Anoche mi hijo de cuatro años decidió dormir conmigo.
Durmió increíblemente.
Yo no. Dormir con un niño de cuatro años es como dormir al lado de las manillas del reloj. A medida que la noche avanzada me encontraba, inevitablemente, con sus pies en mi rostro y luego sus manos, para terminar nuevamente con sus pies en mi rostro.
Desperté cansada. Más que cansada. Desperté preguntándome porque no tengo una mini cafetera de color rojo en mi habitación, esperándome con una taza puesta. Así lo único que faltaría sería presionar el botón de elaboración.
Él despertó feliz.
Te amo, mami.
Él no tenía idea de lo cansada que realmente estaba, o de lo dolorida que estaba mi espalda o de que lo único que quería hacer de verdad era dormir unos cinco minutos más. Él estaba muy agradecido de verme ahí.
¿Y tú? ¿Eres una madre exhausta?
¿Te despiertas deseando que el día tenga más horas? ¿Te presionas para llegar más allá de lo que creías posible? ¿Estás trabajando? ¿Limpiando? ¿Haciendo cosas de madres? ¿Aguantando que tus hijos pelean sobre a quién le toca jugar con la consola? (o quizás soy solamente yo)
A veces, ser mamá significa estar cansada.
A veces, ser mamá significa sentirse un poco sola. Como que nadie nota lo que haces. Después de todo, nadie sabría que dormí –a lo mucho– 42.4 minutos anoche. Ahora lo saben porque escribí sobre ello.
La maternidad es muchas veces esta entrega de nosotras mismas en nuestras casas. Y es algo que nadie ve. Nosotras trabajamos. Preparamos macarrones con queso y olvidamos sacar los tallarines, que quedan como una pasta derretida. Recogemos los juguetes de nuestros hijos del jardín. Una y otra vez. Doblamos toallas deshilachadas, unimos a los calcetines huérfanos con sus parejas. Llamamos al doctor. Limpiamos paredes que tienen huellas de manos sucias. Lavamos rostros pegajosos. Ayudamos con las divisiones largas (¿serán fáciles para algún niño?). Limpiamos la cocina. Pasamos un paño por el microondas después de que nuestro hijo decidiera calentar algo por mucho tiempo.
Sí, se podría decir que eso es ‘simplemente’ ser madre. Y que es ‘simplemente’ lo que las mamás han tenido que hacer desde siempre.
¿Saben qué? Desde el principio de los tiempos las madres han tenido que levantarse, lidiar con los temas de sus hijos, asuntos financieros, educacionales, de salud… y la lista sigue.
La maternidad y paternidad son cosas maravillosas, pero no es todo rosas y rayos de sol y saltar felizmente por las praderas tomados de la mano. Es algo realmente difícil. Es algo que no creemos que nos llevará al límite y sin embargo lo hace. Es algo que te da una gran alegría y dibuja una sonrisa en tu rostro.
No estás sola. ¿Me escuchas?
No. Estás. Sola.
Las otras mamás del jardín infantil, en la verdulería, en el trabajo, en la escuela, en las clases comunitarias, en la oficina del doctor, en donde sea que estén… bueno, es muy probable que estén igual de cansadas que tú. Preguntándose sobre todas estas cosas que vienen con ser madre. Y aún así, entregándose a sí mismas a esos niños que aman.
Así que hoy me levanto y te saludo: a ti, madre, que estás cansada y que aún así eres increíble. A ti, mamá que no duerme. A ti, mamá que necesita apoyo. A ti, mamá que trabaja y trabaja y trabaja para su familia y que siente que nadie lo nota. A ti, mamá con tres hijos menores de 5 años y que nunca puede parar para respirar. A ti, mamá con el recién nacido por el cual nunca duermes. A ti, mamá que se queda despierta hasta tarde esperando que sus hijos adolescentes lleguen a casa. A ti, mamá. Así de simple. A ti, mamá.
La maternidad es una travesía para la que se necesita coraje. Siempre ha sido algo muy valiente el criar a otro ser humano independiente a ti. Y a pesar de que te empujen hacia el límite, ellos siempre derretirán tu corazón por las noches y los amarás por siempre. Aunque te vuelvan loca.
Eso es lo que estás haciendo. Amándolos. Incluso en esos días.
Tú. La mamá increíble, valiente, empoderada, sin haber dormido pero luchando. Maravillosa y genial.