Por Ignacio Mardones
24 abril, 2015

Para ella, es otra manera de conocer el mundo.  

Ella tiene 22 años y sufre de parálisis cerebral, una de sus cosas favoritas de hacer es mostrarle a padres que están asustados y confundidos con los diagnósticos de sus hijos, que estarán bien y que la vida sigue siendo buena a pesar de la discapacidad motora. Ella está convencida de que esos niños también tendrán una oportunidad de ser felices. Su nombre es Kathleen Downes, y se explaya dando razones que defienden el uso de la silla de ruedas.

Piensa que probablemente la mayoría de la gente se pregunte sobre qué cosas la han hecho salir adelante, dada su condición. Y su respuesta es siempre la misma: una de las mejores cosas de su vida, algo que le ha permitido conocer el mundo a pesar de la parálisis, es su silla de ruedas. Y lo confirma una y otra vez. De todas maneras sabe que durante los primeros días de ser padre de un niño con discapacidad, todo el entorno cultural indicará que debes tener miedo y que la silla de ruedas es el último paso, el paso final donde ya no hay esperanzas. Incluso añade que ciertos doctores y expertos hablan de esto como si fuera un “confinamiento”, cosa que no es así, porque más bien es un vehículo que, si no existiera, mucha gente realmente no podría salir de sus casas o hacer su vida con normalidad.

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Ella continúa diciendo que todo lo que vemos en la sociedad nos bombardea con una visión de que las sillas de ruedas son un estorbo, algo que hay que empujar por las veredas para hacerle el favor a alguien. Pero esos miedos son producto de la ignorancia, porque a Kathleen lo que menos le ha provocado su silla de ruedas es confinamiento. Por eso hace una petición general para que la gente la deje de ver de esta manera. Ella ama su silla de ruedas, la ha usado toda su vida, para ella es sinónimo de libertad, de este modo ella puede ir a donde sea. Va a la universidad, al trabajo, de compras, a museos, y así decide por sí misma, no necesita a nadie que la ande empujando.

Comenta que en la sociedad siempre se ha tenido la idea de que caminar es lo máximo. El último premio, la señal de superación más clara. Mucha gente presionará a sus hijos pequeños para que hagan su mejor esfuerzo por ponerse de pie, en sus ojos, la silla de rueda es un defecto. Pero Kathleen dice que los pasos no son lo que definen a una persona. La habilidad de pararse no es sinónimo de tener carácter, y si el niño necesita una silla de ruedas, no es que esté fallando, ni el padre tampoco. Simplemente es una forma diferente de movilizarse. No dice que caminar esté mal, sólo que hay que ver las cosas en contexto.

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Su silla de ruedas le ha dado la oportunidad de hacer cosas que nunca pudo hacer en su caminadora. Puede cruzar un parque sin preocuparse de perder el equilibrio o caerse. Puede andar con gente a su lado sin que ellos tengan que estar atentos a una necesidad en específica de su condición. Puede usar sus manos sin miedo a caerse, visitar lugares, tiendas, lo que sea. No necesita supervisión de nadie. Usa su energía para ir a la escuela, sale con sus amigos, trabaja. Kathleen no tiene nada que envidiarle a un peatón, ella lleva su vida con total normalidad.