Su testimonio no tiene resentimiento, amargura o prejuicio. Se trata, más bien, de un alegato a favor de la alegría de vivir.
“Soy adoptada. Tanto mi madre como mi padre biológicos tenían 17 años de edad. Ella tenía siete meses y medio de gestación cuando decidió acudir a la Federación Internacional de Paternidad Planificada (IPPF), que es la proveedora de abortos más grande del mundo, y allí le aconsejaron someterse a un aborto de término tardío de solución salina. Esta solución se inyecta en el vientre de la madre. El bebe traga la solución que le quema por dentro y por fuera. Entonces la madre da a luz a un bebé muerto en el plazo de 24 horas”.