Por Candela Duato
29 octubre, 2014

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Meses después de dejar al padre de mi hija, le confesé que me estaba costando ajustarme a ser una madre soltera. Me estaba resultando difícil el viajar 4 horas al día. Una hora  en bus para dejar a mi hija con mi madre, luego una hora en el tren de vuelta para llegar al trabajo, para luego hacer lo mismo en las tardes. Después tenía que alimentar a mi pequeña, bañarla, leerle, y mimarla.  Para cuando ya la había acostado a dormir estaba exhausta pero aún tenía que bañarme y prepararme yo para el día siguiente. Tenía que leer, tenía que escribir. Soy, al fin y al cabo, una escritora.

Su respuesta fue algo como, “Dame su custodia. Yo me la llevo.” Como si eso fuera lo que estaba pidiendo.

Ese fue el momento en que apareció la vergüenza que se impone sobre nosotras, las madres solteras. No podemos decir que es difícil. No podemos llorar cuando estamos bajo presión.  Se supone que tenemos que apretarnos los dientes y soportarlo.

Imagino cuantas veces muchas de nosotras hemos ahogado nuestros fuertes gritos con la almohada y llorado amargamente porque estamos desesperadas y solas y nos sentimos deshechas, pero no podemos dejar que nadie nos escuche porque el hacerlo significa que somos débiles, incapaces y egocéntricas.

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Una vez publiqué un artículo exponiendo mi comprensión hacia las mujeres amas de casa. Alguien que comentó la publicación me dijo que yo no era una madre soltera, dijo que yo era una co-padre. Que mi hija necesita a su padre, y que yo no debería usar a mi hija como una pieza de ajedrez en mi guerra con su papá. Esta persona incluso dejó un link que llevaba a la oficina de custodia y manutención de menores. (Sí, lo sé. Debería alejarme de la sección de comentarios. Obviamente, no pude resistirme).

Pausemos un momento para reaccionar. 

¡Es que la gente tiene cojones!

Para ser claros, cuando el padre de mi hija y yo terminamos, nunca le negué sus visitas. Y él siempre pagó la pensión alimenticia. Llegamos a un acuerdo juntos sin pasar por un juicio. Es un padre presente, sí, pero no somos co-padres. Ser “Co-padres” se refiere a la acción de compartir los deberes de criar un hijo.

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Permítanme decir esto en términos clarísimos:

Soy una madre soltera. Soy la que la lleva a sus citas con el doctor. Soy la que está ahí el primer día de clases. Soy la que va a las reuniones de padres. La llevo a sus clases de baile y la preparo para sus recitales. El año pasado, cuando mi hija se hizo un corte profundo cortando un pan, soy quien la sostuvo y lloró con ella, quién envolvió su dedo y la llevo a Urgencias. Soy la que sabe cómo le gusta su yogurt helado (con un montón de gusanitos de gomita y unos pocos trozos de mango). Sé que su comida favorita es el pollo y los tomates secados al sol. Yo le enseñé a andar en bicicleta. He hecho todas estas cosas sola. Soy una madre soltera. Vivo esta vida. Es mía.

Mi hijita cumplió 10 años en agosto. Hace un mes me llamaron de la escuela de mi hija. Escuché la voz de mi pequeña, casi un susurro, diciendo, “Mami, me llegó mi periodo”. (Nota: Leo esta parte a mi hija y le pregunto si puedo incluirla en mi ensayo. Me da permiso. Bendito sea su corazón).

Ella sabía qué hacer. Le había dibujado un diagrama de los ovarios y el útero en un papel. Le había mostrado estos diagramas y le había explicado cómo funcionaba su sistema reproductivo. Le había dicho lo qué era la menstruación, explicándole porqué sucede y enseñándole que es parte de la vida de todas las mujeres. La idea de que le pudiese ocurrir en la casa de su papá le aterrorizaba. Sus grandes ojos café se agrandaban incluso más cuando pensaba en ello: “Mamá, Dios Mío… ¿Qué hago si me pasa en casa de Papi?”

“Me llamas  y te voy a buscar”

“¿Y si me pasa en la escuela?”

“Vas donde la enfermera y luego me llamas”

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Pensé que tendría más tiempo. El cumpleaños número 10 de mi hija me golpeó duramente. Ella creció demasiado ese verano. Ahora usa zapatos de talla de mujer. Cabe en mis zapatos. Cuando la miro, ya no tengo que mirar hacia abajo. (Sí, soy relativamente baja midiendo 1,57 m, pero aún así, ¡ella solo tiene 10 años!) Tiene curvas como su madre. Veo como los hombres la miran.

Recientemente, un viejo de por lo menos 60 años le tiró besos y le dijo “Tú sí estás linda, nena“. La acerqué a mi lado y grité “¿A quién le dices eso?” Su cara se desmoronó. Insistió en que no le hablaba a mi hija. El dijo que yo me estaba volviendo loca. No puedo protegerla de esto o de muchas otras cosas, y eso es lo más difícil de aceptar para mí. No tengo un compañero que me ayude a pasar por esto. Sí, tengo una aldea de amigos que me ayuda, pero en el día a día somos solo mi chica y yo.

Ser madre soltera es difícil. MUY difícil.

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Miro a mi hija y pienso en lo perdida que estaba yo cuando era una niña. En la mala relación que tenía con mi madre. Tuve que convertirme en mujer sin ninguna ayuda.

“Puedes ser valiente y aún así estar destrozada”.
–Roxane Gay durante una charla en el Foro de Libros del Festival de Libros de Brooklyn.

Sé que la criaré bien. Sé que continuaré poniendo todas mis fuerzas en ello. Lo sé porque yo misma me crié sola. Lo hice. No sé cómo. Aún vivo las repercusiones de eso. Aún recojo los pedazos rotos.

Sé que lo haré bien porque esta es quién soy. Y soy implacable. Me niego a dejar que el miedo me paralicé.

Caminé hacia Broadway e hice un paquete de artículos de cuidado para mi nena, con toallitas higiénicas, analgésicos, y una pequeña bolsita donde pudiera llevar estas cosas en su mochila sin tener que mostrárselas a todo el mundo cuando fuera al baño. Le compré chocolate y una tarjeta con una carta de su madre recordándole lo mucho que la amo y lo orgullosa que estoy de ella. Le escribí, “¡No crezcas tan rápido!”.

Original.

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