000 y sus promesas respectivas: una ciudad llena de deshechos ofreciendo muchos espacios para tener espacios de vivienda alcanzables y experimentación creativa dentro de las ruinas de su historia más reciente.
Estas características se convirtieron en las atracciones principales y en el mantra del Berlín “pobre pero sexy” del recientemente retirado alcalde Klaus Wowereit. Los murales se adueñaron involuntariamente de un lugar en esta realidad convirtiéndose en un sitio de peregrinaje de tours guiados de arte callejero, como una oportunidad fotográfica para la creación de miles de postales, portadas de libros y carátulas de álbumes musicales. La ciudad comenzó a utilizar la estética de la resistencia como campaña de marketing. Pero al llegar a este punto, el barrio ya se encontraba envuelto en el núcleo de la gentrificación, teniendo aireadas manifestaciones en contra del aumento del costo de los arriendos. Y, por supuesto, el arte, especialmente el arte visible como el de Banksy, contribuye a este proceso.
Aún cuando Berlín, por una parte, se enorgullece de su escena artística, su pobre desarrollo urbano y las políticas culturales dilapidaron mucho del extraño potencial espacial de la ciudad y, por lo tanto, también comprometieron la existencia de su atracción principal: sus artistas, los que se vieron como sus propios enemigos, contribuyendo a su propio desalojamiento.
Últimamente, la gentrificación en Berlín no se contenta con la destrucción de los espacios creativos. Dado que necesita su marca artística para seguir siendo atractiva, tiende a reanimar artificialmente la creatividad que ha desalojado, por ende generando una “ciudad no-muerta”. Esta zombificación está amenazando con transformar Berlín en una ciudad museo de enchapados, con su “escena artística” preservada como un parque de diversiones para aquellas personas que pueden costear el aumento de los arriendos.
Aun así, ¿por qué un artista estaría de acuerdo en destruir su propio trabajo en vez de potenciar intentos oficiales para resguardarlo como una obra de arte público? ¿por rabia? Claramente no. Sería más por tristeza. A partir del primer momento en que existieron, los murales de Blu estaban condenados a desaparecer. Está en la naturaleza del arte callejero el ocupar el espacio como celebración de su incertidumbre, estar atento a su temporalidad y fugaz existencia.
Visto en Theguardian