Por Romina Bevilacqua
13 septiembre, 2014

Cuando los primeros colonos europeos desembarcaron en Plymouth Rock en 1620, el paisaje que encontraron les debe haber parecido el ejemplo perfecto del estado salvaje. Con el tiempo por supuesto, cabañas y granjas, caminos y senderos aparecerían incluso allí a medida que la “civilización” se asentaba. Pero no podrían haber adivinado que a partir de esos primeros frágiles brotes, todo el continente salvaje sería domado en tan solos unos siglos.

Puede ser difícil de creer, pero uno de los primeros colonizadores de América aún está vivo hoy y todavía da frutas después de 383 años. Entre la primera ola de inmigrantes al Nuevo Mundo se encontraba un puritano inglés llamado John Endicott, quien en 1629 llegó como el primer colonizador de la Colonia de la bahía de Massachusetts.

Con la tarea de establecer un lugar agradable para los nuevos colones en la tierra indómita, el líder peregrino se propuso hacer el área alrededor de lo que hoy es Salem, lo más acogedora posible. Aproximadamente en 1630, con sus hijos como testigos, Endicott plantó uno de los primeros frutales a ser cultivados en América: Una muestra de peral importada a través del Atlántico.  Se dice que declaró en ese momento: “Espero que el árbol ame la tierra del viejo mundo y sin duda cuando no estemos el árbol aún estará vivo.”

El árbol sobrevivió a todos los que presenciaron su el acto donde el árbol fue plantado y a generaciones tras generaciones que le siguieron. En 1763 los colonos notaron que el árbol, apodado el peral Endicott, ya era “muy viejo” y mostraba señales de decaimiento. Pero aun así persistió y continúo dando frutas.  En 1809, el árbol era tan notorio que incluso se ha dicho que el presidente John Adams recibió una entrega especial de sus peras.

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Después de resistir tres fuertes huracanes que abatieron a la región durante la primera mitad del siglo XIX, el árbol se convirtió en una figura querida, incluso se colocó una reja para protegerlo. Ya para 1852, las personas proclamaban al peral de Endicott “el frutal de mayor edad en Nueva Inglaterra”.

Para el día del árbol en 1890, la poetisa Lucy Larcom compuso un poema acerca del árbol enraizado hace tanto tiempo en la historia de América. Durante el siglo XX, el peral de Endicott perduró mientras los Estados Unidos – la nación que precede por 146 años – continuó creciendo a su alrededor.  Mientras resistía fuertes huracanes, e incluso un ataque vándalo en la década de 1960, el árbol nunca dejó da dar fruta.

Aunque sus peras han sido descritas como “medianas, sin atractivo y de textura áspera”, las falencias del árbol más que se compensan por su resiliencia, un legado que durará incluso después de que las arenas del tiempo marchiten sus ramas. El Banco Nacional de Germoplasma para Clonación del Departamento de Agricultura estadounidense, un banco de semillas, clonó exitosamente al peral de Endicott.

Hay algunos vestigios sobrevivientes de esos días tempranos en la historia americana, cuando los colonos europeos llegaron a las tierras indómitas del Nuevo Mundo. Pero a medida que sus tumbas centenarias se han envejecido y desmoronado con el tiempo y sus nombres e historias se han perdido, es reconfortante saber que la historia está enraizada más allá de la memoria humana y la tinta desteñida y que un monumento viviente ha sido fructífero a través de todo.

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