Por Candela Duato
19 octubre, 2014

Hoy pienso en cómo se sentía despertar a tu lado. Pienso en cómo hicimos nuestra propia casa y en cómo te sentía como mi familia. Pienso en lo preocupado que estabas cuando me enfermé y en como mi dolor parece ser tu dolor cuando estoy triste. Pienso en cómo se sintió vivir cada día con el conocimiento de que alguien, en algún lugar, estaba perdidamente enamorado de mí y quería estar conmigo cada momento de su vida. Recuerdo la alegría y la comodidad de llegar a casa del trabajo y encontrar la cena ya preparada con una canción que me encanta sonando. La forma en la que me besaste, la forma en la que me tocaste, la forma en la que mi piel se convirtió en fuego cuando tus labios rozaron mi cuello y hombros. Recuerdo tus brazos alrededor de mí y recuerdo haberme sentido como si nada en el mundo pudiese herirme.

Recuerdo cuando me dijiste que soy asquerosa. Recuerdo todas las noches en las que dormiste en el sillón por algo que dije o hice. Nunca pude entender tu temperamento. Nunca pude entender por qué querías hacerme llorar. ¿Te dolió aunque sea un poco ver a alguien a quien amas romperse completamente? ¿O te hizo sentir como so hubieses ganado? Recuerdo como me abrazaste cuando tenía hipo por el llanto, pidiendo unas disculpas débiles y acariciando mi pelo. Como me rompiste y después recogiste los pedazos uno a uno.“Esto es tu culpa,” insistías. “Si nunca me hubieses engañado nunca pelearíamos”. Recuerdo haber decidido que tenías razón. Recuerdo que me convencías de que tenía suerte de que te quedaras conmigo y de que tu enojo era una cruz que merecía cargar”.

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Recuerdo la manera en que hablabas de mis amigos. Cómo no podía contarte nada de sus vidas porque siempre los juzgabas. Recuerdo como me dijiste que yo era una mala persona por asociarme con malas personas. Recuerdo la manera en que me ignorabas cada vez que pasaba tiempo con ellos. Como tuve que cerrar mi mundo sólo para mantener nuestro hogar en paz. Recuerdo como insistías que me estaban envenenando contra ti, que estaban tratando de sacarte de mi vida. Recuerdo cuando me di cuenta de que eso no sería tan mala idea.

Recuerdo cuando te conté sobre un hombre que me golpeó. Recuerdo lo mucho que eso te hizo enojar. “¿Cómo pudiste dejar que alguien te hiciera daño?” preguntaste, tomando mi cara con tus manos. Recuerdo haberte mirado a los ojos y no haber dicho nada. Dejé que me besaras y que me abrazaras muy apretado. Recuerdo haberme sentido débil. Recuerdo haberme preguntado por qué dejaba que tú me hicieras daño también.

Hoy he pensado mucho en ti. Pienso en lo rápido que eras para decir algo hiriente, tu risa cruel y la rabia que se apoderaba de ti cuando tomabas alcohol. Recuerdo cómo te burlabas de mí. Recuerdo que me tuve que convencer a mi misma de que me amabas y cómo lo usaba para justificar tu desvergonzado abuso emocional. Hoy pensé en ti y hoy pongo en palabras que nada de lo que dijiste o hiciste estuvo bien. Hoy me recuerdo a mí misma que soy capaz de ser amada y que si alguien alguna vez nos hace sentir inferiores, es tiempo de sacarlos de nuestras vidas.

Pero lo que más recuerdo es el día en el que uno de mis amigos fue a decirte que me dejases en paz y con una sonrisa en la cara le respondiste: “¿No te das cuenta de que yo con ella hago lo que quiero?”.

Original. 

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