Dmitry era un niño cuando por primera vez escuchó historias de un misterioso lugar llamado Chernobyl, no muy lejos de su hogar en Chernihiv. Algo extraño y terrible había ocurrido ahí: una explosión, una evacuación, agua envenenada, aire envenenado.
Él no entendía que la catástrofe fue causada por un reactor nuclear. “Pensé que algo así podría pasar en mi propia ciudad y que íbamos a tener que mudarnos”. Un día, su madre volvió del trabajo y se encontró con todas las ventanas del departamento cerradas y grietas cubiertas. Dimitry ,que tenía seis o siete años, había hecho eso para proteger su hogar. “Tenía tanto miedo,” dice.
A medida en que fue creciendo, su miedo dio paso a una fascinación. Cuando Dmitry llegó a la adolescencia, sabía que quería explorar la zona de exclusión: el área con la cinta policial de alrededor de mil metros cuadrados, que rodea el epicentro del colapso. “Tenía un interés enfermizo.” dice.
“Conocí a Dmitry en Kiev después de mi propia visita –mucho más dócil– a la zona, la cual fue abierta para paseos guiados en 2011. Solo dos días en ese precioso mundo arruinado fueron suficientes para que yo sintiera la atracción“, señala. Pero los verdaderos devotos son los “acechadores”—gente como Dmitry quienes por medio de sigilo y astucia logran encontrar su camino hacia una tierra prohibida.
Mucho antes de su primera aventura ahí, comenzó a buscar información en internet: mapas, historias, descripción de los edificios. En 2009, cuando tenía 23, él junto con unos amigos comenzaron un foro en internet, el cual prontamente atrajo alrededor de 20 miembros de Ucrania, Bielorrusia y Rusia.
Uno de ellos, Igor, ya se había escabullido en la zona dos veces. “A mí me parecía un dios”, dice Dmitry. (Sus apellidos han sido omitidos, ya que sus exploraciones de la zona son ilegales.) Igor aceptó que Dmitry y otros amigos pudieran acompañarlo en su próximo viaje.
Ciudad Fantasma
A pesar de que el área está rodeada por una reja en el límite de 30 kilómetros, puede ser traspasada por aquellos que están dispuestos a hacerlo. Luego de nadar por un río, comenzaron una larga caminata hacía Pripyat, la ciudad fantasma que se encuentra a menos de dos millas del reactor arruinado.
Lo que Dmitry esperaba que fuera un páramo, al pasar de los años se había convertido en un bosque verde. Esa primera noche, con sus pies llenos de ampollas y sangrando debido a la dureza de las nuevas botas que se había puesto para la aventura, estaba acostado, despierto en su campamento improvisado, escuchando a los jabalíes y lobos salvajes, apretando un cuchillo con sus dedos.
“En la mañana, le dije a mis amigos que había tenido la primera noche sin dormir de mi vida. Me miraron sorprendidos, y me dijeron, ‘Nosotros no escuchamos nada’”.
Cuando al fin emergieron, cuatro días después, habían caminado alrededor de 60 millas (90 kilómetros), evitando ser capturados por la policía. Pronto Dmitry comenzó a liderar sus propias expediciones secretas. Estima que ha estado en la zona por lo menos unas cien veces. “Conozco Pripyat mejor que mi propia ciudad,” dice.
Es el lugar más silencioso del mundo
El nombre “acechador” viene de una película rusa con ese mismo nombre, dirigida por Andrei Tarkovsky (probablemente mejor conocido por su película Solaris). Él fue inspirado por una novela de ciencia ficción llamada Roadside Picnic por Arkady y Boris Strugatsky. Estrenada en 1979, la película habla de un lugar desolado y mágico, llamado la Zona, abandonada luego de un golpe de un meteorito, o una invasión alienígena —nadie sabe por qué–. A pesar del peligro o debido a él, algunos valientes son atraídos por su poder. Un hombre solemne, pero infantil llamado Stalker actúa como su guía.
“Es el lugar más silencioso del mundo,” uno de los visitantes (llamado simplemente Escritor) dice en la película, mientras contempla la tierra industrial en descomposición, cubierta por vegetación. “Es tan bello. No hay nadie más aquí.”
Luego de la explosión de Chernobyl en 1986, la película de Tarkovsky se convirtió, en retrospectiva, en una alegoría acerca de la zona verdadera y algunos de sus temas fueron transformados en una serie de videojuegos, comenzando con “S.T.A.L.K.E.R.: Sombra de Chernóbil”.
Dmitry encontró su propia magia en ese primer viaje con Igor, mientras llegaban a Pripyat, una vez una ciudad de casi 50,000 habitantes. No estaban utilizando linternas, por miedo a ser encontrados por la policía. “Había luna llena y una vez que tus ojos se acostumbran a este tipo de luz, puedes verlo todo”, recuerda. “Pareciera como si tu visión se agudizara. Se pueden ver hasta los más mínimos detalles”.
“Tratábamos de caminar muy silenciosamente—no hacer ruido, no ser detectados—pero cada paso se sentía tan fuerte en el silencio de la noche, y esta luna”. De repente, emergieron de los arbustos a una ciudad llena de edificios. Una ventana abierta se balanceaba con el viento, y Dmitry recuerda la luna reflejándose en el cristal y dando la ilusión —tan solo por un pequeñísimo segundo— de que había alguien adentro.
De Acechador a Acechador
En un viaje anterior, Igor se había descansado en un escondrijo de un departamento, en uno de las torres de apartamentos de Pripyat. Habían sillones, sillas y otros muebles. Sentado en el balcón y tomando de una botella de coñac, Dmitry y sus amigos miraron hacia las ruinas cubiertas por la luz de la luna. Al día siguiente fueron sorprendidos al encontrar a otro grupo de acechadores. “Nunca pensamos que eso sería posible,” dice Dmitry.
A lo largo de los años, con la ayuda de un contador Geiger, él y sus amigos han aprendido a no permanecer en los lugares más radiactivos. Pero la contaminación es imposible de evitar. “He respirado bastante radiación y he tomado mucha agua irradiada. Te metes en situaciones en donde no tienes agua fresca, pero estás muy sediento”. El nivel más alto de radiación que ha experimentado es de al menos 0.01 sievert —la cantidad máxima que su contador podía registrar y más o menos lo que una persona recibe de un escáner cerebral–. Esa área fue en el hospital en donde los bomberos que habían respondido a la explosión fueron tratados por enfermedad debido a la radiación. Sus uniformes contaminados aún estaban apilados en sótano.
Dmitry dice que no está preocupado: “Miro a todas las personas que pasaron por esos horribles tiempos y aún están vivas y tienen una buena vida. No son una persona radiofóbica”.
Un par de cuadras desde donde nos conocimos, la calle Khreshchatyk, el gran boulevard de Kiev, aún estaba abarrotado de barricadas de neumáticos y basura lanzados por los protestantes que anteriormente expulsaron al presidente del país. Las tiendas color caqui de su vivaque paramilitar llenaban el boulevard y la plaza de la Independencia. Pero todo está calmo por ahora. En las veredas, jóvenes ucranianos vestidos a la moda hacían compras, buscando ropa de diseñador o se sentaban en cafés tomando vino o expresos. Algunos tomaban fotos del resultado con sus iPhones. Otros sitio de desastre se estaba convirtiendo en una atracción turística.