Por Ignacio Mardones
17 abril, 2015

Para ella cada libro es un mundo nuevo.

El padre de Anna Gargret perdió el empleo cuando ella era pequeña. Anna no se dio cuenta de la gravedad del hecho hasta que su madre le dijo que ya no podría comprar más libros, porque debían ahorrar dinero. Encontró normal que la austeridad se representara en menos compras en el supermercado, o en ser precavidos con las cuentas mensuales del hogar, como la electricidad, luz y agua, pero los libros no, de ellos nunca hubiera imaginado que tendría que separarse.

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No imaginaba un mundo en donde la lectura no estuviera incluida, donde no pudiera conocer nuevos a increíbles mundos en sus páginas, donde hacer volar la imaginación fuera algo tan fundamental como un plato de comida para el almuerzo o la cena. Básicamente le habían quitado lo que era su refugio constante; el entrar a la librería de su barrio la hacía sentirse relajada, la apartaba de una realidad que en muchos momentos era tediosa, y le abría puertas a un lugar especial donde ella podía sentirse segura y a gusto.

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Ella comenzó a pasar las tardes y los días en la biblioteca de su barrio, se sentaba y leía libros durante todo el tiempo que tenía disponible. Tan grande fue el vínculo que logró con esa biblioteca que un par de años más tarde se ofreció como voluntaria para trabajar ahí en las vacaciones. Su labor consistía en dos veces por semana ayudar a los niños que asistían al lugar, ya fuera leyéndoles o recomendándoles libros que pudieran interesarles. Ella estaba transmitiéndole a los demás lo mismo que había vivido como experiencia personal. Esa época fue muy reconfortante, los niños la hicieron infinitamente feliz, había siempre sonrisas y ellos se sentían agradecidos de que les contaran historias.

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Luego, Anna se trasladó al sector adulto de la biblioteca, ahí conoció a otro tipo de gente, diferente, pero igualmente encantadora. Disfrutó ver cómo los jóvenes y adultos disfrutaban de los libros con verdadero entusiasmo. También muchos de ellos iban a estudiar o a recopilar información para sus trabajos académicos, y ella podía ver lo útil que les era su ayuda. Esta experiencia de vida la ha marcado profundamente y no puede sino detenerse en la calle cuando pasa frente a una biblioteca y recuerda esos buenos tiempo. Cada conversación con un bibliotecario le parece interesante, cada libro abierto, un mundo nuevo.

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