Por Daniela Bustos
8 mayo, 2015
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La parte más difícil es volver a casa.

Después de viajar durante 15 meses, llegó el llamado de la realidad y tuve que volver a casa. Y utilizo la palabra “tuve” porque aún no estaba preparada para regresar.

Me encontraba aprendiendo tantas cosas nuevas, viendo tantos lugares interesantes y conociendo tantas personas amigables, que sentía como si recién me estuvieran enseñando las lecciones de vida que todos debían saber¡Al diablo con las Matemáticas! Yo tendría que haber tenido una materia de “Viajes” en la escuela. 

Simplemente imagina que tu día empiece despertando en una casa llena de jóvenes que piensan igual a ti, correr a la playa y nadar en el mar, volver a casa a comer algo, ir a trabajar para pagar las cuentas y regresar en la noche a beber con tus amigos. A mí parecer, era la vida perfecta.

Con el dinero que ahorré me fui a recorrer el Sudeste Asiático donde viví grandes aventuras, seguí conociendo grandes personas, compartí cabañas con desconocidos, caminé en playas paradisíacas y me dejé llevar por la corriente.

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Cuando estas recorriendo tierras lejanas, claramente nada es familiar o conocido y vives en un estado de alerta constante. Todos tus sentidos se agudizan, creas nuevas conexiones en tu mente y te sientes viviendo la vida al máximo. Sí, extrañaba los abrazos de mi madre, jugar con mi mascota y reírme con mis amigos, pero aún no era el momento de regresar y sabía lo triste que iba a ser para mí.

De pronto estaba acostada en mi cama antigua, viendo un programa por televisión y planeando qué hacer cuando todos mis amigos salieran de la oficina. Mi vida cambió de un segundo a otro y sentí cómo mi corazón se rompía rápidamente al recordar todos esos agitados y mágicos meses.

Lo único que me consolaba es que no era la única en pasar por todo esto y ya varios me habían advertido sobre lo que iba a sucederme. Entonces, ¿qué podemos hacer para evitar este dolor? Llegué a la conclusión de que no hay que hacer nada. No hay que escapar de él, sino que debes dejarlo reposar por unos días y luego seguir adelante.

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Si bien aún quedan fisuras en mi corazón, soy extremadamente feliz y me entretengo en todo momento. A veces me pierdo entre fotografías y anécdotas del pasado, pero entiendo que mi momento por ahora es aquí y trato de vivirlo al máximo. Salgo con mis amigos, converso con mi mamá y acaricio a mi mascota. Hago de todo mientras planeo mi próxima aventura, porque aunque me deprima cada vez que vuelvo a casa sé que vale completamente la pena.

Algunos se preguntarán por qué simplemente no me dedico a viajar por siempre y jamás poner un pie en mi país otra vez. La respuesta es porque creo que en algún punto me acostumbraré a eso. No quiero que una playa de arena blanca y agua cristalina deje de llamar mi atención, ni que un plato exótico no despierte ansiedad en mi.

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La pena que siento al volver es un sentimiento de nostalgia por los buenos tiempos que viví. Estar triste simplemente significa que tuve un viaje increíble.

Mi recomendación para quienes tienen el gen de la pasión por los viajes, es tomarse un tiempo como un momento donde tu alma debe digerir todo los nutrientes con los que acabas de alimentarla. Será un proceso largo y difícil, porque tendrás que acomodar todas las piezas nuevas en su lugar correspondiente y dejar ir todo lo que ya no sirve. Pero eventualmente estarás bien, porque habrás extraído todo lo que tenías que sacar de esa aventura y estarás listo para comprar un pasaje de avión y romper tu corazón nuevamente.

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