Por Teresa Donoso
18 septiembre, 2014

mother-child

Si hubiera sabido cómo se sentía la privación del sueño antes de tener hijos…

Si hubiera sabido la cantidad completa de fluidos corporales que tendría que limpiar a lo largo de la infancia de mis niños…

Si hubiera sabido cuánto rechinaría el sonido de “¿Mamá? ¿mamá? ¿mamá?” en mi mis nervios después de escucharlo pro más de un década…

Si hubiera sabido que algunas veces me demoraría más en el baño, sólo para tener unos minutos para mí misma…

Si hubiera sabido que aquellos momentos en el baño serían casi siempre interrumpidos por pequeños puños  tocando a la puerta…

Si hubiera sabido cuán a menudo tendría que repetir las mismas instrucciones y corregir lo mismo una y otra vez…

Si hubiera sabido que cada remedio “perfecto” para el lloriqueo, los gritos, la desobediencia, la falta de respeto y la flojera, sería completamente inefectivo la mitad de las veces….

Si hubiera sabido que amar a tus hijos no significa que te gusten todo el tiempo…

Si hubiera sabido que algunas veces lloraría en la ducha, porque no habría ningún otro lugar más donde desahogarme…

Si hubiera sabido que al final del día estaría tan desconectada, que el sólo pensamiento de estar con mi esposo me causaría repulsión…

Si hubiera sabido que nunca más sería capaz de concentrarme por completo en algo más…

Si hubiera sabido que no se vuelve más fácil a medida que crecen, sino que más difícil de otras maneras…

Si hubiera sabido que casi todos los días me sentiría aterrada de estar fallando como madre de alguna forma…

Si hubiera sabido cuán verdaderamente implacable ser padres iba a ser…

Habría tenido a mis hijos de todas formas.

Porque de no ser así…

No habría sabido el milagro que se siente tener un ser humano creciendo, desde una pequeña  partícula hasta una persona completa, dentro de tu cuerpo.

No sabría que el olor de la cabeza de un recién nacido es la mejor evidencia de que existe el cielo.

No habría conocido la magia que es que un bebé se duerma en tus brazos y nunca querer dejarlo.

No habría conocido la emoción sin par de ver a tu hijo caminar, usar el baño, montar una bicicleta, o leer un libro entero por primera vez.

No habría sabido cómo el sonido de la risa de tu hijo puede alivianar el más pesado de tus días.

No habría sabido cómo una mirada inocente, de ojos  completamente abiertos, puede derretirte hasta el piso.

No habría sabido cuán genial es presenciar el desarrollo gradual de una persona que has ayudado a traer al mundo.

No habría conocido el orgullo de ver a tus hijos navegar a través de situaciones difíciles, usando las herramientas y virtudes que ayudaste a inculcar en ellos.

No habría conocido la alegría pura que podría existir en la lucha constante de tratar de ser un mejor padre.

No habría sabido como el acto de criar a tus propios hijos podría ayudar a sanar tus propias heridas de infancia.

No habría sabido cómo perderse a ti mismo en la maternidad resultaría en encontrar una versión de ti mucho más profunda, fuerte y real.

No habría conocido el calor y dulzura de ser amada sólo como una madre puede ser amada.

No habría conocido el poder crudo y feroz de amar sólo como una madre puede amar.

Y no habría conocido que el dolor y las caídas del camino son superados por la hermosura, alegría y lo maravilloso del viaje.

Si hubiera sabido como realmente era la maternidad, lo habría hecho todo de nuevo

(Sólo hubiera dormido más cuando tuve la oportunidad.)

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