Por Romina Bevilacqua
5 septiembre, 2014

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No es ningún secreto que las tortugas se encuentran entre los animales más resistentes y longevos de la Tierra, adaptados perfectamente para la vida en ambientes naturales en los que otros simplemente no podrían vivir. Pero para una tortuga particularmente tenaz, ese audaz sentido de supervivencia le permitió resistir décadas en el lugar menos natural de todos.

En 1982, la familia Almeida tristemente descubrió que su amada mascota, Manuela –una joven tortuga de patas rojas– se había extraviado. Su hogar estaba siendo restaurado en esa época y por esa razón la familia asumió que el lento animal se había escapado a través de una puerta que el equipo de constructores había dejado abierta y que probablemente había desaparecido en el bosque cercano a su hogar en Realengo, Brasil. Pero no podrían haber estado más equivocados.

El destino real de su mascota extraviada siguió siendo un misterio por los próximos 30 años, es decir, hasta muy recientemente. A principios de 2013, luego de la muerte su padre Leonel, los hijos de la familia Almeida volvieron a su casa a ayudar a limpiar el depósito que estaba lleno en el segundo piso. Resulta que Leonel era un poco acumulador, por lo que la habitación estaba llena de cosas que encontraba en las calles, como televisiones rotas y muebles.  La familia decidió que la mayoría de las cosas era chatarra y se dedicaron a llevar la basura hacia el jardín.

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Pero cuando el hijo, Leandro Almeida, hacía el viaje hacia el basurero con una caja de discos rotos, un vecino le preguntó si pretendía deshacerse también de la tortuga que estaba dentro de la caja. “En ese momento me puse blanco y no podía creerlo,” dijo Leandro a Globo TV.

Fue ahí que los Almeidas aprendieron que, sorprendentemente, la resistente tortuga se las había arreglado para sobrevivir tres décadas en el depósito. La familia sospecha que la pequeña Manuela se habría mantenido con vida alimentándose de las termitas que había en la habitación, gracias a la presencia de los abundantes muebles descartados por otras personas. Y aunque ella parecía estar  viviendo sin ningún problema en los oscuros confines de la habitación de depósito, Manuela está –sin duda alguna, y en la forma en que una tortuga puede estarlo– complacida de estar reunida con la familia que por tanto tiempo creyó haber perdido para siempre.

Pero a fin de cuentas, es difícil no estar impresionado con la resistencia y el lento pero firme enfoque de supervivencia que tienen las tortugas tanto para vivir con nosotros, y a veces incluso a pesar de nosotros.

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