Por Candela Duato
9 octubre, 2014

A veces lloro por ti, pequeño.

A veces lloro porque el mundo es tan grande y tú eres tan pequeño que me preocupo -Oh, cómo me preocupo- acerca de tu pequeñez en este gran mundo.

A veces lloro porque eres tan grande y yo soy tan pequeño, y cuanto más grande te vuelves para mí, más pequeño me vuelvo para ti, y me preocupo -Señor, cómo me preocupo- sobre mi pequeñez en este gran mundo.

A veces lloro, porque este amor es demasiado grande y mi corazón es demasiado pequeño.  Y un corazón rebosante se siente –extraña y dolorosamente- muy parecido a un corazón roto.

A veces lloro porque me siento abrumada por tu belleza.

A veces lloro porque estoy abrumado por tu peso.

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A veces lloro porque en el proceso de ganarte a ti, renuncié a una versión de mí, y a pesar de que no lo cambiaría aunque pudiera, a veces me echo de menos desesperadamente.

A veces lloro porque tu piel es tan suave, y tus ojos son tan brillantes, y tu alma es tan nueva, y tu corazón está tan abierto, y yo estoy triste. Estoy triste porque tu inocencia se derrumbará con las experiencias brutales y necesarias, porque eres tan dolorosamente humano como el resto de nosotros.

A veces lloro, porque necesitas ayuda de formas en que no puedo ayudarte, y la impotencia que siente un padre -sorprendentemente- se parece un montón al más puro terror.

A veces lloro porque como madre no tengo más remedio que ponerme mis pantalones de niña grande todos los días, y ambas cosas –el no tener elección y los pantalones de niña grande- pueden ser muy, muy incómodas.

A veces lloro porque estoy tan increíblemente cansada –sin sueño, pero cansada-que no puedo hacer nada más.

A veces lloro porque oigo a Dios en tus risitas.

Original.