Por Romina Bevilacqua
27 febrero, 2015

“Los primeros días son difíciles. Casi se siente como si te estuvieras rehabilitando de una adicción a las drogas”, cuenta Andrew que pasó 40 días de abstinencia de dulces. 

*Este artículo fue originalmente escrito por Jordan Gaines Lewis, una joven neurocientífica conocida por sus escritos sobre temas relacionados a la ciencia.

Todos los que me conocen saben que tengo una adicción por lo dulce. Siempre la he tenido. Mi amigo y compañero de clase Andrew tiene la misma adicción, y el hecho de vivir en Hershey, Pennsylvania –la “Capital Mundial del Chocolate”– no nos ayuda mucho.

Pero Andrew es más valiente que yo. El año pasado, inició una cuarentena sin azúcar. No puedo asegurar que seguiré sus pasos este año, pero si durante 40 días te abstienes de comer dulces, esto es lo que puedes esperar:

1. Azúcar: recompensa natural, dosis artificial

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En la neurociencia, la comida es algo que llamamos “gratificación natural”. Para poder sobrevivir como especie, las actividades tales como comer, tener sexo y criar deben ser placenteras para el cerebro para que estos comportamientos se refuercen y se repitan.

La evolución ha dado paso a la “vía mesolímbica”, un sistema del cerebro que descifra estas gratificaciones por nosotros. Cuando hacemos algo placentero, un grupo de neuronas conocido como área tegmental ventral usa el neurotransmisor conocido como dopamina para enviar la señal a una parte del cerebro llamada núcleo accumbens. La conexión entre este núcleo y nuestro lóbulo prefrontal dicta nuestros movimientos motores, tales como decidir si comer o no otro trozo de ese delicioso pastel de chocolate. El lóbulo prefrontal también activa las hormonas que le dicen a nuestro cuerpo: “Oye, este pastel está muy rico. Lo recordaré en el futuro”.

No todos los alimentos son igual de gratificantes, por cierto. La mayoría de nosotros preferimos lo dulce por sobre lo ácido y lo amargo porque, con el tiempo nuestro cerebro ha reafirmado la idea de que las cosas dulces proveen de una saludable fuente de carbohidratos. Cuando nuestros ancestros buscaban frutos, por ejemplo, lo ácido indicaba “no está maduro aún” mientras que lo amargo significaba “¡Alerta! ¡Veneno!”.

La fruta es una cosa, pero las dietas modernas son el producto de años de transformaciones. Hace una década, se estimaba que el estadounidense promedio consumía 22 cucharaditas de azúcar añadida al día, aumentando la dieta en unas 350 calorías. Hace unos meses, un experto sugirió que el británico promedio consumía 238 cucharaditas de azúcar a la semana –34 cucharaditas por día aproximadamente–.

Ahora que las personas están mostrando un mayor interés y cuidado respecto a la alimentación saludable, son más los que notan que es casi imposible toparse con alimentos procesados o preparados que no contengan azúcar añadida, ya sea para darle más sabor, conservación o para ambos. Y de la misma manera en que las drogas secuestran la vía de la gratificación del cerebro y nos hacen dependientes, la evidencia indica que el azúcar es adictivo y provoca exactamente lo mismo en tu cerebro que los cigarrillos, el alcohol y la cocaína hacen al cerebro de un adicto.


2. La adicción al azúcar es real

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“Los primeros días son difíciles”, me dijo Andrew respecto a su aventura sin azúcar el año pasado. “Casi se siente como si te estuvieras rehabilitando de una adicción a las drogas. Me descubrí comiendo muchos carbohidratos para compensar la falta de azúcar”.

Hay cuatro componentes principales de una adicción: “atracón” –de drogas o dulces en este caso–, abstinencia, ansiedad y la “sensibilización cruzada” –la noción de que una sustancia adictiva predispone a alguien a hacerse adicto a algo–. Un experimento común funciona así: las ratas son privadas de alimento por 12 horas al día, entonces se les da 12 horas de acceso a una solución azucarada y alimento regular. Luego de un mes de seguir este procedimiento, las ratas experimentan un comportamiento similar a aquellos adictos a las drogas. Se atracan de la solución azucarada en poco tiempo, demostrando mucho más interés por esta que por su alimento regular. Además muestran signos de ansiedad y depresión durante el periodo de privación.

