Arte honesto, real, e interactivo. Esos tres vértices son los que, en mi opinión, definen y elevan al tipo de expresión artística que genera Ernest Zacharevic.
Este pintor que se auto define como tal (y no como graffitero), baña las paredes de distintos rincones del mundo de una forma espléndida y sin duda, significativa. Es fácil darse cuenta de que cada uno de sus obras nacen de lo que vive en las calles, jugando el rol de “continuación de lo que ya existe”, pero además muchas de ellas podrían catalogarse como “no terminadas”, hasta que las personas se acerquen e incorporen a ellas. Justamente eso es lo que le da un valor especial a sus pinturas: el llamado y la invitación honesta, y como efecto de esto, la participación espontánea de los antes “tan sólo observadores” de estas magnificas intervenciones.
La forma en que trabaja Zacharevic es absolutamente premeditada y dedicada. No es llegar y pintar las paredes, si no que es indispensable el estudio y la investigación profunda, las que convierten su arte en algo coherente y significativo.
Así este artista nos enseña cómo es que el arte no es tomar una pintura y lanzarla sobre un soporte y que la mayoría de las veces las ideas no brotan de la nada, sino que se requiere de algo más que la intención, se necesita pasión, inteligencia y compromiso, para así poder reflejar lo que se quiere reflejar y transmitir desde el alma lo que se quiere transmitir.
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