Por Ignacio Mardones
3 julio, 2015

¿Quedarán todavía exploradores como ellos?

Durante el sigo IX muchos países hicieron intentos para llegar al Polo Norte y explorarlo, pero sin duda una de las misiones más originales y recordadas es la que hizo el ingeniero sueco S.A. Andrée con su equipo. Ellos eligieron hacer la travesía en globo, hoy en día eso nos parece una locura, pero hay que saber algo: en esos tiempo también lo era. Más todavía considerando que nadie tenía idea de cómo dirigir bien la nave una vez estando en el aire, ya que las corrientes de viento eran mayormente las que dictaban su rumbo. Andrée era un experto en este tema, y puso toda su energía en diseñar una serie de mecanismos con tal de poder controlar la dirección.

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El ingeniero inventó un método que consistía en colgar pesadas cuerdas desde el canasto principal, estas irían arrastrándose por el hielo y el peso y la fricción le permitirían darle la capacidad de manejo que necesitaba. Él hizo las pruebas una y otra vez en un terreno seguro, luego de estos intentos tuvo la confianza de que lograría su objetivo. El viaje era costoso, pero nada menos que el Rey Oscar II y Alfred Nobel se entusiasmaron con el proyecto y se atrevieron a financiarlo. Además de Andrée, fueron dos personas las que se sumaron a la misión: el ingeniero Knut Fraenkel y el fotógrafo Nils Strindberg. El trío se elevó desde la costa de la isla Danskoya un 11 de julio de 1987, su globo llevaba por nombre “El Águila”.

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Los sistemas ideados por Andrée para controlar su globo eran bastante precarios, pero en realidad la misión entera no era más que una gran fantasía. Ninguno de los que abordaron el globo tenía conocimientos de explorador, no estaban correctamente preparados y las condiciones climáticas en el ártico tenían fama de ser difíciles. Las cuerdas que colgaban del canasto fueron una solución a lo menos ridícula para afrontar un viaje de esa categoría. Apenas despegaron, el globo se desestabilizó y los aventureros casi cayeron al agua congelada. Tuvieron que dejar caer las bolsas de arena para mantener el globo en el aire, pero todo iba a ponerse peor, ya que las cuerdas que le permitían una leve conducción se enredaron para finalmente desprenderse y caer. Los tres estudiosos quedaron volando a la deriva.

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El globo ya no tenía nada que lo mantuviera cercano a la tierra; habían perdido los lastres y las cuerdas. Lógicamente, comenzó a elevarse cientos de metros, eso provocó que el hidrógeno se perdiera con rapidez y a las 10 horas el equipo aterrizó sobre el hielo del Ártico, no sin antes darse unos buenos golpes y deslizamientos peligrosos. Su travesía completa había durado 65 horas en total, pero la aventura estaba lejos de terminar. Ya sin su nave, el equipo avanzó a pie por la nieve. Sus ropas y provisiones les sirvieron para mantenerse varios días, habían cargado rifles, carpas, trineos, así también como un bote plegable. Ninguno sufrió heridas durante el “aterrizaje”,  por lo que pudieron conservar su kit de salvamento y medicinas. De esta manera, continuaron con su viaje hacia una posible base cercana.

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Strindberg, el fotógrafo del grupo, registró algunos eventos con su cámara. Su misión de regreso tuvo tantos fracasos como la anterior, ya que ninguno de los tres era un “explorador”. Ellos tenían conocimientos en ingeniería y ciencia, el otro era fotógrafo, por lo que les costó sobrevivir en el ambiente crudo de témpanos y grietas de hielo. Todo lo que habían hecho hasta el momento era subirse a un canasto y esperar; ahora debían ingeniárselas para no morir de frío ni de hambre, manteniendo el paso hacia la supuesta dirección donde podrían encontrar otras vidas humanas. Lograron mantenerse vivos disparándole a osos polares y a focas, comieron su carne y avanzaron en sus trineos buscando alguna señal, pero el hielo no los acercó a ninguna base ni refugio y las condiciones los hicieron retroceder hasta dejarlos más perdidos que antes.

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Luego de casi dos meses de explorar sin recompensa, decidieron montar un iglú que los protegiera mientras pensaban en cómo proceder. Este nuevo refugio les duró tres semanas, luego el hielo comenzó a resquebrajarse y tuvieron que seguir hasta Kvitoya, una isla cercana y esperar a que el invierno pasara. Los últimos rastros de los excursionistas quedaron en ese lugar. Los tres murieron ahí, pero la causa de su muerte no está del todo clara; se presume que puede haber sido por comer carne de oso polar descompuesta, por cansancio o hipotermia, en cualquiera de los casos, los análisis indicaron que el trío no duró más que unos pocos días en Kvitoya.

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En Suecia desconocían del paradero de los integrantes de la misión. Tenían la certeza de que algo había ocurrido, ya que no habían vuelto en el tiempo estipulado, pero aún así mantenían la esperanza de que los aventureros algún día aparecieran con grandes noticias. No fue sino hasta 30 años después que sus campamentos fueron encontrados por unos cazadores de focas. Muchos de los artículos de la expedición de “El Águila” estaban intactos, incluidos los diarios de algunos miembros y los rollos fotográficos de Strindberg. Los cazadores llevaron los restos a Suecia, donde el país recibió a los investigadores fallecidos como héroes, homenajeándolos y exponiendo las 240 imágenes que pudieron ser reveladas.

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Hoy, esta historia es reconocida como una de las misiones más enigmáticas de los últimos siglos. Parece incomprensible que hombres serios y expertos hayan emprendido una aventura tan descabellada, considerando también que quienes la financiaron fueron personas de alto renombre. Quizás la manera común en que se categorice al trío, sea la de unos científicos incompetentes y exploradores sumamente torpes, pero eso no les haría justicia. Aquí, lo que de verdad se llevó a cabo, fue la persecución de un sueño. Y los tres compañeros que se elevaron en globo desde una costa fría y lejana, ya se han logrado mimetizar con los grandes personajes de ficción.

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