Aunque parecía una convivencia ruda, estos cocodrilos realmente se dedican a chapotear en el agua y jugar mientras sortean las horas de calor.
Cuando Vladimir Dinets, un biólogo de la Universidad de Tennessee, escuchó por primera vez que parecía ser que un cocodrilo en el Zoológico Toledo de Ohio estaba jugando con una pelota inflable, no le pareció muy probable. Cuando escuchó de los mismísimos cuidadores del zoológico que atacar una pelota y luego hacer burbujas en el agua, eran ejemplos claros de jugar, decidió darle una vuelta.
Sin embargo, cuando revisó los libros de investigación sobre los cocodrilos y el juego, descubrió que no había nada al respecto. “Las personas que han trabajado con cocodrilos no pensaron en publicar nada al respecto porque pensaron que la idea (de que los cocodrilos juegan) era demasiado obvia”, concluyó Dinets, y es por eso, que se decidió a arreglar el problema.
En un nuevo estudio publicado en Animal Behavior and Cognition, Dinets entrega la primera documentación de comportamiento de juego en los cocodrílidos, un grupo en el que se incluyen, a los cocodrilos y caimanes. Los informes fueron creados a partir de 3.000 horas de observaciones del propio Dinets, así como también, de informes de biólogos especializados en cocodrilos y aficionados. Dentro de su publicación, Dinets reúne más de 15 observaciones distintas sobre el comportamiento de juego en estos reptiles, y con el tiempo sigue añadiendo más.
Debido a que los cocodrílidos pasan tanto tiempo en el agua, no resulta sorprendente que dentro del comportamiento reportado de los animales se incluya el meter sus narices en el agua y luego hacer burbujas. Entre otras observaciones, los reptiles jugaron con flores brillantes, llevándolas entre sus dientes, y se divirtieron entre ellos, por ejemplo, al llevar a sus compañeros a pasear en sus espaldas.
La definición de juego
Muchos animales se divierten, ya sean las nutrias retozando en el río, los gatos persiguiendo láseres o los perros “jugando a pelear”. Sin embargo, a veces es difícil saber si lo están disfrutando o si es otra cosa, como defender su territorio o buscar comida. Aquí entra Gordon Burghardt, otro biólogo de la Universidad de Tennessee (Knoxville), quien desarrolló una definición científica para el juego. Donde, bajo su parámetro, el juego debe ser un comportamiento repetido y placentero, y por supuesto, esto debe ser considerado mientras el animal se encuentre saludable y no estresado.
La definición de Burghardt expandió en gran medida el número de animales que se divierte, incluyendo a las tortugas e incluso a las avispas. Y ahora, con el nuevo estudio de Dinets, los investigadores pueden añadir a los cocodrílidos a la lista.
¿Por qué jugar?
En cuanto al motivo por el cual los animales juegan, nadie sabe realmente. “Esa es la gran pregunta en este momento”, dijo Burghardt. “Pero hay tantos tipos distintos de juego que quizás no haya una sola función”.
Una de las teorías principales es que los animales jóvenes juegan para prepararse para la adultez. Pero esto no explica el por qué muchos animales adultos (incluyendo a los humanos) continúan jugando, ni tampoco existe evidencia que demuestre que el juego realmente haga que los animales sean mejor en sus tareas adultas. Tomemos por ejemplo al ratón saltamontes del Norte (Onychomys leucogaster), un roedor carnívoro que merodea las praderas de Norteamérica. Un estudio de 1983 reveló que los ratones jóvenes que jugaban mucho no eran mejores atrapando grillos cuando llegaron a ser adultos en comparación a sus pares menos juguetones.
De forma similar, estudios recientes sobre el juego en las suricatas (Suricata suricatta) revelaron que estas tampoco mejoraron en sus habilidades de combate ni hubo una reducción en la agresión en estos animales parecidos a la mangosta, que viven en el Desierto del Kalahari.
Todo esto no quiere decir que el juego no tenga un propósito. Estudios recientes sobre los elefantes africanos revelan que el juego ofrece beneficios generales para su bienestar físico y mental. Se obtuvieron resultados similares en las ardillas terrestres de Belding (Spermophilus beldingi), cuando los investigadores demostraron que el jugar aumentó tanto la salud como las habilidades motoras.
En otras palabras, los animales parecen jugar porque es disfrutable, incluso si esto no tiene otros beneficios inmediatos o tangibles.
Dinets se siente esperanzado de que el trabajo realizado con los cocodrílidos dará información valiosa sobre el tema, pero también es algo que pretende dejar para que otros científicos investiguen. “¿Por qué debería tener yo toda la diversión?” finalizó.
Visto en National Geographic