Una mirada dice más que mil palabras.
Las conocí en Estambul, Turquía, durante el verano en la ciudad de los tres imperios. Las que viven y crecieron allí aún tienen arraigada la tradición conservadora islámica de cubrirse con un velo la cabeza. De vez en cuando y en pequeños descuidos dejan asomar su melena fuera de éste, y se logra ver un festín de variedad de hebras: algunos rizados, otros dorados; los hay en negro, en liso o nevados, pero todas con el visible orgullo de ser mujeres turcas que saben mirar, que saben sonreír.