Por Teresa Hechem
17 abril, 2015

Gracias a ti, pude vestir a mi hijo con ropa limpia e irnos a casa como cualquier otra persona.

Testimonio escrito por Barbara Carson.

Cuando un niño con discapacidad es pequeño, la gente simpatiza con él. Pero cuando ya es lo suficientemente grande y sigue enfermándose todo el tiempo, uno trata de no molestar a las personas. Solo sonríes y pretendes que todo esta bien. Mi hijo menor, de 14 años, tiene Síndrome de Down y autismo. Además, tiene muchos problemas digestivos. Tengo que asegurarme que vaya al baño cada 2 horas. La mayoría de los días todo funciona bien, pero un día todo salió fuera de control: 

Estábamos esperando para pagar en una larga fila del supermercado cuando mi hijo empezó a tener una diarrea muy fuerte. Tuve que salirme de la línea y le pedí al cajero que cuidara mi carro de compras. De inmediato llevé a mi hijo al baño de mujeres que estaba muy cerca. Él se veía muy mal, comenzó a hacer sonidos y todo indicaba que estaba sintiendo mucho dolor.

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Afortunadamente estaba disponible el baño para personas con discapacidad y entramos. Todas las mujeres del lugar arrugaban sus narices y hacían gestos de disgustos hacia mi hijo. Tanto así, que todas se fueron y el baño quedó completamente vacío.  Traté de usar todos los papeles y jabón posible para limpiar a mi hijo, pero mi bolso con los pañales estaba en mi auto. Él estaba completamente sucio y necesitaba ropa limpia. Yo estaba desesperada porque no podía dejarlo solo y nadie estaba ahí para ayudarme. Mi hijo me miraba sabiendo que yo hacía todo lo posible para ayudarlo, pero se daba cuenta que estaba en una situación difícil que no encontraba la solución. Empecé a llorar desconsoladamente.

Necesitaba a alguien más. Le rogaba a Dios por una amiga. Unos minutos más tarde, entró una mujer y tocó la puerta. Se ve que necesitas ayuda, ¿qué puedo hacer por ti? Lo primero que atiné a decirle fue que era un ángel, porque sí que lo era. Como el auto estaba lejos, le pasé dinero y pedí si por favor podía comprarle algún pantalón de pijamas para mi hijo. Ella volvió con estos y un par de calcetines, que claramente eran necesarios, y a mí se me había olvidado ese detalle. 

Te lo agradezco infinitamente. No tendrías porqué haberte tomado el tiempo y ayudarnos. Todas las demás se fueron, viendo que había una madre en problemas. Pero tú no. No hay suficientes palabras para describir tu amabilidad. Gracias a ti pude vestir a mi hijo con ropa limpia e irnos a casa como cualquier otra persona. 

Durante todo el camino a casa me fui agradeciéndole a Dios porque su mensaje fue claro: no estás sola.