Por Candela Duato
8 noviembre, 2014

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Este artículo fue originalmente escrito por Benjamin Otis, de 13 años.

Estaba comiendo puré de manzana, papas fritas y una hamburguesa cuando mi mamá me dijo que tenía cáncer. Ahora odio esa comida. Cuando empezó a hablar, sabía lo que diría. Simplemente lo sabía. Se suponía que la prueba de la semana anterior no fue nada, pero sabía lo que iba a suceder. Cuando me lo dijo, bajé mi tenedor y perdí el apetito. No podía comer a pesar de que venía de jugar fútbol y estaba hambriento. Me confundía lo del cáncer, sólo la palabra. ¿Iba a morir? Luego mi mamá me recordó las personas que conocíamos que habían sobrevivido, y eso me hizo sentir un poco mejor. Pero esta era mi mamá, y no me sentía tan seguro. Realmente no me reconfortó. Luego pensé que yo iba a tener cáncer, quizás por la genética o algo así. Me preocupó. Yo tomé pecho de ella, ¿quizás me lo traspasó de esa forma? Quería vomitar. Odio vomitar. Quería enojarme, pero no había con quién estar enojado. El cáncer no es una persona.

Las cirugías empezaron demasiado rápido. Durante la primera, estaba en el campamento de fútbol e intenté concentrarme pero miraba constantemente mi teléfono. ¿Estaba bien? ¿Había terminado? ¿Lo habrán sacado todo? Estaba jugando fútbol con mis pies, pero mi mente no estaba en el juego. Me gustó mucho cuando mi tío vino a buscarnos. Nos cuidó y sabía que estábamos a salvo. Nos dijo que mamá estaba bien, cansada y dolorida para bien. Luego me fui a quedar a dormir a casa de unos amigos para intentar mantener la normalidad, y hablé con mi mamá por Facetime. No parecía mi mamá, parecía un impostor.

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Usualmente era ruidosa y loca, pero esta persona era callada y cansada.  Ni siquiera me hacía bromas, eso fue lo que más me asustó. Estaba feliz de poder verla, pero me hizo sentir incómodo, y estaba preocupado porque nunca la había visto de esa forma. Esto es lo que el cáncer le hace a las personas, ¡las cambia! Antes de la cirugía, estaba convencido de que iba a vencer al cáncer, pero luego, cuando la vi tan derrotada, ya no estaba tan seguro. ¿Dónde estaba mi mamá fuerte? Quería llorar, pero estaba en la casa de un amigo y eso me detuvo. Me alegra haberlo hecho. Al día siguiente llegué a casa y mi mamá estaba en una silla. Quería abrazarla pero tenía miedo de que se quebrara, además tenía esos asquerosos tubos. Se veía tan pequeña. Sé que es pequeña pero era un pequeño diferente. Casi como que si se pusiera de pie, tendría problemas. Estaba nervioso porque no iba a ser normal, pero estaba feliz de que estuviera en casa.

Después de otras cirugías, la visitábamos en el hospital por la noche y hablábamos mientras estaba en la camilla. Odio el hospital. Huele raro y sospechoso. En todos lados hay camillas con personas enfermas. Creo que es una prisión para enfermos. No quería que mi mamá estuviera allí. Me gustaba visitarla pero solo quería salir de allí.  Al final me meto en problemas porque ella piensa que no quiero estar con ella, pero no puedo soportar pensar que está “enferma”.  NO está enferma. Eso no es algo que iba a pensar, no me gustan las enfermedades. Mientras más cirugías tenía, más me acostumbraba a ellas, convirtiéndose en una mala rutina, una que no quiero. En el colegio, mis amigos me preguntaban por mi mamá, y yo simplemente quería dejar de pensar en eso. Quería que me dejaran de preguntar, pero sé que estaban siendo amables.

El cáncer nos hizo más fuertes. Ahora podemos enfrentar todo. Pero también me dejó loco porque pienso todo el tiempo que tengo tumores. También me hace ser más cauteloso sobre las cosas. El cáncer no cambió cómo me siento sobre mi mamá como pensé que lo haría. Todavía es una mamá fuerte, más alta de lo que parece, y eso es lo que necesitaba. Realmente no la cambió.  Lentamente y cada día se iba mejorando y poniéndo más ruidosa. Necesitaba saber que el cáncer no iba a cambiar a mi mamá. La amo igual que siempre.

Original.

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