Por Teresa Donoso
3 septiembre, 2014

Este artículo fue redactado originalmente por 

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Antes de tener mis propios hijos, imaginaba el tipo de madre que iba a ser. Esperaba tener una pizca de Carol Brady para ser paciente y una pizca de Claire de Modern Family para tener buen sentido del humor. Lo que sí tenía muy claro era que nunca podría lograr ser como June Cleaver; simplemente preparar la cena todas las noches no va conmigo, y ni siquiera tengo perlas originales.

Cuando junto a mi marido le dimos la bienvenida a nuestro primer bebé en el año 2009, inmediatamente pensé en expectativas realistas para mí como madre y en nosotros como pareja, por que cuál es el punto de tener metas si no son alcanzables? Obviamente yo quería dar lo mejor de mí y ser la mejor madre, pero no quería absorberme completamente por mis hijos y alejarme de mi marido, ni de mi misma. Mientras luchaba por encontrar el equilibrio entre mi empeño y mi realidad, me topé con las expectativas predeterminadas que la sociedad, especialmente otras madres, había establecido para mí.

Las antiguas nociones sobre lo que se supone debe ser una mamá, fueron el tema de un artículo escrito por Amber Doty titulado, Putting Your Husband First  (Poner a tu marido por delante de todo). En éste, Doty audazmente afirma que su marido es su prioridad número uno:

Aunque entiendo… la posible transitoriedad del matrimonio frente a la unión indisoluble entre madre e hijo, considero que la inversión que hago en la relación con mi marido es algo beneficioso para nuestra familia en su conjunto. Dar prioridad a las necesidades de mi marido disminuye las probabilidades de divorcio y aumenta la posibilidad de que nuestros hijos vivan en un hogar con dos progenitores”.

Cuando leí esta frase, asentí en silencio con solidaridad. Ser padres es difícil y, sinceramente, no quiero tener que hacerlo yo sola. Traté de pensar si existían momentos en que había puesto las necesidades de mi marido por delante de las de nuestros hijos, dándome cuenta también que en muy pocas ocasiones había puesto mis propios intereses por delante de los de los demás. No cabe duda de que las cenas con amigos y las noches con mi marido contribuyen a calmar los momentos complicados de crianza.

El razonamiento de la autora, con la cual estoy de acuerdo, es que ella y su marido son un equipo, y que los equipos exitosos practican juntos y llevan a cabo una comunicación abierta. Está claro que conseguir esto último no siempre es fácil, más si los niños están constantemente interrumpiendo conversaciones (y momentos sensuales), por lo que los instantes como pareja que se pasan lejos de ellos son imprescindibles. Lo siento, niños, pero a veces mamá preferiría acurrucarse en el sofá con papá en vez de jugar por enésima vez con ustedes en ese mismo día.

¿Esto nos convierte en malas madres?

Pues sí. Al menos, según los críticos comentarios publicados por varios lectores anónimos. A muchos no les gustaba la idea de que una madre “ignorara a sus hijos de esa forma tan egoísta, complaciendo a su marido”. Otros simplemente no entendían la razón por la que una mujer decidía tener hijos si no le iba a dar su atención absoluta.

Se los voy a aclarar: si nuestros hijos son nuestra única razón de ser, crecerán y se convertirán en personas egocéntricas que no entienden el significado de dar o compartir su tiempo o sus cosas. ¿Acaso no tenemos ya suficientes personas así en nuestra sociedad?

Pedir a nuestros hijos que esperen un minuto o decirles que no, no les va a herir su autoestima. Mostrarle amor y aprecio a nuestra pareja, no les va a causar daños psicológicos. De hecho, es más bien todo lo contrario. Al hacer de nuestra pareja, o de nosotros mismos a veces, nuestra prioridad, estamos enseñando a nuestros hijos a respetar a los demás y a respetarse a sí mismos. Presenciar el apoyo y el cariño que se dan los padres puede que les inculque a los niños sentimientos de paciencia y compasión. No veo qué hay de egoísta en eso. De hecho, me parece una excelente forma de crianza.

No hablo de tomar el próximo vuelo a París o meterse a una clase de cocina mientras tu hijo está en el escenario del colegio el día de su graduación, pero, ¿qué hay de malo en dejar a los niños con la abuela una noche? Eso no te convierte en un mal padre.

Valorar a nuestra pareja, querer a nuestros hijos y encontrar tiempo para nosotros mismos es parte de un matrimonio saludable y una familia feliz. Si queremos construir algo, necesitamos cimientos fuertes, y este es el motivo por el que sigo poniendo mi relación con mi marido por delante de nuestros hijos. Como padres, nuestros objetivos de futuro incluyen la felicidad, la salud y la independencia de nuestros hijos, y quizás también una casa en la playa. Como pareja, esperamos poder evitar los momentos en silencio mirándonos el uno al otro en la mesa de la cocina, sin confiar el uno en el otro aunque nos hayamos casado hace 50 años. Y, como mujer, llevar con orgullo los títulos de Esposa y Madre, pero me niego a perder mi identidad; antes de casarme y de tener hijos, era simplemente yo misma.

 

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