Por Romina Bevilacqua
19 noviembre, 2014

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**Este artículo fue originalmente escrito por Katie Arnold de Outside online.

Durante las últimas semanas, mi esposo y yo hemos estado luchando con la decisión sobre si deberíamos o no jugar fútbol. Y quiero decir “deberíamos”, porque me refiero por nuestras dos hijas.

Steve y yo no jugamos, pero el compromiso que se requiere como familia a veces nos hace pensar que sí lo hacemos: tres veces a la semana debemos trasladarnos al complejo de fútbol que queda al otro lado de la ciudad, que termina siendo un viaje en auto de unos 25 minutos desde nuestra casa; las prácticas que terminan justo cuando ya es hora de ir acostarse, dejando poco tiempo para cenas familiares, tareas y el siempre agradable momento de simplemente jugar; los partidos de los sábados que entran en conflicto con aventuras familiares ya planificadas –como un viaje en bote inflable por el río o  las últimas caminatas de esta temporada por el campo antes de que empiece a hacer mucho frío–.

Nuestras hijas solo tienen cuatro y seis años. No debería ser así de complicado. Pero cada vez más, para los niños lo es. Ellos comienzan a jugar en equipos deportivos cada vez a más temprana edad y se les fomenta el especializarse en un solo deporte para que practiquen durante todo el año y perfeccionen su juego. Los jóvenes deportistas están usando esteroides, alimentando con esa presión de competir más otras presiones como ser eficientes en todo y excepcionales en una cosa. Los deportes organizados, una vez una forma saludable de descarga, amenazan con tomar el control absoluto de las vidas de los niños y sus familias. Es por eso que creo que demasiada competencia tan temprano en la vida es malo para tus hijos y tu familia.

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No siempre fue así. En la escuela primaria en los 70s tardíos y 80s no jugábamos muchos deportes grupales, a menos que cuentes el jugar a patear una pelota en recreos. En ese entonces, las escuelas –no las ligas de las ciudades o equipos viajeros– eran el vínculo de los jóvenes con el deporte.

En la escuela secundaria practiqué deportes todo el año, pero uno distinto cada temporada. Los otoños jugaba tenis, en verano nadaba y en primavera hacía lacrosse. Esta diversidad nos mantenía con los pies en la tierra. Cuando nos estábamos enseriando con un deporte, ya era tiempo de cambiar. Crecimos siendo ‘multi-atletas’, a pesar de que nadie lo llamaba así aún; para nuestros padres, profesores y amigos, simplemente éramos “estudiantes integrales y completos”.

Pero ahora todo es diferente. En parte motivado por padres ambiciosos y en parte por una cultura deportiva y académica que presiona a los niños a sobresalir cuanto antes, los niños acuden en manadas a formar parte de equipos deportivos apenas pueden. Entre 21.5 y 29 millones de niños estadounidenses entre las edades de 6 y 17 años participan en deportes organizados, de acuerdo a The Sports and Fitness Industry Association y a la Women’s Sports Foundation. Y los padres de esos niños que juegan en ligas recreativas gastan en promedio unos 2.266 dólares anuales en costos relacionados al deporte—una barrera evidente para los niños pertenecientes a minorías o de familias de bajos ingresos–.

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“Dado que las organizaciones deportivas privadas han dominado la responsabilidad de los deportes juveniles, quitándosela a las escuelas, la edad de ingreso a los equipos competitivos ha bajado dramáticamente”, explica John O’Sullivan, fundador de Changing the Game Project, una iniciativa que apunta a inscribir a niños en deportes para niños primero. “Ciertamente es una forma de hacer dinero, pero también es un malentendido sobre lo que es mejor para ellos. Un niño de siete años no necesita jugar solamente fútbol”.

El especializarse en un solo deporte hace que los niños sean más susceptibles al agotamiento. De acuerdo a la a Alianza Nacional para los Deportes, un desconcertante número de 70% de los niños que practican deportes competitivos se agotan y renuncian para cuando tienen solo 13 años. Claramente, no hay un balance.

No hay que confundirse

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Está de sobra decir que los deportes son buenos para los niños. El participar en deportes juveniles mejora la autoestima, enseña compañerismo, fomenta el tomar riesgos de forma segura y construye cuerpos y mentes sanas. El Centro para el Control de Enfermedades recomienza que los niños y adolescentes tengan por lo menos unos 60 minutos de ejercicio moderado a diario, pero pocos lo hacen, lo cual explica la alza continua en las tasas de obesidad infantil: un 17,3% de los niños estadounidenses entre los 2 y 19 años, en el 2012, de acuerdo a un estudio de abril del 2014 publicado en el Journal of the American Medical Association Pediatrics.

