Por Romina Bevilacqua
19 febrero, 2015

Michelle, su marido y 5 de sus hijos se mudaron a un bus del año 1975 y han ganado mucho más que una aventura.

“A veces, me siento en mi silla de jardín por la noche junto a la fogata y veo al gran bus azul estacionado en mi sitio de acampe –o cualquiera sea el lugar en el que me encuentre en ese momento– y pienso: Wow. Esto es todo lo que poseo en el mundo“. Todo lo que esta mujer tiene a su nombre actualmente se encuentra dentro de este bus escolar de 1975 y en realidad, lo que tiene no es mucho. Compró el bus en Alaska y desde entonces ha recorrido más de 6.400 kilómetros en 6 meses pasando por el territorio Yukon, Columbia Británica y el Noroeste del Pacífico.

“Cuando decides transformarte en en un habitante de una pequeña casa a tiempo completo, realmente tienes que pensar mucho sobre lo que tienes y lo que realmente necesitas. Y con 5 niños viajando con nosotros (tenemos 8 pero sólo 5 viven aún con nosotros), tienes que considerar también sus necesidades”, dice Michelle Kennedy Hogan quien asegura que vivir en un pequeño espacio le ha enseñado mucho a ser minimalista y utilizar sólo lo que de verdad requiere. 

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“El primer paso es evaluar todas tus necesidades en vez de revisar tus cosas y tratar de decidir lo que te gusta y lo que no te gusta. Y tomas sólo lo que necesitarás. Para nosotros eso significó elegir al menos ropa suficiente para vestirnos durante 7 a 10 días”, cuenta Michelle. Sus armarios se han convertido en bolsas y cajas plásticas. Cada uno tiene una caja de un color diferente y una vez que la caja estuvo llena, todo lo demás fue donado.  Para el frío, cada integrante de la familia se quedó con un abrigo grueso y un par de botas. Y nada más.

Cada niño tiene además su propia caja de juguetes, que en realidad se han reducido a una caja completa de Legos y otra caja con otros tipos de juegos ¿Todo lo demás? Por supuesto, lo donaron. 

“Las cosas de la cocina fueron difíciles. Nuestra cocina en realidad es al aire libre así que nos quedamos con algunas sartenes y cacerolas de hierro y platos, bowls y utensilios para cada uno. También tenemos tazas y para mí una copa de vino”, continúa y confiesa que de la tecnología no se han desligado. De hecho tienen lectores Kindle, computadores portátiles y celulares. “Para ver películas, leer libros y hacer el trabajo de la escuela. Esto reduce la cantidad de papeles y libros que guardamos en el bus, aunque tenemos algunas cajas con libros de actividades, trabajos escolares y otras cosas. Pero no me imagino dónde guardaríamos todo si no tuviésemos nuestros Kindles y computadores”, agrega y cuenta que también recurren a los recursos que encuentran cerca como las librerías locales para leer y encontrar información.

Desde la comida a las prioridades: un cambio excepcional

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Para alimentarse han simplificado su menú y han aprendido a comer saludablemente. Algunos de los platos más recurrentes son muchas variedades de ensaladas, tacos y vegetales –crudos o cocinados– aunque también piden una pizza o comida China para llevar de vez en cuando. “Lo pasamos mucho mejor sentados alrededor del fuego y compartiendo entre todos mientras papá cocina. Y tenemos una nueva tradición, de tomar desayuno en un local cada domingo; algo que ahora podemos pagar ya que no gastamos grandes cantidades de dinero en las cuentas del hogar ni el supermercado”, señala Michelle.

Para ella, uno de los mayores beneficios de vivir en el bus es que ahora sí se dedica a pensar en lo que realmente es importante y necesario. Ahora finalmente se da el tiempo para estas cosas. “Para Navidad por ejemplo, no pude comprarle a los niños un montón de cosas. Solía utilizar la Navidad como una excusa para darle a mis hijos todo tipo de regalos que normalmente no habría comprado durante el año, pero esta vez fue diferente. Limitamos nuestro presupuesto y la cantidad de regalos que entregaríamos. Cuatro regalos nos pareció una buena elección. Cuando les preguntamos a los niños qué querían para Navidad nos sorprendimos al saber que en realidad sólo tenían un par de cosas en mente”, dice. Lo que sus hijos pidieron de forma unánime fue salir a cenar a algún restaurante todos juntos –algo que la familia usualmente no hacía, especialmente en Navidad– y pidieron experiencias en vez de objetos palpables. 

Beneficios

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Volverse una minimalista puede ser muy difícil pero he ganado mucho a cambio. Personalmente ahora tengo más tiempo en el día para mí, ya que no paso horas limpiando y ordenando. Si saco a todos los niños me demoro exactamente 30 minutos en tener todo limpio y ordenado en el bus”, señala Michelle. También dice que la volvió una mujer más organizada y una persona que pone más valor a la calidad que a la cantidad.

“No mentiré. Hay días como aquellos largos y fríos días con temperaturas bajo cero, cuando tuvimos que quedarnos encerrados en el bus, en los que casi perdí los nervios. Pero los sobrellevamos y continuamos el camino disfrutando cada día. Tengo algunos deseos para nuestro bus, como un mueble de cocina más alto, pero hemos vivido sin eso por seis meses y sé que no es algo urgente. Esa es probablemente la mayor lección que he aprendido: a diferenciar lo que es esencial en la vida, de lo que no lo es. Tiempo en familia, diversión, disfrutar la naturaleza y sillones cómodos son esenciales. Muchos juguetes plásticos…no lo son tanto. 

Visto en: Inhabitat