Por Romina Bevilacqua
23 enero, 2015

En los años 70′ y 80′ el tráfico de chimpancés desde África se convirtió en una práctica común en España. Se veían en circos, atracciones turísticas e incluso como protagonistas de fotografías, y muchos incluso hasta el día de hoy aparecen en anuncios publicitarios  o programas de televisión. Ante este preocupante escenario diversas organizaciones animalistas trabajaron –y continúan haciéndolo– por liberar a estos animales de una vida privada de libertad donde no pertenecen y surgieron diferentes refugios o centros de rehabilitación. La Fundación Mona, ubicada a pocos kilómetros de Girona, es uno de los tres centros de recuperación de primates que existen en España y por el momento acoge a todos los que pueden.

Hoy 13 chimpancés y 4 macacos habitan en las instalaciones de este centro para chimpancés maltratados, pero aseguran que hay más de los que pueden acoger pendientes de rescatar en toda España. Además se encargan de concienciar sobre el modo de vida y costumbres de los primates, y de eliminar todos los clichés que los ponen en riesgo. Uno de los errores más comunes que comete la gente es pensar que cuando un chimpancé muestra los dientes es porque está sonriendo. “La realidad es precisamente la contraria: está sufriendo un ataque de pánico”, cuenta Arantxa. Ella es una de las voluntarias que cada día acuden a este centro situado en la localidad de Riudellots de la Selva. Arantxa estudió Biología y llegó para hacer sus prácticas durante un mes, pero fue incapaz de despedirse. En total hay tres trabajadores fijos y cuatro voluntarios como ella.

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La mujer detrás de este centro y su fundadora es Olga Feliu, que impulsó este proyecto en 2000. Olga había estudiado Veterinaria atraída en origen por las vacas lecheras hasta que la casualidad se interpuso en su camino. Gracias a ello acabó colaborando con Simon Templer, representante de la International Primate Protection League en España, y trabajando como voluntaria en un centro de recuperación de primates en Camerún. A su regreso de África no lo dudó y puso manos a la obra para dar forma a Mona.

Los primeros primates que tuvieron fueron un grupo de chimpancés llegados de Valencia. Desde entonces son muchos los que han pasado por aquí, aunque no tantos como les gustaría ya que el obstáculo del financiamiento se acaba alzando siempre como una barrera inquebrantable. “En teoría estos primates pertenecen a aduanas, así que ellos nos pagan una especie de manutención básica de 19.000 dólares (14.000 euros) anuales. En total. El problema es que cada uno de los monos genera unos gastos que rondan los 9.500 dólares (7.000 euros)”, explica Olga. El resto de ingresos , que corresponde a más del 90% del total, los obtienen de particulares gracias a adopciones, donaciones, patrocinios, visitas privadas, etc.

Más allá de la manutención, una de las labores en la que más empeño ponen es en concientizar a la ciudadanía. Prevenir para evitar que algunas de las situaciones que han experimentado los primates se vuelvan a repetir, e insistir mucho en que no todo es lo que parece.

Una imagen distorsionada

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“El problema de elos estereotipos es que el público tiene una imagen muy distorsionada de la conducta real de los chimpancés, y cree que puede tenerlos como una mascota más”, cuentan en el refugio y recuerdan la historia de Víctor. Después de que mataran a su madre, Víctor fue “adoptado” por una señora que veía en él una pequeña persona. Lo vestía con ropa de hombre, le obligaba a comer sentado en la mesa, a comer pizza y beber Coca-Cola ¡Incluso le enseñó a utilizar cuchillo y tenedor!

Pero el instinto animal de Víctor no desapareció y un día, mientras paseaban en el coche este despertó y reventó una de las lunas de un golpe (el parabrisas). Su dueña se asustó y recordó que era un animal salvaje y no un pequeño caniche. Pero lejos de contactar con profesionales, la mujer optó por encerrarlo durante más de 20 años en un pequeño espacio de cemento que medía poco más de un metro cuadrado. Cuando por fin lo rescataron y lo trasladaron hasta la Fundación, Víctor no se separaba de una manta que siempre llevaba junto a él, apenas quería salir y mucho menos relacionarse con nada ni nadie.

Cada caso es único, pero casi todos llegan con problemas de mayor o menor trascendencia psicológica. Los cuidadores tienen que enfrentarse a todo tipo de conductas anormales, como que se arranquen el pelo o se automutilen. “Cuando llegan aquí hay muchos que ni siquiera saben comunicarse o alimentarse por sí mismos”, cuenta Arantxa.

Waty y Bongo son hermanos y nacieron ya en cautividad. Formaban parte de un circo italiano que viajaba por todo el mundo y desde pequeños están acostumbrados a hacer reír al público. “Lo que nos ocurre con ellos es que, cada vez que tenemos una visita, ambos rememoran sus tiempos circenses y empiezan a hacer todo tipo de números buscando la carcajada general. Nos cuesta mucho hacer entender a la gente que, a pesar de todo lo que vean, tienen que evitar reírse porque de este modo sólo consiguen reafirmar la creencia errónea de los hermanos de que esa es su función”, asegura.

Visto en: El Mundo

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