Y tal como lo reporta la organización Designed to Move, debido a falta de actividad física los niños que hoy tienen diez años son la primera generación en cien años de la cual se espera que tengan una expectativa de vida más corta que la de sus padres. Pero llevado al extremo, los equipos deportivos competitivos pueden causar resultados adversos. Los niños que se concentran demasiado en un solo deporte, a menudo fallan en el desarrollo de habilidades básicas de movimientos, o alfabetización física. También son más propensos a lesiones, estrés y agotamiento. Los estudios muestran que los niños que esperan hasta sus años de adolescencia para especializarse son, en lo general, mejores atletas y que es más probable que no dejen de hacer deportes y continúen siendo atléticos a lo largo de sus vidas.

A pesar de que Pippa solo tiene seis años, esta será su tercera temporada jugando fútbol. La inscribimos al vuelo cuando tenía cuatro años, sin darnos cuenta de que estábamos adentrándonos en un camino del cual sería cada vez más difícil de salir para nosotros. Nos gustaba la idea de ver a Pippa corriendo por una cancha con pasto, gastando algo de su energía salvaje de niña, mientras aprendía lo que era ser parte de un equipo. El fútbol parecía un complemento natural para la larga lista de deportes que ama –esquiar, andar en bicicleta, nadar, escalar–. Parecía una opción fácil.

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Quizás demasiado fácil. Tres años después, hemos sido absorbidos por el fútbol, sin quererlo. Puedo ver hacia el futuro las cosas a las que tendremos que renunciar, si no el próximo año, entonces pronto: aventuras de fines de semana, viajes para andar en balsa, caminatas, campamentos, andar en bicicleta en los cerros, cenas familiares, tardes no programadas en las que decidimos atrapar pececillos en una poza o saltar al río desde una cuerda. Nos da miedo que si no juega fútbol ahora no podrá hacerlo después, pero todos perderemos mucho si ella se enseria mucho con el fútbol muy pronto.

Así que, ¿cuál es la solución para evitar que los deportes juveniles se adueñen de tu vida familiar y los estrese a ti y a tus hijos? Todo debe ser en moderación. O’Sullivan recomienda participar de deportes organizados una temporada y mezclarlo con otras actividades cada cierto tiempo –como gimnasia, nado, escalada y muchas otras actividades que se hacen al aire libre–.

La regla general es que nunca deberían estar involucrados en más horas deportivas que su edad”, explica. Preséntales muchas opciones, tantas como puedas, “pero espera lo más que se pueda para que encuentren el deporte que mejor les calza física y emocionalmente y apóyalos mientras persiguen sus sueños”.

Y haz lo mejor que puedas para mantener el tema competitivo en perspectiva. O’Sullivan, padre de dos, de siete y ocho años, llevó a su familia a vivir en Bend, Oregón, para tener una vida más activa y aventurera. “Nos mudamos aquí porque queríamos hacer caminatas y acampar y andar en bicicleta y pescar pero aún nos sentimos presionados a involucrarnos”, dice. “Es importante recordar que tu meta como padre no es criar un atleta olímpico sino a un ser humano bien balanceado que pueda contribuir a la sociedad”.

Finalmente, no olvides hacer lo que es mejor para tu familia. Uno de los mejores cambios que podrías implementar, es hacer todo lo que puedan localmente, dentro de un radio razonable al de tu casa, para que no tengas que conducir por toda la ciudad; esto te ahorrará combustible y problemas, fomenta el caminar o andar en bicicleta y los hará sentir más conectados a su vecindario.

Otro valor es el de la aventura. Nosotros queremos criar a nuestras hijas para que sean atletas competentes, entusiastas y que disfruten del aire libre, lo cual significa exponerlas a una gran variedad de actividades que podamos hacer juntos con familia: andar en bicicleta por el cerro, rafting, escalada, esquí, caminatas. Para nosotros, por ahora, la aventura está primera. Esto puede cambiar a medida que las niñas crezcan, pero nuestros viajes familiares al río, días de esquí y tiempo en el campo siempre será un punto esencial para nuestra familia, el pegamento que nos mantiene conectados y un antídoto muy necesario para nuestro mundo conectado y sobre-programado.

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