Fui criada en Valencia, España. Recibí una buena educación tanto en casa como en el colegio. Sin embargo, mi educación real no comenzó hasta que salí de mi país.
Aprendí cuáles eran mis limites, me sorprendí a mi misma y tuve la oportunidad de encontrarme con la gente más increíble que he conocido nunca.
Aquí hay cuatro lecciones que realmente cambiaron mi vida, y que aprendí viajando:
1. Lo que importa son las personas
Ya sé que hay lugares increíblemente bonitos que ver alrededor del mundo. No obstante, te puedo asegurar que lo que más importa cuando viajas son las personas. Aquello que te transmiten no se puede comparar con las sensaciones que te pueden provocar conocer lugares. Hablo de sentimientos reales. Los más puros que podrías tener. Cuando fui a Calcuta conocí a Debbie. Se casó con 16 años obligada por sus padres con un hombre que la maltrataba. Ahora tiene 23 años y 3 hijos. Consiguió escapar de aquel infierno. Gracias a ella conocí lo que es la verdadera fortaleza:
2. El dinero no da la felicidad, en serio
Ya sé que suena a tópico, pero no lo es. Cuando viajas a un país realmente pobre, vuelves a casa tocado -y muchas veces hundido-. No estoy segura de si yo ayudé tanto ahí como ellos me ayudaron a mí. De verdad, no sé quién ayudó a quién. Cuando la gente viaja a estos lugares, se da cuenta de que la máxima felicidad está en culturas en las cuales no tienen posesiones materiales. Son las sonrisas más sinceras. Sin intereses.
3. Siempre es bueno echar una segunda mirada, más profunda
Antes de irme a la India mucha gente me advirtió de que tenía que tener cuidado. Fui con miedo hacia la gente. Juzgué antes de conocer. Y me equivoqué. Aprendí que no por tener más puedes dar más. Era increíble ver como, con tan poco, hacían tanto. Además, las palabras de agradecimiento eran constantes. Y las miradas increíblemente llenas de significado. Y os aseguro que esas miradas no se olvidan. Me recuerdan, día a día, que todavía queda mucho por hacer en este mundo y que tengo muchas cosas que compartir por las que debería de estar eternamente agradecida.
4. Las personas son iguales en cualquier parte del mundo
Solemos pensar que no tenemos nada en común con aquellas personas que practican distintas religiones, tienen distintas costumbres o visten de una manera completamente diferente. Cuando te metes en esos mundos viajando, te das cuenta de que todo eso no es cierto. Todos buscamos cariño. No importa que no hables el mismo idioma o no compartas el estilo de vida del otro. Todos se enamoran, les gusta bailar, que les hagan reír, disfrutar y proteger a los suyos… En definitiva, todos nosotros buscamos una sola cosa, la felicidad.