Por Candela Duato
15 octubre, 2014

Si nuestras abuelas y bisabuelas pudieran ver cómo las madres modernas se presionan a si mismas, pensarían que estamos locas.

¿Desde cuándo  ser una buena madre significa pasar tus días haciéndoles a tus hijos elaboradas creaciones artesanales, asegurándote de que sus habitaciones estén decoradas como obras maestras sacadas de Ikea,  o vestirlos de punta en blanco con trajes a la moda?

Yo no creo ni por un momento que las madres de hoy en día amen más a sus hijos de lo que nuestras bisabuelas amaron a los suyos. Simplemente, nos sentimos obligadas a demostrarlo a través de fiestas de cumpleaños temáticas ridículamente caras. Con estaciones para hacer tus propias magdalenas con 18 tipos de coberturas distintas  y exagerados regalos.

Por unos cuantos años, caí en ese modelo de crianza que dice que “Cualquier cosa que hagas, yo puedo hacerla mejor,” la cual te obliga a buscar en Pinterest las mejores ideas, ejecutarlas a la perfección, y luego compartir la evidencia fotográfica con extraños y amigos a través de blogs y publicaciones en Facebook.

De repente lo vi claro: No necesitamos hacer de la infancia de nuestros hijos algo mágico. La infancia ya es de por sí mágica, incluso cuando no es perfecta. Mi infancia no fue perfecta y no éramos ricos. Sin embargo, mis cumpleaños siempre fueron muy felices, porque todos mis amigos venían a verme. No se trataba de las bolsitas con regalos, las decoraciones perfectas ni nada de eso. Reventábamos globos, corríamos en el patio trasero, y comíamos pastel. Eran cumpleaños sencillos. Pero cuando miro hacia atrás y recuerdo aquellos tiempos, me doy cuenta que eran mágicos.

La Navidad. Con cuatro niños y un ingreso limitado. Mis padres compraban máximo dos regalos por niño. No había ningún enano en el mostrador monitoreando nuestras actividades. No había pijamas especiales de Navidad. Muy pocas decoraciones, si es que habían. Ni siquiera hacíamos galletas. Cuando era pequeña, el hecho de meterme en la cama con mis hermanos y pensar que podríamos escuchar a los renos de Santa Claus era lo que hacía especial la Navidad. Era muy divertido tratar de mantenernos despiertos. Nos reíamos juntos, y esperábamos con ansias la mañana siguiente. Era mágico. No sentía que me faltaba nada.

No recuerdo jamás haber hecho algún tipo de manualidad con mis padres. Las manualidades eran algo que hacía en el preescolar y la escuela primaria. Las únicas “manualidades” que recuerdo eran las que mi madre hacía en su tiempo libre. El zumbido de la máquina de coser a menudo me adormecía hasta dormir. Mientras ella convertía un paño viejo en accesorios para el cabello, o cuando le hacía el dobladillo a nuestra ropa.

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En casa jugábamos todo el tiempo. Después de la escuela, caminábamos a casa desde la parada de autobús, dejábamos nuestras mochilas y mi madre nos empujaba fuera de la casa. Corríamos con los niños del barrio hasta que llegaba la hora de la cena. Los tiempos son diferentes ahora, y muy pocos de nosotros nos sentimos cómodos dejando que nuestros hijos paseen solos. Hacíamos fuertes con las mantas. Veíamos televisión. Nos deslizábamos con las almohadas por las escaleras. Nuestros padres no eran los responsables de entretenernos. Si nos atrevíamos a decir “estoy aburrido”, nos asignaban algún deber.

Miro hacia atrás en el tiempo y sonrío. Aún recuerdo cómo se sentía divertirse sin preocupaciones.

