Lo que realmente se siente ser una mujer sin hijos


 

Se ha escrito mucho últimamente sobre la tendencia de hogares que optan por no tener hijos. He leído un artículo tras otro acerca de cómo un número creciente de mujeres y de parejas están optando por este estilo de vida. Los artículos también detallan las implicaciones de esta elección en la sociedad e investigaciones llevadas a cabo en torno a esta tendencia. Pero a pesar de esto, he encontrado que los artículos se saltan una faceta muy importante del tema ¿Cómo realmente se ve y se siente ser una mujer sin hijos?

Hasta cierto punto, siempre lo he sabido. Mientras que todas mis amigas jugaban a las muñecas al crecer, yo quería jugar a ser el maestro en el salón de clases, o vestir a mis Barbies de la mejor manera para que se vieran como mujeres poderosas.

Cuando tenía 24 años comencé a preguntarle a mis médicos si me podían esterilizar. Cada año, decía lo mismo pero nada cambiaba. En cada visita, el médico me decía que yo era demasiado joven para eso, ¿qué pasa si después cambias de opinión? Pero en realidad, yo sé que no cambio de opinión. De hecho, mi deseo de no tener hijos crecía y crecía con cada visita.

Esto no era una inclinación que había aparecido de la noche a la mañana; desde el colegio yo había sido muy franca sobre mi falta de interés por tener hijos. Fue entonces cuando recibí el primer comentario de una de mis mejores amigas “quizás cambias de opinión”. De alguna manera, era como si mis opiniones no fueran importantes debido a que no se alineaban con los deseos que supuestamente tenemos las mujeres.

Cuando estaba en la universidad, mi novio quería hablar sobre su proyección como papá. Cuando le comenté que prefería desarrollar una carrera profesional en vez de una vida con hijos, fue como con todos los otros antes que él, “Vas a cambiar de opinión.” Le pregunté incesantemente acerca de que si él querría apostar su felicidad futura por la posibilidad de que yo cambiara de opinión.

También en la universidad me sentía fuera de lugar cuando mis compañeras hablaban sobre los nombres que les pondrían a sus futuros hijos. Fui invitada a unirme a la conversación una vez, pero con mis excéntricas opiniones, rápidamente me excluí de cualquier conversación futura de este tipo. Una niña, cuyo padre era un especialista en fertilidad, no se contuvo con sus comentarios “Se supone que las mujeres deben tener hijos. ¿Sabes cuántas mujeres mueren por estar en tu posición?” Las otras chicas decían al mismo tiempo con su mirada, “Es evidente que hay algo que está mal en ella.”

Las citas finalizando mis 20s, dieron muchas más oportunidades para que otros cuestionaran mis creencias. Traer a colación el tema en las primeras citas parecía un poco prematuro, pero al mismo tiempo no era justo ocultar mis opiniones. Me pareció que los hombres no criticaban menos de lo que lo hacían mis compañeras. He recibido comentarios desde “Eso está muy mal”, “¿Qué pasa entonces con no seguir conservando la consanguinidad de tu familia?” a “¿Qué clase de mujer quiere eso para su vida?” hasta “Debe ser porque tu infancia fue muy traumática.” Por un lado la aparición constante de esas creencias me hizo querer ocultar mi deseo de una vida sin hijos. Sin embargo, por el otro lado, se convirtió en un gran filtro y rápidamente fui descartando los chicos con los que no debía estar en una relación.

Un mes antes de mi examen anual del año 2012, dejé de tomar mis pastillas anticonceptivas. Apenas a un año de distancia de los 30 años, presenté de nuevo mi caso durante la cita. La respuesta de mi ginecólogo era como un disco rayado, “No hasta que tengas los 30 años”.

Estaba furiosa. Llevaba pidiendo un procedimiento durante seis años seguidos sin cambiar en un solo segundo mis deseos, opiniones o creencias. ¿Por qué la comunidad médica sigue negando mi derecho personal de esterilización? Intenté discutir con ella, citando ejemplos de varios hombres a los cuales se les permitió la vasectomía a la edad de 21 años, pero ella no cambiaba de opinión. Mi enojo fue alimentad por tales ejemplos de sexismo. ¿Cuál es la diferencia entre un hombre adulto de decidir que no quiere procrear y una mujer adulta a hacer la misma elección? ¿Por qué no puedo ser la que decide qué es lo mejor para mi vida? ¿Y por qué, con los avances en la asistencia sanitaria y los derechos de las mujeres, las mujeres todavía se ven obligadas a satisfacer la definición social de cómo las mujeres deben conducir sus vidas? La sociedad ha comenzado a reconocer lo anticuados que son los ideales de una familia estereotipada, pero al mismo tiempo estos ideales están perpetuamente impuestos en nuestro entorno, haciéndole daño a los que piensan diferente.

Una semana más tarde, dejé de lado las opiniones de mi doctor y empecé a averiguar en internet. Era hora de buscar a la fuente directamente. Programé una cita de consulta con un ginecólogo que pudiera realizar el procedimiento. Pasé todo el trayecto preparándome a mí misma y preparando mis argumentos para poder anticiparme a todas las preguntas que posiblemente me iba a hacer. Había investigado opciones de adopción, las estadísticas sobre los huérfanos en el mundo (153 millones en todo el mundo), las cifras de satisfacción y de arrepentimiento por la esterilización femenina (satisfacción 76-98 por ciento y 17.7 por ciento de arrepentimiento en todo el mundo), y también llevé conmigo, el diario de mis últimos años.

La consulta fue breve. Expresé la investigación que había hecho sobre las opciones, mis puntos de vista sobre la adopción si algún día llegara a cambiar de opinión, y la historia detrás de mi decisión. Afortunadamente, a pesar de mi presentación nerviosa y emocional, fui capaz de comunicar mi apasionada postura de una manera muy asertiva. La cita se fijó para seis semanas después. Nunca olvidaré la sensación de alivio que sentí después del procedimiento. Incluso durante mi estado inducido por las drogas, tuve momento para expresar mi gratitud al personal femenino que apoyó mi decisión.

Ya han pasado dos años desde el procedimiento. Incluso con el aumento del número de mujeres que viven sin tener hijos, todavía me toca responder preguntas y afrontar juicios de personas que a veces apenas me conocen (y claramente no me entienden). Es hora de que la sociedad deje de tildar a las mujeres que no quieren tener hijos, y empiece a entender más de todo lo que somos realmente las mujeres. No hay nada malo en nuestra decisión de vivir una vida libre de niños, y no hay nada de malo en nosotros como seres humanos. La decisión de no tener hijos no nos hace menos mujeres que las que deciden ser madres. Sí, todas hemos nacido con la biología para dar a luz, pero no todas estamos destinadas a ser madres. Ser madre es una decisión personal que todas las mujeres tienen derecho a decidir por sí mismas y sin influencia externa o presión social.