Por Romina Bevilacqua
8 febrero, 2015

“Los científicos practican un tipo de auto negación (…) Se está acumulando la evidencia que le han disminuido el perfil a esta amenaza”. 

*Este artículo fue escrito originalmente por Naomi Oreskes, profesora en la Universidad de Harvard y autora del libro “The Collapse of Western Civilization: A View From the Future” (El colapso de la civilización Occidental: Una vista desde el futuro).

Se suele acusar a los científicos de exagerar la amenaza que presenta el cambio climático, pero progresivamente se está haciendo más claro que ellos incluso deberían ser más enfáticos sobre los riesgos que este presenta. El año que acaba de terminar ya fue declarado como el año más caluroso que se ha registrado y, alrededor del mundo, el cambio climático está ocurriendo con mayor rapidez que lo que los científicos habían predicho.

La ciencia es conservadora y cada nueva declaración es recepcionada con el más alto nivel de escepticismo. Cuando Copérnico declaró que la Tierra orbitaba alrededor del sol, cuando Wegener dijo que los continentes se deslizaban y cuando Darwin declaró que las especies evolucionaba mediante la selección natural, se les impuso el peso de mostrar las evidencias para comprobar que ello era realmente como lo decían. En los siglos XVIII y XIX, este tipo de conservadurismo se expresó de manera que se exigían grandes cantidades de evidencia y, en el siglo XIX, ello tomó la forma de la exigencia de las estadísticas significativas.

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Todos hemos escuchado el eslogan “la correlación no es causal”, pero es una manera engañosa de pensar sobre este asunto. De manera típica, los científicos aplicarían un intervalo de confianza del 95%, lo cual significa que aceptarán una declaración causal sólo si pueden demostrar que las posibilidades de que esa relación ocurra por casualidad no sean más de una en 20. Pero, esto también significa que, si existe una posibilidad un poco mayor al 5% que ese evento haya ocurrido por casualidad, entonces los científicos rechazarán esa declaración causal. No es como apostar en la Vegas, incluso a pesar que tienes casi un 95% de posibilidades de ganar.

¿De dónde sacaron este estándar tan severo? El intervalo de confianza del 95% se le atribuye generalmente al estadístico británico R.A. Fisher, quien se interesó sobre el problema de cómo estar seguro que el efecto observado de un experimento no es sólo el resultado de la casualidad. No obstante, este intervalo de 95% no está basado en la naturaleza. Sino que es una convención, un juicio de valor. El valor que este refleja dice que, el peor error que un científico puede cometer es pensar que un efecto es real cuando no lo es. Sin embargo, esto significa que la ciencia puede caer con facilidad en el ser muy conservador e ignorar las causas y efectos que realmente se encuentran allí.

El miedo al error número uno requiere que nos hagamos los tontos, en efecto, requiere que empecemos de cero y actuemos como si no supiésemos nada. Eso tiene sentido cuando realmente no sabemos lo que está pasando, tal como en las fases tempranas de una investigación científica. También tiene sentido en una corte de ley, donde presumimos ser inocentes para protegernos de la tiranía del gobierno y de fiscales fanáticos; pero, sin duda que existen fiscales que argumentarían para conseguir un estándar más bajo para proteger a la sociedad del crimen.

Al ser aplicado a peligros medioambientales, el miedo a ser crédulos nos puede conducir a subestimar las amenazas. Pone a la víctima bajo el peso de la necesidad de proporcionar evidencia, en lugar de, por ejemplo, en el fabricante del producto dañino. La consecuencia es que podríamos fracasar en proteger a las personas que están siendo heridas.

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Y, ¿qué pasa si no somos tontos? ¿Qué pasa si tenemos evidencia para sostener una relación causa-efecto? En lo que concierne al cambio climático, no somos para nada tontos. Sabemos que el dióxido de carbono es un gas de invernadero, sabemos que su concentración en la atmósfera ha aumentado en aproximadamente un 40% desde la revolución industrial y también conocemos el mecanismo mediante el cual calienta al planeta.

¿Por qué los científicos no escogen un estándar que es apropiado para el caso tratado, en lugar de adherirse a uno absolutista? La respuesta se puede encontrar en un lugar bastante sorprendente: la historia de la ciencia en relación a la religión. El intervalo del 95% de confianza refleja una larga tradición en la historia de la ciencia que valora el escepticismo como un antídoto para la fe religiosa.

Incluso cuando los científicos rechazaron conscientemente la religión como la base de nuestro conocimiento natural, se adhirieron a algunas presuposiciones culturales sobre el tipo de persona que tiene acceso al conocimiento confiable. Una de estas presuposiciones involucra el valor de las prácticas ascéticas. En la actualidad, los científicos no viven sus vidas como si estuvieran dentro de un monasterio, pero sí practican un tipo de auto negación, al negarse a ellos mismos el derecho a creer en cualquier cosa que no haya pasado por obstáculos intelectuales muy complejos.

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Además, al mismo tiempo que niega su relación con la religión moderna, la ciencia moderna conserva vestigios simbólicos de la tradición profética, razón por la que tantos científicos hacen lo imposible para escapar este tipo de asociaciones. La gran parte de los científicos no habla en público y aquellos que lo hacen, suelen hablar con una terminología en extremo cautelosa y restringida. Generalmente se niegan a utilizar el lenguaje del peligro, incluso cuando el peligro es justamente de lo que están hablando.

Hace años, los científicos que investigan el clima declararon que un aumento de 2°C, o 3,6 Fahrenheit, era el límite o el umbral “seguro” de calentamiento de la temperatura del planeta a largo plazo. En el presente estamos viendo efectos peligrosos en todo el planeta, sólo al acercarnos al aumento de temperatura de un grado Celsius. Se está acumulando la evidencia que los científicos le han disminuido el perfil a esta amenaza. Tal vez esta sea otra razón, en conjunto a nuestra política polarizada y el efecto del cabildeo político en materia de combustibles fósiles, por la que hemos reaccionado pasivamente ante la peligrosa realidad del cambio climático, la cual ahora se despliega ante nuestras miradas.

Visto en: NYTimes