Por Josefa Del Real
18 noviembre, 2014
Este artículo es original de CNN escrito por Kerry Egan
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“Se que se supone que odio mi cuerpo,” dijo la paciente en su relajado acento sureño.

Hizo a un lado su almuerzo, algo café y una pila de naranjas. Su hijo pagó mucho dinero para que le llevaran comidas a la casa bajas en calorías, sodio, grasa, y sin azúcar mientras él estaba en el trabajo y ella sola en casa.

Parecían montones de piedras mojadas.

“Realmente podría morir feliz si se me permitiera un último pedazo de torta de caramelo,” dijo con un suspiro. La mujer estaba muriendo de cáncer, y yo era su capellán, “¿No creo que tengas alguno?”

“No, lo siento. ¿Pero por qué se supone que odias tu cuerpo?”

“Bueno, Kerry,” puso una cara de incredulidad por mi pregunta y se rió. “¡Porque soy gorda!”

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Kerry Egan es capellán en un hospicio y autora.

 

Pasó sus suaves manos por sus pesados pechos y su montaña de estómago lleno de cáncer. Se salía por los lados de su silla reclinable. “Lo he sabido desde que era pequeña.” Examinó la manta a crochet que tenía en su regazo.

“Todos me lo dijeron – mi familia, mi escuela, mi iglesia. Cuando envejecí, las revistas y las vendedoras y los novios (me lo dijeron), incluso si no lo dijeron en voz alta. El mundo me ha estado diciendo por 75 años que mi cuerpo es malo. Primero por ser mujer, y luego por ser gorda, y luego por estar enferma.”

Levantó la mirada y esta vez lágrimas amenazaban con caer de sus ojos.

“Pero una que nunca entendí es ¿por qué todo el mundo quiere que odie mi cuerpo? ¿Qué les importa a ellos?”

Hay muchos remordimientos y deseos sin cumplir que los pacientes han compartido conmigo en los meses antes de sus muertes. Pero las historias sobre el tiempo que pierden odiando sus cuerpos, abusando de él, o dejando que abusen de él – los años que pasa la gente no apreciando su cuerpo hasta que están a punto de dejarlo – son algunas de las más tristes.

Porque a diferencia de los más tontos o mejores intencionados percances, los accidentes terribles, los errores que cambian una vida irrevocablemente, este remordimiento no es una equivocación trágica. Es intencional. Es algo que otras personas les enseñan a sentir acerca de sus cuerpos; es algo que otra gente quiere que crean.

A veces se basa en supuestas características físicas no atractivas. Puede que sientan vergüenza por su peso, su vello corporal, sus labios delgados o sus ojos caídos.

Pero este odio hacia el cuerpo también viene de una creencia religiosa sobre los pecaminoso de sus cuerpos. No son siempre los medios y la presión social los que crean este odio; a veces proviene de algo de un pastor o un profesor de domingo, o de las lecciones en casa que empiezan al nacer y se filtran junto con la leche materna. Algunas mujeres crecen pensando que su existencia en un cuerpo que podría ser sexualmente atractivo para alguien más es causa de vergüenza – que sus cuerpos hacen que pasen cosas malas solo por existir.

De cualquier manera, el resultado de estos mensajes es la pena: han vivido sus vidas pensando que sus cuerpos eran algo que tolerar en el mejor de los casos, algo que criticar y odiar en el peor – un problema que nunca pudieron corregir.

Muy seguido, es solo en el momento en que un paciente se da cuenta de que va a perder su cuerpo cuando al fin aprecian lo realmente maravilloso que es.

“Voy a extrañar tanto a este cuerpo,” un paciente, décadas más joven, me dijo. Puso sus manos bajo la tenue luz que entraba a través de las cortinas en su ventana. Las miró como si nunca antes las hubiera visto.

Pensar que pasé todos esos años criticando cómo se veía sin notar lo bien que se sentía – hasta ahora cuando ya nunca se siente bien.
Paciente con cáncer

“Nunca lo admitiría a mi esposo e hijos, pero más que cualquier otra cosa, es mi propio cuerpo lo que más voy a echar de menos. Este cuerpo que bailó y comió y nadó y tuvo sexo e hizo bebés. Es increíble pensarlo. Este cuerpo en realidad hizo a mis hijos. Me llevó por este mundo.”

Bajó sus manos.

“Y voy a dejarlo. No tengo elección. Y pensar que pasé todos esos años criticando cómo se veía sin notar lo bien que se sentía – hasta ahora cuando ya nunca se siente bien.”

No es solo la salud lo que desearían haber apreciado. Es la mismísima experiencia de estar en un cuerpo, algo que probablemente das por hecho hasta que te enfrentas a la realidad de que pronto ya no vas a tener un cuerpo. No importa lo que creas que pasa después de la muerte, sea una vida después, la reencarnación o nada en absoluto, el hecho aún es válido: ya no vas a poder vivir la vida en este cuerpo, nunca más.

La gente que está muriendo enfrenta esa realidad todos los días.

Así que hablan de sus recuerdos favoritos con sus cuerpos. Sobre como sabían las manzanas que robaron del manzanar en su camino a casa de la escuela, sobre como sus piernas y pulmones quemaban mientras escapaban. La sensación del agua la primera vez que nadaron sin ropa. El olor de las cabezas de sus bebés. La briza en su piel la primera vez que hicieron el amor afuera.

Y bailar. He escuchado muchas historias sobre bailar: bailes de la Organización de Servicios Unidos durante la segunda Guerra Mundial; bailes swing en casas de playa en Carolina del Sur; largas y exuberantes noches bailando en discos junto a la carretera y graneros. No puedo contar la cantidad de veces que las personas – más hombres que mujeres – han cerrado sus ojos y dicho “si solo hubiese sabido, habría bailado más.”

Mientras que estos deseos y remordimientos son tristes para cada individuo, traen a la luz preguntas de cómo vivimos nuestras vidas.

¿Qué implica que muchas voces allá afuera insistan que el cuerpo es algo para odiar porque es muy gordo, pecaminoso, feo, sexual, viejo o café? ¿Qué nos enseñemos los unos a los otros, de mil maneras calladas y fuertes, a pensar que somos una vergüenza? ¿Qué nuestros cuerpos son algo que superar, golpear hasta que se sometan, o ser odiados?

¿Cómo estas voces que nos dicen que se supone que odiemos nuestros cuerpos afectan nuestras nociones de cómo cuidamos de los enfermos, discapacitados, viejos, niños, madres, soldados, trabajadores, inmigrantes, hombres y mujeres? Lo que creemos de nuestro cuerpo afecta como tratamos los cuerpos de otros, y como tratamos los cuerpos del otro es como nos tratamos entre nosotros.

“¿Sabés qué, Kerry?” mi paciente amante del pastel me preguntó mientras pasaba la manga de su pijama por sus ojos. “Aunque sea gorda, aunque haya quedado embarazada cuando aún no estaba casada, aunque he tenido este cáncer por 20 años, y no he tenido nada de cabello en años… No odio mi cuerpo. Ellos estaban mal, y siempre lo han estado.

“Pensé que iba a morir por tanto tiempo, que me di cuenta. Y por eso es que he estado tan feliz de todos modos. Solo necesito averiguar cómo traer algo de torta de caramelo a esta casa.”

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