Por Bárbara Samaniego
12 febrero, 2015

Viajar en invierno tiene sus ventajas: alojamiento barato y postales sacadas de un cuento de hadas.

Es curioso que, odiando el frío, haya decidido recorrer Europa en uno de sus meses más helados. Y a pesar de que admito haber llorado por la sensación de hipotermia, también recuerdo con nostalgia esos vagones de tren, que se convirtieron en el refugio perfecto para las temperaturas extremas y la nieve constante. Ni siquiera los -20 grados que sufrí en Alemania me hicieron cambiar de opinión: hay algo especial y romántico en los viajes de invierno. Un recorrido en tren se vuelve perfecto si te propones gozar el paisaje, y un cappuccino al resguardo del frío se disfruta el doble cuando tienes como escenario un lago congelado…

Aquí van 5 lugares que se convirtieron, al menos para mí, en descubrimientos inesperados:

1.  Howth, Irlanda:

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Para cualquier amante de la naturaleza, Irlanda es una verdadera joya. Dublín tiene su encanto, un muy buen ambiente y su cerveza es realmente buena, pero nada se compara a los maravillosos parques, reservas naturales y acantilados, cortados como por una mano invisible, a los pies de la inmensidad del mar. Howth es un pueblo pesquero al norte de Dublín, donde puedes acercarte al muelle y ver a las focas, recorrer los acantilados hasta el faro y simplemente quedar sin aliento ante las espectaculares vistas. Y claro, también puedes deleitarte con un clásico Fish&Chips (plato típico, que consiste en pescado y papas fritas). Es muy ventoso y algo helado, pero créeme, eso no le quita ni un poco de gracia: 10 minutos recorriendo sus mágicos rincones bastarán para sentir que has dejado muy muy atrás todo tipo de bullicio o contaminación.


2. Islas de la laguna de Venecia, Italia:

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En Italia pude conocer grandes lugares turísticos, como Roma, Florencia y Venecia. Sin duda alguna, cada uno de ellos tiene lo suyo: tradición, cultura, belleza. Pero para mí, las grandes ciudades no tienen el encanto de otros pueblitos más pequeños. Me sentí atrapada en un pasado remoto apenas bajé del vaporetto, que me llevó, en una tarde de lluvia torrencial, desde la plaza San Marco a las islas de Burano y Torcello. Te enamorarás de las pintorescas casitas de todos los colores de Burano, que convierten este pueblo en un verdadero arcoiris. Y te volverás a enamorar al sentir ese indescriptible misterio que emana de Torcello: solo 11 personas habitan esta isla casi mágica, cuyo monasterio desolado provoca escalofríos si lo visitas al caer el sol.


3. Berlín, Alemania:

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Puede ser que Alemania no tenga el misticismo de estas islas, pero es un país que impacta profundamente por su bagaje cultural y por el peso de su historia. Si no eres el viajero más informado de todos -y quieres asimilar todos esos datos que seguramente olvidaste en el colegio- una buena opción para recorrer la ciudad de Berlín es a través de los free walking tourque se realizan todos los días al mismo horario y que no debes pagar (al menos no si tú no quieres). Berlín destaca por sus “3 c”: cultura, comida y cerveza. Es una ciudad caótica y desordenada, donde la historia negra de Alemania se adivina en cada rincón: podrás informarte de primera mano sobre hitos tan importantes como la 1ª y la 2ª guerra mundial, el holocausto, la construcción y la caída del muro. Que el frío no te impida conocer a fondo; siempre puedes refugiarte al caer la tarde en la barra de algún bar o entrar en calor con las exquisitas muestras de comida local en los mercados callejeros.


4. Zaanse Schans, Holanda:

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Holanda es simplemente precios0. Si Amsterdam se ha forjado una reputación un tanto turbia es solo responsabilidad de viajeros poco objetivos. Cierto es que en la ciudad de las libertades uno puede volverse un poco loco, pero créanme que esconde mucho más que mujeres en el barrio rojo y marihuana en los coffee shops. Un paseo rápido por sus callecitas te lo confirmará. Si tienes tiempo, un imperdible cerca de Amsterdam es Zaanse Schans, un tranquilo pueblito donde el atractivo principal es el paisaje. Cruzas el puente que permite su acceso y te recibe una hilera de molinos, perfectamente mantenidos y muchos aún en funcionamiento. Datan del siglo XVIII, y reflejan de manera clara -y encantadora- cómo era la vida rural en aquella época. El olor a cacao que identificas al cruzar sus verdes laderas es genuino, y si compras una taza de chocolate caliente lo comprobarás. Es producido de manera 100% natural y vale la pena probarlo, sobre todo si hace frío.


5. Hallstatt, Austria:

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Lo admito, antes de comenzar el viaje tenía serios problemas para ubicar geográficamente ciudades como Viena y Salzburgo. Los asociaba, vagamente, a ciertos escenarios narrativos y cinematográficos. Luego supe que Kafka había situado varios de sus relatos en una y que “La novicia rebelde” había sido filmada casi íntegramente en la otra. Austria es cuna de grandes artistas y músicos, como Gustav Klimt, Johann Strauss y Wolfgang Amadeus Mozart, y además, los austriacos crearon las deliciosas Mozartkugeln, bolas de chocolate rellenas de pasta de pistacho, que forman parte de la gastronomía tradicional. El broche de oro es sin duda alguna la zona de Salskammergut, un distrito montañoso compuesto de diversos lagos. Uno de ellos, Hallstatt, es realmente maravilloso, y la vista desde la cima de la montaña, impagable. Una mina de sal constituye el principal atractivo turístico del lugar, que también recibe a diario cientos de escaladores y esquiadores que se acercan a disfrutar del deporte al aire libre. Si no eres muy fan del outdoor, puedes disfrutar de tranquilos paseos por la rivera del lago y sacar preciosas fotografías, con cisnes blancos y patos Rockford como modelos principales.

Así es que recuerda lo que te digo: viajar en invierno hace de cualquier recorrido en tren en un panorama en sí mismo: los paisajes se convierten en escenografías de película, y contemplarlos desde una mullida y confortable butaca es simplemente un regalo visual.

Aunque claro, yo hice un poco de trampa… Todo viaje es así de perfecto cuando se está en buena compañía.

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