Esta chica hizo una tierna lista de “cosas por hacer antes de morir” para su perrita enferma.
*Este artículo fue originalmente escrito por Lauren Fern Watt.
Cuando mi Mastín Inglés fue diagnosticado con cáncer de hueso terminal, mi mundo se fue al piso. Gizelle había sido mi compañera durante la universidad, durante mis noviazgos, durante la llegada de mis 20s, y también durante la mudanza de la tranquila ciudad de Tennessee a la grande y aterradora Nueva York. Esta perrita no sólo era mi mejor amiga, era mi compañera y confidente. ¿Qué querría decir el veterinario con que le quedaban sólo unos meses de vida?
Mi llanto parecía imparable, pero tenía que mostrarme fuerte para que Gizelle no sufriera más. Así es que decidí que debíamos enterrar nuestras preocupaciones en el parque para perros y crear una lista de aventuras de todo lo que queríamos hacer antes de que llegara ese día. Fue la misión a la que me comprometí para que disfrutáramos y exploráramos las alegrías de la vida. Nos escapamos de la ciudad en búsqueda de cascadas, cocinar langostas, y hacer siestas en el césped. Nos fuimos al mar sin toallas, sólo para disfrutar del secado del sol, y nunca nos estresamos sobre los detalles como si el carro se llenara de arena.
Hacer una lista de deseos para Gizelle no sólo me ayudó a afrontar la pérdida de ella, sino que también fue un paseo increíble. Me ayudó a vivir en el presente y ver la vida como lo que realmente es: una aventura simple, preciosa y dulce. Así que tomamos nuestras maletas y partimos. Estas fueron algunas de nuestras aventuras favoritas:
1. Paseo en canoa
Gizelle y yo siempre mirábamos La Sirenita juntas, y una de mis escenas favoritas es en la que Ariel es llevada en un bote de remos por el príncipe Eric. Así que yo estaba decidida a meter los 72 kilos de mi asustada perrita en una canoa. Al principio, traté de mantener el equilibrio mientras que ella movía sus patas de los nervios. No fue una escena tan romántica como la de Ariel y el Príncipe Eric. Gizelle estaba confundida con el remo salpicando agua en su cara, y cuando una araña saltó a bordo, casi nos volcamos porque empecé a darle manotazos con un chaleco salvavidas. Pero cuando sentimos una ligera brisa, Gizelle apoyó su pesada cabeza en el lado de la canoa mientras flotábamos en el agua y podía ver cómo el viento le hacía cosquillas en la papada. Yo sé que en ese instante, ella estaba admirando la tranquilidad y la naturaleza que no teníamos en la ciudad de Nueva York, porque yo estaba sintiendo exactamente lo mismo.
2. Ver Times Square
Como la mayoría de los neoyorquinos, Gizelle y yo estábamos un poco repelidas por Times Square. Dicho esto, sigue siendo un símbolo de la ciudad de Nueva York, así que decidimos que iríamos a las 6:45 de la mañana antes de que los personajes de dibujos animados y turistas pudieran obstruir las aceras. Las calles estaban limpias, no habían folletos de los shows de Broadway tirados o basura, el sol se levantaba y estaba bastante vacío excepto por algunas familias sonrientes acurrucadas fuera de las oficinas de Good Morning America tomando café. Nos paramos en el cruce de calles más representativo del Mundo y nos dimos cuenta que sí brilla como se supone que debería brillar. Fue mágico.
3. Cocinar langosta en Maine
Viajamos hasta la playa Well’s Beach en Maine para encontrar dos langostas perfectas. Sin saber realmente de dónde obtenerlas, un pescador local que conocimos en la playa nos comentó que las langostas de supermercado eran tan buenas como cualquiera de las de Maine. Me acerqué a la parte de atrás de la tienda y le pregunté al tendero si me dejaba meter el brazo en el tanque para sentir cada una de las langostas y ver cuales eran las más grandes. Antes de cocinarlas en la casa de playa de un amigo, dejé que las langostas se movieran un poquito en todo el suelo de la cocina con Gizelle. Ella las olió como si fueran sus amigos perrunos, y me sentí un poco mal por la corta vida que tendría esa amistad. Pero les dimos un beso de despedida antes de meterlas a la olla. Luego le di a Gizelle con un tenedor, calientes trozos de langosta con mantequilla. Estoy segura que no le importó tanto.
4. Comer helado en el muelle
En el complicado y ocupado Manhattan, es fácil olvidarse de las cosas simples. Mi misión era encontrar un muelle tranquilo donde Gizelle pudiera tomar un helado, ver los barcos flotar, y simplemente disfrutar. No un helado de moda de aceite de trufa o sabores de fantasía, sólo un helado básico de vainilla que a las dos nos encantaba.
