Van a recordar tu risa. Van a recordar que te sentaste con ellos mientras comían su almuerzo.
Esta carta fue escrita originalmente por Lori Gard, creadora del blog pursuitofajoyfullife, y nos recuerda lo valioso que es el rol del profesor. Porque más allá de enseñar asignaturas, un profesor es quien nos prepara para el futuro, y nos acompaña en el camino.
Querido profesor al final del pasillo:
Vi como pasaste corriendo por mi lado camino al comedor. Urgente. Apurado, para alcanzar a comer antes de que la última campana sonara llamando a todos de vuelta al salón. Noté cómo tus ojos mostraban la tensión. Tenías unas leves arrugas en la frente. Pregunté cómo iba tu día y suspiraste…
Me di cuenta que el estrés te estaba afectando. Podía notar como la presión aumentaba. Fue ahí cuando me dije a mi misma que debía preguntarte cómo iban las cosas en realidad. ¿Fue por qué me vi reflejada en ti en ese momento, la razón que me hizo preguntar?
Me dijiste lo ocupado que estabas, que había tanto que hacer. Que no había tiempo para hacerlo todo. Escuché, y después te dije lo siguiente:
Te dije que tenías que recordar que al final del día, no todo se trata de la planificación. No se trata de todas esas elaboradas actividades que hacen los profesores: las decoraciones, las historias que leen, los papeles que rellena… No, no se trata de eso. Eso no es lo que más importa.
Mientras te miraba y veía cómo casi te derrumbabas bajo la presión, fue cuando te dije que ser profesor se trataba de estar ahí para los niños. Porque al final del día, la mayoría de los estudiantes no van a recordar las increíbles planificaciones que elaboraste. No recordarán tus tan organizadas pizarras. Qué tan ordenados y limpios estaban los bancos.
No, no van a recordar esa sorprendente decoración que diseñaste.
Pero te van a recordar a ti.
Tu bondad. Tu empatía. Tu atención y preocupación. Van a recordar que te tomaste el tiempo de escucharlos. Que les preguntaste cómo estaban. Como realmente estaban. Van a recordar esas historias personales que les contaste: tu hogar, tus mascotas, tus hijos. Van a recordar tu risa. Van a recordar que te sentaste con ellos mientras comían su almuerzo.
Porque lo que en realidad importa eres TÚ… Tú eres lo que hace la diferencia en sus vidas.
Y cuando te vi con lágrimas en los ojos, con las emociones fuera de control, te dije gentilmente que no tenías que esforzarte tanto, que parte del estrés surgía de tus propias expectativas. Porque nosotros, a quienes nos importa, solemos ser excesivamente duros con nosotros mismos, mucho más que los alumnos. Porque solemos ser nuestros peores enemigos. Nos torturamos mentalmente por fracasos triviales. Nos decimos que no somos suficientemente buenos. Nos comparamos con otros. Trabajamos para conseguir una planificación perfecta, organizar las actividades más dinámicas y las clases más atractivas, diseñar las decoraciones más llamativas y hermosas…
Porque queremos que nuestros estudiantes piensen que somos lo mejor de lo mejor, y creemos que ese estatus de excelencia se logra simplemente por hacer estos actos. Pero solemos olvidar que la excelencia suele conseguirse por estar ahí, ser amable, ser compasivo, ser transparente, ser auténtico, ser atento, ser nosotros mismos.
Y todos los alumnos que conozco que han elogiado a sus profesores con los mayores halagos, han dicho que lo que estos profesores tenían en común era que les importaban los alumnos.
Los niños pueden ver la verdad del asunto. Todas esas cosas llamativas pueden entretenerlos por un rato, pero la sostenida constancia de empatía es lo que nos mantiene conectados. Son las relaciones que construimos con ellos. Es el tiempo que invertimos. Todas esas pequeños detalles que muestran nuestra preocupación. Es el amor que compartimos con ellos: de aprender. De la vida misma. Pero aún más importante, por las personas.
Y aunque busquemos la excelencia continuamente en nuestra profesión -incluso en esos días de control fiscal y duras demandas-, debemos mantener el curso. Por nosotros y por nuestros estudiantes. Porque es el toque humano lo que en realidad importa.
Eres tú, su profesor, lo que importa en realidad.
Así que vuelve a tu sala y echa una buena mirada. Mira a través de sus conductas, sus problemas y preocupaciones, por más urgentes que puedan ser. Mira detrás de esa pila de papeles en tu escritorio. Mira más allá de los profesores experimentados al final del pasillo. Mira, y vas a ver que está ahí, dentro de ti. La habilidad para hacer un impacto. Una oportunidad en un millón para hacer la diferencia en la vida de un niño. Y puedes hacer todo esto ahora.
Justo donde estas parado, y siendo de la manera en que eres.
Está en ti. Lo sé.
Con cariño,
Ese Otro Profesor Al Final Del Pasillo