Por Romina Bevilacqua
10 noviembre, 2014

La historia de George el solitario, la última tortuga de la isla Pinta de las Galápagos (Chelonoidis abingdoni), dio la vuelta al mundo y se convirtió en símbolo de la triste realidad que viven las tortugas, donde la gran mayoría de las especies se encuentra amenazada. George, pese a los repetidos intentos por cruzarlo con especies cercanas, no tuvo descendencia y su muerte en junio de 2012 significó la extinción de su especie. Pero actualmente otra especie de tortugas gigantes podría correr mejor suerte.

La tortuga gigante de la isla La Española en Galápagos, en riesgo crítico de extinción, se ha recuperado de este estatus, en lo que se ha llamado “un éxito de conservación milagroso”. Debido a la explotación histórica, la cantidad de tortugas españolas (Chelonoidis hoodensis) en la naturaleza disminuyó a solo 15 en los 1960s. Hoy cerca de 1.000 de ellas se están criando en forma autónoma. Los hallazgos fueron publicados en PLOS ONE.

Entre 1963 y 1974, los últimos de estos gigantes (12 hembras y 3 machos) fueron llevados a centros de cautiverio. El Servicio del Parque Nacional Galápagos comenzó a liberar a sus crías crecidas en cautiverio en 1975, lo que significó que para el año 2007, un total de 1482 tortugas fueron reintroducidas. Alrededor de la mitad de ellas aún están vivas.

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La población está asegurada”, dijo James Gibbs, de SUNY, en un comunicado de prensa, pero el ecosistema del que dependen aún necesita recuperarse. “La restauración de la población es una cosa pero la restauración ecológica va a tomar un tiempo mucho más largo”, agregó.

Los esfuerzos realizados para restaurar especies extintas a nivel local, usando la crianza en cautiverio, dependen por lo general de la viabilidad de la población para evaluar su éxito –pero esto no mide la restauración de las funciones ecológicas y de las interacciones–. Resulta que estas tortugas son también ingenieros del ecosistema como los castores constructores de represas o los carnívoros controladores de herbívoros en Yellowstone. Solo por comer plantas (y luego esparcir sus semillas), estas tortugas dirigen la distribución y abundancia de las comunidades de la vida salvaje.

Desde su reintroducción, las tortugas gigantes han restaurado parte del daño ecológico causado por las cabras salvajes (ahora erradicadas) traídas a la isla por marineros en el siglo 19. La mayoría de estas invasoras fueron asesinadas por hombres armados e intervenciones altamente tecnológicas terminaron completamente con ellas en los 1990s.

Para detectar la forma en que se está comportando la población hoy, Gibbs y sus colegas analizaron unos 40 años de datos de tortugas marcadas que habían sido periódicamente recapturadas para mediciones y monitoreo. Ellos estiman que 864 tortugas estaban aún vivas desde 2007.

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Sin embargo, es poco probable un aumento de la población hasta que se recupere el paisaje de un siglo de daño causado por las cabras. Con toda la vegetación de pastizales devorada, crecieron más arbustos y pequeños árboles. El análisis químico del suelo muestra que hay un cambio mayor de pastizales a plantas leñosas en la isla en los últimos 100 años.

Esto no sólo obstruye el movimiento de animales, desde la tortuga hasta el albatros de Galápagos, sino que también entorpece el crecimiento del cactus. Sus pencas u hojas caídas son vitales para la dieta de la tortuga. Más aún, las cabras habían aprendido a comer de los cactus más altos, comiendo raíces y corteza hasta que el cactus era derribado –“un increíble buffet de cerca de 500 a 1.000 años de crecimiento del cactus, era demolido en una semana o dos”, cuenta Gibbs a la BBC.

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