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Es totalmente cautivador.
Entre Lagos y Sagres, se encuentra la preciosa población de Salema, donde los bañistas disfrutan entre los coloridos barcos pescadores. Si bien gran parte de las playas portuguesas están llenas de resorts, este rincón aún permanece relativamente alejado de todo ese movimiento y evoca una sensación de autenticidad.
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Escondido en medio de las montañas podrás recorrer su única calle principal, ver sus casas blancas, disfrutar en un mercado al aire libre y comer en una docena de lugares. Lo mejor de todo es que hay distintas opciones de alojamiento y una de ellas es muy económica. Si no te interesa dormir en un lugar lujoso, pregúntale a la gente por “Quartos“ (habitaciones con baños en casas particulares) que cuestan cerca de US$ 25, aunque cada año es más difícil encontrar uno de estos.
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La playa de arena dorada es bastante larga y en ambos extremos es interrumpida por pequeños acantilados, en los que incluso se han encontrado fósiles de dinosaurios. Dejando de lado las ruinas de la villa romana y el paseo marítimo, aquí no verás cientos de atracciones turísticas, ya que es un lugar para relajarse, contemplar y comer. ¡No te olvides de probar el pulpo, la morena o el sargo!
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Cada día el balneario va cambiando aún más, pero todavía no es tarde para que lo conozcas antes de que cientos de resorts lo invadan.