S.O.S. Nepal: fragmentos de un viaje realizado meses antes de la tragedia

No puedo dejar de preguntarme cuánto cambió este país. 

Nepal, cada vez que te recuerdo no puedo dejar de preguntarme cuántas de tus maravillas seguirán todavía en pie y cuántos de tus habitantes habrán sobrevivido de alguna manera, porque aunque sigan vivos tras el intenso terremoto, sus vidas ya no volverán a ser nunca las mismas.

Buscaba en Nepal la espiritualidad del Tíbet, la placidez de los monjes budistas, el sonido de los cuencos tibetanos y la armonía con la naturaleza al pie de las montañas.

Nepal me ofreció lo que buscaba, pero de una manera muy distinta a como lo había imaginado. Nepal fue respirar el Sudeste Asiático, a pesar de estar lejos de allí. Fue la intensa espiritualidad de miles de personas rezando y ofreciendo velas, en cientos de pequeños templos perdidos en los callejones de las ciudades y los senderos de los bosques. Fue el sonido de sus habitantes siempre dispuestos a regalar una amable sonrisa y el quejido de los elefantes y escasos tigres.

Pero sobre todo fue un país de contrastes: el salvaje contraste entre verdes valles y nevadas montañas, entre contaminadas ciudades y bucólicos pueblos, entre la pobreza presente en el barro y la riqueza pasada de maravillosos edificios de ornamentadas tallas y estatuas, entre la veneración por los elefantes y su explotación a partes iguales…

Fue Kathmandu, un río de gente, tráfico y polvo de polución. Tan hiperpoblada y contaminada como hermosa y decadente, donde humanos, monos y perros conviven en armonía oriental mostrándonos que el secreto reside en un inteligente reparto del territorio.

Y fue naturaleza en estado puro, desde bosques de floridos rododendros en las montañas, hasta selvas tropicales en el valle, refugio de la más variada fauna. El privilegiado mirador para contemplar lo más cerca posible el anochecer del mágico lienzo en que se convierten los Annapurnas entre las nubes, con la cima sagrada del inexplorado Machapuchare rivalizando por destacar entre todas las demás,… y para aquellos montañeros más aguerridos la puerta de entrada al techo de la Tierra.

Nepal me ofreció mucho a cambio de muy poco y poco puede devolverle a cambio más que los pequeños fragmentos que componen el recuerdo de un viaje. Un viaje que nunca más volverá a ser igual:

1. El ascenso hacia la Pagoda de la Paz está lleno de preciosos bosques de castaños y suelo resbaladizo

Al final del recorrido aparece en la cima del monte, la impoluta visión blanca de la cúpula de la Pagoda de la Paz. Ahora la ciudad se podía ver en todo su esplendor y era mucho más grande de lo que nos había parecido desde sus adentros. En frente de la terraza donde nos encontrábamos admirando Pokhara con nuevos ojos, también se podía apreciar un mirador aún más alto que el nuestro. Allí cientos de parapentes rivalizaban en un enrevesado baile, pareciendo que iban a chocar entre sí en cualquier momento. Ese mirador era Sarangkot y allí decidimos ir a ver anochecer Los Himalayas.


2. Sarangkot, un atardecer mágico en el balcón de los Himalayas

Al principio las nubes ocultaban las cimas, luego hacían que las montañas flotasen en el cielo, pero a medida que el pequeño palco que daba a los Himalayas se fue llenando de público, fueron desvaneciéndose permitiendo que las laderas asomaran transformadas en un lienzo multicolor que variaba con el viento. Desde la gama de los rosas intensos hasta los cálidos dorados, las montañas anochecieron concediéndonos al entusiasmado público una de las más inolvidables visiones.


3. Los trayectos en bus nunca más volverán a ser iguales después de ver los fantásticos y diversos paisajes del país

Al salir de Pokhara nos fuimos despidiendo de las montañas nevadas, que se resistían a desaparecer del fondo del paisaje, mientras las imágenes de la vida rural iban apareciendo y desapareciendo desde la ventanilla como si de una televisión se tratase. A lo largo del camino pudimos observar múltiples chabolas situadas en las cunetas de cada carretera. A pesar de la sencillez de las viviendas que podría traducirse en pobreza a ojos occidentales, se vislumbraba un orden que se podía percibir en la repetición de cada uno de sus diseños.


4. El Parque Nacional Chitwan es el mejor de toda Asia

Chitwan, un precioso reducto de bosques, pantanos y praderas de altísimas gramíneas, llamadas phanta, que lo convierten en el mejor parque nacional de toda Asia.

Aquí podrás ver elefantes, aunque a pesar del respeto que parecen profesarles, es muy injusta la situación de cautiverio y explotación a la que son sometidos. Entre safaris y obligados baños que han de repetir hasta la saciedad, con la complicidad de los turistas que muchas veces no son conscientes de que están viendo prisioneros.

También es relativamente fácil -al menos a la distancia- ver rinocerontes indios de un solo cuerno, estrellas del parque; así como ciervos, búfalos, monos, como el macaco rhesus de la India, cocodrilos, aligatores, pavos reales, gallos salvajes, martines pescadores, garcetas, múltiples insectos,… y si eres afortunado incluso podrás salir vivo del encuentro con tigres y osos negros, denominados bahlus, como el del Libro de la Selva.


5. Katmandú: multitud, negocios y templos a cada paso

Aquí verás a personas que convirtieron cada bajo de sus casitas en pintorescas tiendas, dando lugar a más de 2500 negocios concentrados en tan solo media docena de estrechas calles. Carnicerías con trozos de cadáveres expuestos en mostradores al aire libre, a merced de moscas y perros que esperan su bocado. Joyas con piedras naturales, preciosas y semipreciosas, verdaderas y falsas, mezcladas en un mar multicolor. Tiendas para montañeros expertos y aficionados con todo lo necesario para llegar a los campamentos base o escalar el Everest.  Y sobre todo restaurantes y guesthouses para acoger a los viajeros que divagan sin cesar.

Y finalmente el auténtico corazón neurálgico de la ciudad: los tres cuadrantes de la plaza Durbar (nombre cuyo significado es palacio), donde se coronaba a los reyes y Patrimonio de la Humanidad desde 1979. Deambular por la plaza contemplando extasiado los diferentes templos y edificaciones que van apareciendo como al azar entre la gente, no sólo significa dar un paseo por la historia de la ciudad, sino que el mayor descubrimiento es ser consciente de cómo las diferentes civilizaciones se han ido desarrollando a cada lado del mundo, de forma tan paralela pero a la vez tan diferente.

Casi toda la plaza data de los siglos XVII y XVIII, aunque la mayor parte de los edificios originales son bastante más antiguos. Y es aquí donde mi corazón se detiene, ya que tras releer en Lonely planet el dato para escribirlo, veo algo en lo que apenas había reparado cuando preparé mi viaje: “tras el gran terremoto de 1934 muchos de los edificios fueron reconstruidos...”. No puedo dejar de preguntarme cuántos se tendrán que reconstruir tras el gran terremoto de 2015 o si todo lo que estoy describiendo ya no existe más allá de mis recuerdos. Sólo sé que ahora pertenece a la realidad de quienes fueron afectados por esta tragedia que conmovió al mundo.