Mis padres se aseguraron de que no pasásemos frío y de alimentarnos. Planeaban para nosotros alguna actividad especial de vez en cuando (los viernes por la noche, la pizza era una tradición en mi casa), pero durante el día a día-, dependía de nosotros ser niños. Rara vez ellos jugaban con nosotros. La caja en la que venía el refrigerador era un regalo. El resto de juguetes se reservaban para nuestros cumpleaños y los días de fiesta importantes. Nuestros padres estaban cerca por si necesitábamos algo o había un accidente, pero no eran nuestra fuente principal de entretenimiento.

Hoy en día, los padres reciben el mensaje de que es beneficioso para los niños que los tomemos de la mano constantemente. “¿Qué necesitas mi amor precioso? ¿Cómo puedo hacer para que tu infancia sea increíble?” No se puede estar en Pinterest sin tropezarse con 100 Ideas para manualidades de verano, 200 actividades para el invierno, 600 cosas que hacer con tus hijos este verano, 14 millones de ideas para enanos navideños, 12 mil millones de estrategias para el ratón de los dientes y 400 billones de ideas para cumpleaños temáticos.

Los padres no son los que hacen que la infancia sea algo mágico. El abuso y la negligencia grave pueden marcarla, por supuesto. Pero por lo general, la magia es algo inherente a la edad. Ver el mundo a través de ojos inocentes es mágico. Experimentar el invierno y jugar en la nieve como un niño de 5 años es mágico. Perderse en tus juguetes en la habitación es mágico. Recoger rocas y guardarlas en tus bolsillos es mágico. Caminar con una rama es mágico.

No es nuestra responsabilidad fabricar recuerdos artificiales todos los días.

Nada de esto niega la importancia del tiempo que se pasa como familia, pero hay una gran diferencia entre centrarse en estar juntos y centrarse en la construcción de una “actividad”. Lo segundo se siente forzado y se basa en un objetivo predeterminado, mientras que lo primero es más natural y relajado. La enorme presión que los padres se ponen a sí mismos para crear experiencias memorables es tangible.

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Por ejemplo, me han contado que fuimos a Disneyland cuando yo tenía 5 años. No tengo ningún recuerdo de eso, pero he visto las descoloridas fotografías. Lo que sí recuerdo de esa época es el disfraz de pirata que usé para Halloween y que llevaba con orgullo. También recuerdo recoger ciruelas del árbol que estaba frente de mi casa, inundar intencionalmente el jardín del patio trasero para aprender a saltar rocas y jugar con mi perro en la escalera de la entrada.

No tengo ningún recuerdo de las vacaciones para las que mis padres posiblemente ahorraron durante meses: vacaciones que probablemente fueron bastante estresantes. El “lugar más mágico de la Tierra” en mi infancia no era un parque temático. Era mi casa, mi habitación, mi patio trasero, mis amigos, mi familia, mis libros y mi mente.

Cuando hacemos de la vida una gran producción, nuestros niños se convierten en espectadores y su apetito por el entretenimiento crece cada vez más. Debemos preguntarnos, ¿estamos criando una generación de personas que no podrán encontrar la belleza en lo mundano? ¿Queremos enseñarles a nuestros hijos que la magia de la vida es algo que viene envuelto para regalo o que la magia es algo que descubres por tu cuenta?

Planear eventos elaborados, manualidades todos los días y vacaciones costosas no es perjudicial para los niños. Pero si el deseo de hacerlo es el resultado de mucha presión o incluso proviene de la creencia de que son una parte necesaria de la juventud, es el momento de reevaluar las cosas.

Una infancia sin manualidades copiadas de Pinterest puede ser mágica. Una infancia sin vacaciones también puede ser mágica. La magia de la que hablamos y que tanto deseamos que nuestros hijos experimenten no es de nuestra creación. Y no es nuestra. No podemos repartirla como se nos plazca. Se descubre en esos momentos de tranquilidad junto a un arroyo, debajo del tobogán en el parque o en la risa inocente de una vida que está recién comenzando.

Constantemente escuchamos que los niños hoy en día no hacen suficiente ejercicio. Tal vez el músculo menos utilizado sea el de la imaginación, ya que tratamos de encontrar con desesperación la receta de algo que ya existe.

Original.