Por Romina Bevilacqua
12 enero, 2015

*Este artículo fue escrito originalmente por Anna Lappé, una autora estadounidense de bestsellers y cofundadora del instituto “Small Planet” y el “Small Planet Fund”, quien es además directora de Food MythBusters.

Hace unos años estaba en una reunión comercial de biotecnología escuchando a un panel sobre los OMG (Organismos Genéticamente Modificados). A lo largo de la sesión de dos horas, todos los panelistas alababan los grandes avances de la tecnología, lo que no es muy sorprendente en un evento de este tipo. (En ese momento, los OGM de la plantación comercial se limitaban a las semillas modificadas genéticamente para producir insecticidas y/o para resistir a un herbicida).

Lo inesperado fue lo que vino después: uno de los expositores tomó el micrófono para decir que quienes se oponían a los transgénicos deberían ser juzgados por crímenes contra la humanidad. En serio. Claro, el comentario pudo haber sido una simple mala elección de palabras, sin embargo un sentimiento similar se percibe en los mensajes de la industria de la biotecnología, que señalan que no podemos alimentar al mundo si no nos adherimos a los avances de la tecnología.

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Si mi experiencia en Turquía es una indicación de lo que se piensa acerca de los alimentos transgénicos, la noción de que estos alimentos modificados son la única manera de alimentar a una población creciente, es una manera de salir del paso con los los dos principales pensadores en alimentos y agricultura y los pequeños agricultores –quienes producen gran parte de lo que el planeta consume y el 80% de los alimentos en Asia y el África subsahariana–.

Estos agricultores pueden no tener mucho poder económico, pero he visto el poder de la fuerza de los números en el Congreso Mundial Orgánico celebrado este año en Estambul. La conferencia reunió a personas de 81 países para discutir las últimas investigaciones en los campos agrícolas orgánicos y compartir desarrollos para sectores tanto públicos como privados, que promuevan la agricultura orgánica.

Lo que escuché debe haber hecho temblar a muchos ejecutivos biotecnólogos alrededor del mundo: la agricultura orgánica está despegando en todo el mundo, especialmente donde más se necesita. Alrededor del 80% de todos los productores orgánicos se encuentran en países en desarrollo, siendo la India, Uganda, México y Tanzania quienes lideran estos índices. Hasta la fecha, 162 países cuentan con granjas orgánicas certificadas, y en el año 2012, los 37,5 millones de hectáreas de tierras agrícolas produjeron una cosecha avaluada en $63,8 mil millones de dólares. Si bien eso refleja menos del 1% de la tierra agrícola mundial, la cifra subestima drásticamente la cantidad real de la tierra cultivada usando los principios orgánicos, ya que muchos agricultores no son parte de un programa de certificación oficial. Además hay que considerar que a nivel mundial, la agricultura orgánica ha recibido una fracción de los subsidios y el 0,4% de los fondos para investigación, enfocados en proyectos de agricultura química.

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Uno de los temas de la reunión de tres días que se realizó el pasado octubre, fue el aumento de la creencia de que adoptar estas prácticas está siendo visto como clave para la seguridad alimentaria; desde los departamentos nacionales de agricultura hasta las salas de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Varios expositores citaron a José Graziano da Silva, el jefe de la FAO, quien en una reciente cumbre internacional afirmó lo siguiente: “No podemos depender de un modelo intensivo en insumos para aumentar la producción. Las soluciones del pasado han demostrado sus límites”.

En Estambul, la ex subsecretaria del Departamento de de Agricultura de Estados Unidos (USDA por sus siglas en inglés), Kathleen Merrigan, compartió ejemplos de interés en la agricultura orgánica de dicho departamento: “Los tiempos han cambiado radicalmente“, dijo. “Cincuenta mil personas han tomado un curso de alfabetización ecológica como parte del desarrollo profesional en el USDA”.

Diversas investigaciones, incluyendo estudios presentados en la conferencia en Estambul, están mostrando que la agricultura ecológica puede proporcionar altos rendimientos de forma fiable y que los campos orgánicos pueden prosperar en casos de desastres y coacción, en los que los cultivos que dependen de los químicos son sumamente inestables. Los campos orgánicos por ejemplo, responden mucho mejor ante las condiciones meteorológicas extremas como sequías o inundaciones, que aquellos que son químico-dependientes. Un estudio de 30 años de duración del Instituto Rodale, reveló que los campos agrícolas orgánicos produjeron 31% más en los años de sequía en comparación con aquellos gestionadas químicamente. La agricultura orgánica también puede reducir el uso de energía en las granjas y las emisiones de gases de efecto invernadero. Un estudio comparativo en Eslovaquia encontró que los sistemas agrícolas químicos consumían un 50% más de energía que los sistemas orgánicos.

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Pat Mooney, director ejecutivo del Grupo ETC, una organización contra la pobreza mundial, cautivó a la audiencia con su relato, señalando que el diseño de monocultivos de la agricultura industrial ha diezmado la diversidad de especies en nuestro sistema alimentario. “En los últimos 50 años”, dijo Mooney, “la cadena alimentaria industrial ha destruido el 75% de la diversidad genética de nuestra cadena alimentaria“. El mensaje de Mooney fue que la agricultura orgánica es la clave para evitar que esta biodiversidad desaparezca, algo que los agricultores saben que es el corazón de la seguridad alimentaria.

Después de conocer todo este interés y todos estos beneficios ¿Por qué la agricultura orgánica todavía no tiene un rol más importante dentro del mercado mundial? En parte, la respuesta tiene que ver con el poder, específicamente la consolidación del poder, entre los gigantes del mercado agrícola que se benefician del modelo de agricultura química. Mooney mencionó que en las dos semanas anteriores, la primera y la cuarta empresa de fertilizadores más grandes del mundo, se fusionaron. Mientras estábamos reunidos en Turquía, llegaron noticias de que varias empresas multinacionales, entre ellas varias controladas por Monsanto, habían adquirido acciones en Seedco, la compañía de semillas más grande de África subsahariana. The Ecologist escribió lo siguiente sobre el acuerdo: “En conjunto, esto significa que tres de las empresas de biotecnología más grandes del mundo, Monsanto, DuPont y Syngenta, ahora tienen un punto de apoyo importante en el continente, en los mercados para dos de las tres principales variedades mundiales de cultivos transgénicos: maíz y algodón”.

Nunca sugeriría que los promotores de la agricultura industrial y de los transgénicos tienen una estrategia maquiavélica para la dominación global de la cadena alimentaria, pero la consolidación de la cadena alimentaria es alarmante. Tal vez eso fue lo más inspirador acerca de sumergirse en las historias en Estambul: Los 981 asistentes al Congreso Mundial Orgánico eran las caras de la fuerza contraria. Los agricultores, investigadores y los abogados en las líneas del frente están presionando contra esta consolidación corporativa, y hablando a favor de un sistema verdaderamente sustentable que puede alimentar al mundo.

Visto en: Take Part