Al igual que las drogas, el azúcar gatilla la liberación de dopamina en el núcleo accumbens. A largo plazo, el consumo regular de azúcar cambia la expresión génica y la disponibilidad de receptores de dopamina en el lóbulo frontal y mesencéfalo. En resumen, esto significa que un consumo repetido de azúcar a lo largo del tiempo lleva a una señalización de dopamina prolongada, una mayor excitación de las vías de gratificación del cerebro y la necesidad de aún más azúcar para activar todos los receptores de dopamina del mesencéfalo, como antes. El cerebro se vuelve tolerante al azúcar, y por ende se requieren mayores cantidades para lograr el mismo efecto.


3. El síndrome de abstinencia al azúcar también es real

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Aunque estos estudios fueron ejecutados en roedores, no es descabellado afirmar que los mismos procesos primitivos ocurren en el cerebro humano. “Las ansias nunca se fueron, pero quizá era algo psicológico”, me dijo Andrew. “Pero fue más fácil después de la primera semana”.

En un estudio realizado en 2002 por Carlo Colantuoni y sus colegas de la Universidad de Princeton, las ratas sometidas a un protocolo de dependencia al azúcar luego experimentaron el síndrome de abstinencia al azúcar. Este fue facilitado ya sea por la privación de alimento o por el tratamiento con naloxona, una droga utilizada para tratar la adición a los opiáceos. Ambos métodos de tratamiento de la abstinencia conducen a problemas físicos, incluido el castañeteo de dientes, temblores en las patas, y sacudidas de cabeza. El tratamiento con naloxona también demostró que ponía a las ratas más ansiosas, ya que pasaban menos tiempo en lugares elevados que carecían de paredes a ambos lados.

Experimentos de abstinencia similares llevados a cabo por otros científicos también demostraron comportamientos parecidos a una depresión en tareas tales como la prueba de nado forzado. Las ratas que pasaban por el periodo de abstinencia al azúcar mostraban comportamientos más pasivos (como flotar) que activos (como tratar de escapar) al ponerlas en el agua, sugiriendo un sentimiento de desamparo.

Un nuevo estudio publicado por Victor Mangabeira y colegas en Physiology & Behavior informa que la abstinencia al azúcar está también relacionada con el comportamiento impulsivo. Al principio, las ratas eran entrenadas para recibir agua empujando una palanca. Luego del entrenamiento, los animales volvían a sus jaulas y tenían acceso a una solución de azúcar y agua, o sólo agua. Después de 30 días, cuando a las ratas se les dio nuevamente la oportunidad de empujar la palanca para obtener agua, aquellas dependientes de azúcar empujaban la palanca muchas más veces que los animales de control, sugiriendo así un comportamiento impulsivo.

Estos son experimentos extremos, por supuesto. Nosotros los seres humanos no solemos pasar por 12 horas de privación de alimento, así como tampoco nos atiborramos de bebidas y pasteles al final del día. Pero estos estudios en roedores sin duda nos dan una idea de los apuntalamientos neuroquímicos de la dependencia del azúcar, síndrome de abstinencia, y comportamiento.

¿Sigues motivado en hacer una cuarentena sin azúcar? Quizá te preguntes cuánto tardará tu cuerpo en liberarse de las ansias y los efectos colaterales, pero no hay respuesta para ello. Cada persona es diferente y no hay estudios sobre esto en humanos. Pero después de 40 días, está claro que Andrew ya superó la peor parte, incluso  ha revertido algunas de sus alteradas señalizaciones de dopamina. “Recuerdo que cuando comí mi primer alimento azucarado, lo encontré demasiado dulce”, dijo. “Tuve que reconstruir mi tolerancia”.

Y como clientes regulares de una pastelería local en Hershey, les puedo asegurar, mis queridos lectores, que lo ha hecho tal cual.

 Visto en: Gaines on Brains

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