5. Hacer un viaje por la carretera
Gizelle amaba los carros. Alquilé uno y junto a ella y mi mejor amiga Rebeca, hicimos un viaje de chicas por cuatro días por Nueva Inglaterra, sin rumbo fijo. Nos turnábamos para poder sacar la cabeza por la ventana, y nos dejamos de preocupar por el trabajo, los plazos, o los niños. De hecho, nuestros únicos problemas reales eran con el mapa de papel (ya que habíamos renunciado a Google Maps para una desintoxicación del teléfono) y tratar de averiguar si Gizelle prefería escuchar Taylor Swift o los Beach Boys.
6. Abrazar tanto como fuera posible
Claro, Gizelle era más grande que yo, pero ella nunca se dio cuenta de eso. Después de descubrir que se estaba muriendo, el pelo de perro en mi cama y la baba en mi cara que alguna vez me molestaron tanto, no parecía importar más que estar abrazada a Gizzele por horas. Ella me enseñó que el amor es el regalo más maravilloso que puedo recibir, y es lo mejor que tengo para dar. Mi pecho y mis piernas se convirtieron en su almohada preferida, y era una sensación increíble.
7. Pasar un día entero en el parque
Durante un día entero, Gizelle y yo nos sentamos en Washington Square Park en el centro de Nueva York, mientras la gente pasaba y miraba. Nos acompañó un hombre cantando una serenata con una guitarra totalmente desafinada y con las cuerdas rotas, hablamos con un chico que tenía un pez tatuado en su rostro y ayudamos a una señora con un kimono rojo a darle de comer a las palomas (Gizelle siempre me presentó a más gente que lo que mi reservada personalidad podía lograr por si misma). Fue entonces cuando me di cuenta de lo orgullosa que estaba de vivir en un lugar tan extraño y al mirar a mi babosa compañera de cuarto, sabía que encajábamos perfectamente.
8. Ir a una fiesta y conocer a un perro lindo
Cuando mi Mastín Inglés fue diagnosticado con cáncer de hueso
Gizelle había sido siempre la que me ayudaba a escoger chicos en nuestra ciudad; ahora era su turno. Cuando me enteré que un amigo tenía una fiesta con 19 perros adorables en la lista de invitados, yo sabía que esta era la oportunidad de Gizelle para conocer a alguien especial. Aquí Gizelle y el lindo Auggie muy pendientes del Beer-pong.
10. Encontrar las mejores donuts del mundo
A medida que se fue enfermando, el apetito de Gizelle comenzó a desaparecer y el mío también. Así que, cuando un amigo nos habló de una tienda de donuts muy naturales y caseras, Congdon’s Donuts, nos fuimos a la costa de Maine decididos a encontrarla. Estas rosquillas eran frescas, tenían diseños muy diferentes y se les formaban pequeñas burbujas de masa rellenas de aire. Nos sentamos en el césped y nos comimos toda la caja. ¿Y saben qué? ¡Todavía no me siento mal por ello!
11. Conocer a Papá Noel
Sabía que el 2014 sería la última Navidad de Gizelle, y realmente quería que conociera a Santa Claus. El único problema era que mi perrita podría tenerle miedo a un hombre alto, con una gran barba y un saco lleno de juguetes. Así que cuando nos juntamos con estos tres pug (ayudantes de confianza de Papá Noel), no podría haber sido más encantador. Aunque los perros no parecen reconocerse tanto unos a los otros y los pugs no eran tan alegres como un Papá Noel humano, de todas maneras me aseguré de darle los regalos de Navidad a Gizelle; un hueso, unos perros calientes y helado de vainilla.
12. Sentarse en la playa en el invierno
Me dijeron que Gizelle no llegaría hasta Navidad, pero en enero nos sentamos junto al océano en Maine cuando nevó… Justo el día antes de morir. Una parte de mí se preguntaba si este era su plan desde el principio, para que me llevara a la aventura, a sabiendas de que terminaríamos en una playa desierta a solas. El cielo estaba blanco, los árboles estaban desnudos, e incluso los pájaros estaban escondidos.
El mundo entero se sentía sin vida, y era difícil de creer que esta playa alguna vez se había llenado de sombrillas con colores del arco iris y niños en lindos trajes de baño. Fue entonces cuando me di cuenta que iba a estar bien al dejar ir a Gizelle. Al igual que yo tenía fe en que de los árboles podrían brotar hojas verdes de nuevo y los niños con sus baldes amarillos volverían a chapotear en el agua una vez más, tuve fe de llevar a Gizelle conmigo. Incluso en el vacío de esa playa ese día, pude ver a Gizelle corriendo libre a lo largo de la costa, rodando en la arena y mirando asustada y con torpeza al acercarse las olas. Yo sabía que iba a vivir a través de mis experiencias y que le di la mejor vida que pude. Y eso para mí, fue la mejor curación que podría haber pedido.
Visto en: Sunny sky 2