Este artículo está originalmente escrito por Martha Weinman Lear, autora de “Heartsounds” y “Echoes of Heartsounds”, libros relacionados con problemas cardíacos.
En el ámbito médico, le llaman el Infarto Tipo Hollywood. Ya lo has visto: una mueca de agonía, agarrarse el pecho, un colapso repentino… En fin, un acto muy exagerado.
Para mi esposo, un doctor que se convirtió repentinamente en paciente, esa fue su primera parada en una odisea medica de cinco años, una crisis cardiaca tras otra, finalizando en su última parada en 1978.
A lo largo de todos los años que siguieron, seguí con mi suposición de que el Infarto Tipo Hollywood era la forma en que todos los ataques se supone que suceden.
Me deshice de esta suposición hace dos años, cuando tuve mi propio infarto.
El mío fue así:
Estaba perfectamente bien un momento y levemente mal al siguiente. Una sensación agitada en el esternón que subía hasta la garganta. Una leve presión en el pecho. Más tarde tuve escalofríos, nauseas repentinas, vómitos y algo de diarrea. Nada muy dramático, simplemente una mezcla de cosas que al sumarlas no eran nada que uno pudiera identificar con un nombre. Quizás una gripe, quizás comida que me sentó un poco mal, quizás mucho vino… Pero la presión en el pecho me llevó a decirle a mi segundo esposo: “¿Podría ser esto un infarto?” “Por supuesto que no”, dijo. “Es un virus estomacal, nada más”.
Aún así, la presión me molestaba. Llamé a mi doctor y le conté mis síntomas. La mención de una diarrea, lo que casi nunca es un síntoma presente en los ataques cardiacos, desvió el pronóstico. Me dijo “No parece ser tu corazón. No puedo decir con absoluta certeza que no lo sea, pero no parece mejor vete a Urgencias, monitorea como avanza y vuelve a hacerte un electrocardiograma en la mañana”.
La presión se alivió. Dormí y desperté sintiéndome mejor. Fui a hacerme el examen solo porque dije que iría, esperando -ahora sin síntomas- que me dijeran que estaba saludable. Pero el electrocardiograma primero, y el ecocardiograma de después contaron una historia distinta: un ataque cardiaco considerable, “menor que uno masivo,” dijo mi doctor, “pero mayor que uno leve”. Ambos estábamos muy sorprendidos.
De repente me encontraba viviendo en un recuerdo: el mismo hospital en el que mi marido había trabajado y muerto, la misma unidad coronaria, el mismo cardiólogo… El mismo todo. Esta vez con un esposo distinto llevándome en la silla de ruedas por los pasillos en los que yo había llevado a Hal. Habían fantasmas en cada esquina.
Con un tubo pequeño implantado en la arteria obstruida, me recuperé rápidamente y me dieron de alta en cuatro días. Sin embargo, una infección que cogí en el Hospital me mantuvo ahí cuatro semanas más –tiempo suficiente para recibir una educación reveladora sobre las mujeres y sus infartos.
Sorpresa N°1:
La mayor causa de muerte para las mujeres en los Estados Unidos no es el cáncer de mamas, como muchas personas lo pensarían. Son las condiciones cardiacas. ¿Debería haberme sorprendido? Por supuesto que no. La Asociación Americana del Corazón siempre nos está informando sobre nuestros corazones, pero seguimos sin escucharlos. Posiblemente porque tenemos tanto miedo al cáncer que no nos queda más miedo para temer otras enfermedades. Nos acostamos con miedo y palpando de forma dudosa por los bultos que esperamos no encontrar.
Nuestros corazones matan a más personas que todos los tipos de cánceres combinados.
Sorpresa N°2:
Aprendí que los hombres tienen los dolores más típicos y “abrumadores” y las mujeres tenemos nauseas. Que es más probable que las mujeres tengan señales tempranas, tal como una fatiga fuera de lo común o insomnio. Que es más probable que las mujeres –y esto me asustó muchísimo– mueran al año de haber tenido su infarto. Que nuestros síntomas pueden ser tan variados y matizados que no sentimos miedo ni buscamos ayuda. Por eso morimos. Es por esto que aunque los hombres tienen más infartos, más mujeres mueren a causa de ellos.
Todas estas diferencias de género me parecen magníficamente curiosas. Comencé a entrevistar a doctores y enfermeras y a llevar un diario.
Un enfermero practicante dice: “En las mujeres, de aquí a acá, cualquier cosa puede ser un síntoma.” Esto incluye a la mandíbula, cuello, garganta, espalda, hombros, pecho, brazos, diafragma y abdomen.
“Eso es aterrador”, digo
“Es simplemente información”, dice. “Es bueno estar informada, no aterrada”
“¿Por qué existen estas diferencias?”
“Nadie lo sabe con certeza”
Hay teorías. Muchas. Puede ser porque las arterias de las mujeres son más estrechas que las de los hombres, porque las funciones del sistema micro vascular de las mujeres es menos eficiente, porque su corazón late más rápido o porque le toma más tiempo en relajarse entre latidos…
Hasta hace sorprendentemente poco se había realizado muy poca investigación sobre los infartos de las mujeres. Esto era debido a la creencia generalizada dentro de la comunidad médica de que las mujeres no tenían infartos.
La Medicina comenzó a corregir su comportamiento en 2001. Ha habido una mejoría, a pesar de que las mujeres sólo conforman el 24 por ciento de los participantes en los estudios relacionados a condiciones cardíacas. Hace unos días, el Instituto Nacional de Salud anunció que distribuirá 10.1 millones de dólares para que los científicos incluyan a más mujeres en las pruebas clínicas.
Lo que sí sabemos es que casi medio millones de mujeres sufren infartos anualmente.
Es crucial saber que los síntomas puedan incluir dolor de cuello, de hombros, de espalda o de estómago para poder ser atendidas rápidamente. Pero lo que aún sabemos es cómo reconocer cuando el dolor de espalda, el cual es una queja endémica de los norteamericanos, puede ser una posible señal de advertencia.
En este punto, mi propio doctor me da un pedazo de sentido común: “No reportes cada pequeño dolor. Sé discreta. Pero si es un síntoma que no se parezca a nada de lo que hayas sentido antes, ve al doctor”.