Por Catalina Vásquez
10 abril, 2015

¿La eterna juventud podría tener relación con la flojera?

Cuando Jonas, el lémur enano de cola gruesa murió recientemente en cautiverio a la madura edad de 29 años, era el más viejo de su especie conocido hasta entonces. Pero Jonas no sólo duró más que sus parientes lémures en cautiverio, sino que vivió mucho más de lo que la ciencia hubiese esperado, considerando su tamaño.

Un nuevo estudio del Semanario de Zoología que fue publicado en la página web IFL Science, atribuye esta excepcional longevidad al hecho de que el lémur enano es capaz de entrar rápidamente en un estado de letargo. Lo que puede hacer tanto por largos periodos de días o meses (hibernación) como también por unas pocas horas (conocido como torpor). Los investigadores buscaron información en más de 50 años de registros de ésta y otras tres especies de lémures en el Duke Lemur Centre. Y concluyeron que el aumento de la longevidad en los hibernadores puede ser resultado de un engranaje celular que los hace resilientes al stress metabólico, el que es asociado al envejecimiento.

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Una foto de Jonas, el lémur enano de cola gruesa que vivió mucho más de lo esperado.

Entre los mamíferos, el tamaño corporal se correlaciona con la esperanza de vida: las especies más grandes viven más que las pequeñas. Sin embargo, esta relación no es perfecta y a veces hay grandes excepciones, como la de Jonas y otros lémures enanos de cola gruesa, lo cual quiere decir que ellos pueden darnos una idea de qué es lo que determina su longevidad.

La llama que arde con el doble de intensidad

En 1908, Max Rubner propuso la primera teoría basada en evidencias respecto al envejecimiento. Él observó que mientras más grande era una especie de mamífero, más lento era su metabolismo, lo que significa que los mamíferos grandes utilizan menos energía por kilogramo de masa corporal que los más pequeños y además, estas especies cuyos cuerpos son más grandes también viven más. Al juntar estos dos hechos, parece claro que los mamíferos de vida corta tienen un metabolismo más acelerado. Cito a Lao Tzu (y a la película Blade Runner): “La llama que arde con el doble de intensidad, dura sólo la mitad”.

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Rubner demostró que los caballos, vacas, perros, gatos y cuyes (cobayos) usan unas 200 kilo-calorías por cada kilo de peso corporal en el transcurso de sus vidas. Entonces, durante todo ese periodo, cada animal realiza la misma cantidad de trabajo corporal por kilo de peso; lo que significa que los animales de vida corta lo hacen más rápido y los de vida larga lo hacen más lento.

Esto se convirtió en la Teoría del ritmo de vida. Esta afirma que el metabolismo de la energía es invariablemente asociado al daño que se acumula con el paso del tiempo, causando eventualmente un declive en la función celular, y finalmente la muerte. Mientras más rápido es el metabolismo, más grande el daño, y más corta la vida. En 1956 la Teoría de los radicales libres en el envejecimiento propuso que las formas reactivas de oxígeno formadas durante la producción de energía en las células es lo que lleva al daño que causa el envejecimiento. No se ha comprobado, pero hay mucha evidencia que la respalda y es la mejor explicación hasta ahora.

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La evolución da forma a la genética que controla y lidia con todo esto. La selección natural maximiza la productividad de las especies en sus ecologías particulares. En ambientes de alta mortalidad, se requiere una reproducción y crecimiento rápidos, y el envejecimiento es acelerado. Si hay una oportunidad de supervivencia mayor, se sacrifica el crecimiento y reproducción rápidos en pos del mantenimiento del cuerpo, conllevando a un envejecimiento más lento y a una vida reproductiva más extendida. En algunas especies, la hibernación ha evolucionado para dar a un organismo mayor flexibilidad en un entorno cambiante, permitiendo la supervivencia en momentos más lentos para que la reproducción pueda reiniciarse cuando las condiciones mejoren.

En el caso de los lémures enanos de cola gruesa, el ritmo cardiaco baja de 200 a 8 latidos por minuto. Tanto la temperatura como el ritmo metabólico pueden disminuir por hasta tres meses de una sola vez, aunque ellos también puedan entrar en topor, un estado más suave de actividad disminuida. Como predice la Teoría del Ritmo de Vida, esta reducción en el ritmo metabólico es asociada a una vida más larga.

¿Pueden los humanos lograr un estado similar?

Aunque algunas prácticas de yoga permiten una sustancial disminución de la respiración y del ritmo cardíaco, esto sólo puede practicarse por periodos cortos. No hay postura o practica alguna en el yoga que se conozca como “el lémur letárgico.”

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Los buzos que se adentran en profundidades extremas sin equipos, pueden disminuir su ritmo cardiaco como una forma mejorada del “reflejo de buceo”, que es una especie de trance que utilizan a menudo. El aguantar la respiración produce el enfriamiento del cerebro en un grado por minuto. Pero esta forma de control está asociada a casos de ritmos cardíacos anormales y las muertes de buzos que no utilizan equipos (a pulmón) no son poco comunes.

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¿O aguanto el aire? Ben Baker Photography, CC BY-SA

Medicina: el real beneficiario

En 1999, la noruega Anna Bågenholm, de 29 años, sobrevivió 80 minutos en aguas congeladas luego de un accidente de esquí. Se encontraba en un estado de hipotermia extrema, su temperatura, aún después de una hora de viaje hacia el hospital, era de apenas 13,7°C. Aunque hubo lesiones significativas en su cuerpo debido al frío, no hubo ningún daño cerebral aparente. Esto probablemente se debió a que, cuando su corazón se detuvo, su cerebro estaba tan frío que su metabolismo se volvió lo suficientemente lento como para no requerir casi nada de oxígeno. Su corazón se detuvo por al menos tres horas y media, y se cree que su metabolismo disminuyó a sólo el 10% de su ritmo habitual.

El uso de hipotermia terapéutica para el tratamiento de paros cardíacos se ha vuelto más común en Noruega desde que ocurrió este caso. Esta técnica puede reducir la temperatura corporal a 32°C, cinco grados más bajo que la temperatura corporal normal. Pero desacelerar el corazón requiere de temperaturas aún más bajas, y sobrevivir a este tratamiento requeriría un considerable enfriamiento del cerebro y otros órganos que utilizan energía constante.