A mi hija le suplicaré

Este artículo fue originalmente escrito por  N’tima Preusser en Coffe + Crumbs.

48 kilos.

Me había esforzado mucho por ese peso. Era liviana. Era frágil. Contaba mi comida. Mi piel no tenía color, mis poros obstruidos se notaban más, mis ojos estaban amarillentos. Era como si mis órganos externos estuviesen demostrando cómo sufría mi interior.

Podía ver mi clavícula, y eso era lo único que importaba.

Finalmente había pasado a la categoría ‘bajo peso’ según la calculadora de IMC que me perseguía. Estaba ansiosa por menos (y menos, y menos): Celebraba mi debilidad, lo veía como una fortaleza. Sangraba inseguridad. La palabra ‘fea’ me dominaba completamente. Si me decías que estaba ‘gorda’ me hubiese destruido.

Era todo lo que me importaba.

Estaba emocional, mental y celularmente hambrienta. Me tomó años aprender lo que sé ahora, pero hasta que no la tuve a ella no lo comprendí.

Fueron 3 kilos y medio de salvación. Una pequeña niña llena de una gran dosis de claridad. Fue necesario que mi cuerpo se hinchara con la bebé. Que mis huesos sintieran el peso de otro ser humano. El expandirse, contraerse, las cicatrices, los desgarros, todo eso fue necesario para aceptar la gloria de mi cuerpo.

Mi cuerpo, el cual odiaba profundamente, había construido el cuerpo de mi hija. Y para mí, eso era un milagro.

Desde el momento en el que nos vimos por primera vez, sentí la necesidad de enseñarle a amarse a sí misma.

Aún no estoy segura de qué haré para que lo aprenda. No sé cómo las mujeres pasamos de ser bebés que se lazan besos a sí mismas en el espejo, a jóvenes que evitan mirarse. En mi vida hubieron muchas cosas que se fueron sumando. Cosas pequeñas que no se notaban, hasta que me encontré de rodillas en el baño, intentando ocultar el sonido de mi vómito con el agua de la ducha.

No sé como proteger a mi hija de las sexualización que sufren las mujeres en este mundo.

No lo sé.

Pero a mi hija, le suplicaré: “Enamórate de ti misma primero”, esto es lo que importa.

Cuando llegue el día en el que mi hija me mire, y con su inocencia aun intacta, me pregunte si es linda, la cogeré en brazos y le diré: ‘SÍ’.

No le pondré énfasis a los rulos casi perfectos de su cabello o sus ojos azules.

No. Le haré saber que tiene huesos y músculos que pueden llevarla a distintos lugares sin que se canse. Que puede ver y escuchar y saborear el sabor de esa vida que es increíble, todo gracias al cuerpo en el que vive. Haré enfasis en el conocimiento, la verdad y la creatividad que tiene dentro de su cabeza. Le diré que tiene un cuerpo que es capaz, un cuerpo que es poderoso. Un cuerpo que le da vida todos los días y que se sana cuando está enfermo. Un cuerpo que le da y le da y que lo único que pide a cambio es amor.

Cuando mi hija tenga 12, y sufra los primeros golpes de inseguridad y comience a analizar su apariencia, espero que no se fije en el espacio que haya entre sus muslos. Espero que no mida la simetría de su cara o la profundidad de sus poros. Espero que sepa que el número de la balanza sólo es una relación numérica entre su cuerpo y la gravedad.

Ese número no importa.

Quiero que sepa que amar su cuerpo significa tratarlo con cuidado. Significa escucharlo, moverlo y alimentarlo. 

Quiero que sepa que si le da este tipo de amor a su cuerpo, su cuerpo la aceptará inmediatamente. Esto es lo que importa.

Rezo para que en los primeros años de su vida entienda lo que a mí me tomó tanto tiempo comprender: No tienes que estar extremadamente delgada para ser linda.

Le enseñaré con el ejemplo que, al final, amarse a uno mismo da lugar a muchas victorias.

Y eso es lo que importa.

Original.