Perderme en Turquía sin hablar turco, me regaló una experiencia insuperable

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Esta es otra prueba de que hay personas increíbles en el mundo.

Después de cada viaje, llega la hora de recordar y compartir las historias que hayamos “recolectado” durante el mismo. En esta ocasión, se me ocurre contar la coincidencia de no hablar turco que nos llevó a encontrarnos con Sebaittin Candan Hasan Gülhanim, un estambulita puro que nos acompañó durante todo un día de trabajo. En serio, todo un día.

En el séptimo día del equipo Cassiopeia en tierras turcas, Marcos Cristina y yo nos separamos de Silvia y Aideé desde la primera hora de la mañana. El primer punto del día era la fortaleza de Yedikule, en el barrio de Fatih. Sabíamos que debíamos tomar el bus en la zona del puente de Gálata.

Ninguno de nosotros habla turco y, de mala suerte, ningún conductor hablaba inglés, aún menos español. Un hombre de cincuenta y tantos también esperaba el autobús, así que le mostramos el nombre del sitio al que íbamos escrito en un papel. Ese fue el momento clave donde se expresó con total confianza: le quitó los lentes graduados a Cristina y se los puso él sin ninguna preocupación aparente.

Por suerte, él llevaba el mismo rumbo y nos subimos todos en el mismo bus. Así empezó la jornada de “hablar” y conocernos a través de signos y señales. Como un estratégico azar, había que pasar antes por la calle donde vive Candan para llegar a Yedikule.

Nos invitó a pasar y nosotros accedimos. “¿Algo para beber?”, nos preguntó y nosotros encontramos inaceptable despreciar un café turco, mejor aún que fuera casero. Entre cigarrillo y cigarrillo nos “habló” del éxito laboral alcanzado por su hijo en un banco, de su rutina de esa mañana y la de cada día. Nos mostró sus credenciales para poder pronunciar bien su nombre y nos presumió de su huerto, donde nos sentamos a beber el café con una vista privilegiada de la fortaleza que visitaríamos más tarde.

Al terminar el segundo café, nos sorprendió haciendo lecturas. Éstas consisten en visualizar el presente y futuro de quien lo haya bebido, a través de las marcas que dejan los residuos finales. Es importante mencionar que es una tradición turca que ha rebasado la resistencia de la actualidad.

Luego de unas cuantas gotas de lluvia que ni siquiera lograron movernos de nuestro cómodo sitio, seguimos con nuestro recorrido en la fortaleza, caminando cuesta abajo hasta llegar a la orilla del Cuerno de Oro. Ese día teníamos una cita gastronómica en un restaurante al que había que llegar en taxi. Él, sin ningún reparo, se incluyó con nosotros en el auto y nos fue de ayuda tremenda para indicar direcciones a los conductores turcos. Después llegamos al restaurante y lo invitamos a la degustación.

Uno de los momentos más gratificantes, fue compartir el banquete con un hombre que probablemente nunca había probado los típicos platos turcos en un ambiente medianamente pomposo. Agradezco conocerlo, ya que su amabilidad y desinteresada ayuda nos regalaron una deliciosa jornada.

Estoy casi segura que Candan no recuerda nuestros nombres, ni los países de donde somos. Tal vez nunca entendió completamente qué hacíamos en su ciudad. Me gusta pensar que seguramente hará lo mismo por otro grupo de viajeros que encuentre en el camino y cuyas caras luzcan bastante confundidas. Al igual como las que teníamos nosotros.