Por Ignacio Mardones
17 abril, 2015

Ella le dio todo el amor que pudo mientras se iba.

Ella estaba embarazada, y para el ultrasonido de la semana número 20, ella y su esposo supieron que tendrían una niña. También les dieron la noticia de que este nuevo integrante de la familia padecía un defecto terminal llamado anencefalia, el cual consiste en que el bebé no alcanza a formar su cerebro y tiene nulas posibilidades de vida. Aún así hay una glándula que le indica al corazón latir, pero esto es momentáneo.

Su nombre es Michelle Nagle, y cuando escuchó eso por primera vez, se quedó sin aliento mirando el rostro del doctor. ¿Qué se puede responder a eso? Michelle no se podía mover. El tiempo pasaba lento y miraba a su alrededor hasta dar con los ojos de su esposo. Después sus pensamientos comenzaron a aparecer muy rápidamente. ¿No es compatible con la vida? Eso significaba que el bebé moriría. Y además significaba que no habría una linda niña con rizos, no habrían besos, tampoco cuentos nocturnos, abrazos, nada, nada de eso. Y comenzó a llorar.

Estaba cegada. Este era su primer embarazo y toda la alegría que había sentido se transformó en desesperación. Ella tenía dos opciones: ser inducida a las 20 semanas, dar a luz y listo. O llevarla hasta el término del embarazo y conocer a la bebé, que posiblemente no nacería viva. La cosa es que nació viva y sólo vivió por unos minutos. Tuvieron que decirle adiós lo más rápido posible. En ese tiempo, esperó una tercera opción que tuviera que ver con que habría una posibilidad de vida, pero eso no era posible. Estaban devastados.

Decidieron entre ella y su esposo que esperarían a que Lyla naciera para saludarla, decirle hola por un momento, sostenerla en sus brazos y ojalá escuchar su corazón latir y decirle lo mucho que la amaban. De pronto, los sentimientos comenzaron a cambiar, Michelle se sentía feliz de saber que al menos en el presente su hija estaba viva y que la llevaba consigo, sentía ese gozo.

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Cuando nació, Layla fue puesta de inmediato en los brazos de sus padres. Ellos preguntaron a la enfermera si es que tenía latidos y ella les confirmó que sí. Ambos escucharon el corazón de su hija, era lento y pausado y los suyos propios se sincronizaron a ese ritmo, la emoción los embargaba. Por 23 minutos la sostuvieron en sus brazos, besaron sus mejillas, acariciaron sus manos, sus pies, la amaron con cada partícula de su ser, y fueron escuchando cómo los latidos se iban espaciando hasta finalmente desaparecer.

Por Layla, la vida de Michelle y su esposo son más brillantes ahora. Tienen los problemas que a todos nos suceden, pero ellos han adquirido una paz que pocas personas pueden decir poseer. Son sonrientes y agradecidos. Ya tienen una niña de 6 años llamada Eden, que es el tesoro de sus corazones y creen de verdad que la experiencia de haber tenido a Layla los hace querer aún con más fuerza a su nueva hija. De alguna manera ella los sigue afectando, y esperan que lo haga por toda la vida.