Por Romina Bevilacqua
10 enero, 2015

*Este artículo fue originalmente escrito por Nicole Baffa a partir de su experiencia de cinco días en Colombia, donde visitó a las mujeres de la villa. 

El mes pasado, tiré mis cosas por un aeropuerto colombiano, me subí a una camioneta negra, y me dirigí hacia un polvoriento y maltrecho camino para pasar cinco días con las mujeres de una villa ecológica llamada Nashira. Cuando entré a la comunidad, fui escoltada por un sendero de jardín bordeado con arbustos recién cuidados y entradas llenas de niños y abuelas. Más adentro en la villa, habían cocinas solares, grandes baños de compostaje y un parque para los niños. Pequeños cultivos crecían entre las casas, incluyendo semillas de chía, cebollas verdes y pimentones, y un gran estanque de tilapias se encontraba al borde.

Nashira, una villa ecológica única en la ciudad de Palmira, fue creada en el 2003 por la Asociación de Mujeres Jefas del Hogar, una organización formada en 1995 para crear soluciones de trabajo para las madres solteras. La asociación comenzó proveyendo a mujeres con trabajos haciendo papel, pero rápidamente se dio cuenta de que existía un dilema común, más grande entre sus miembros femeninos: Las mujeres no podían pagar el precio de una casa.

De acuerdo a la revista Forbes, las mujeres en Colombia “representan un porcentaje desproporcionado de la pobreza en el país, un fenómeno comúnmente denominado como la ‘Feminización de la Pobreza’” y casi un 35% de los niños hasta 14 años viven en familias de padres solteros. A pesar de que en el tiempo en que Nashira fue creada el gobierno ofrecía hogares para madres con bajos ingresos, requería un depósito del 10% del valor del hogar, y no ofrecía ninguna ayuda adicional con el cuidado de los niños, o el trabajo. Las mujeres trabajan en grupos de ocho en un número de pequeños negocios, incluyendo el cultivo de la fruta local, el noni. Las construcciones en la villa también muestran sus trabajos de arte.

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Así que Ángela Dolmetsh, la directora de la asociación, decidió buscar un pedazo de tierra en el cual construir hogares para las madres solteras que la asociación empleaba. La idea central era crear un lugar en donde las mujeres pudieran vivir y trabajar, permitiéndoles criar a sus familias mientras se mantenían por sí solas financieramente. Con una donación personal de Dolmetsh, se pudo establecer en el área de Palmira, unos 20 minutos más allá de la ciudad de Cali, y posteriormente recibió dinero del gobierno y comenzó a construir hogares por $9.000 cada unidad. Los primeros cuatro hogares fueron construidos en el 2008, y las mujeres que se mudaron ahí fueron inscritas en clases sobre reciclaje, compost, creación de papel y agricultura sustentable.

Hoy, la villa se compone de 88 madres solteras viviendo en una comunidad de más de 400 personas. Cada mujer y cada miembro de las familias en Nashira dona una cierta cantidad de horas al proceso de construcción, supervisados por un contratista principal. Mi madre anfitriona, María Yibi Polania, construyó la escalera en su hogar hace 10 años.

La mayoría de las casas en el terreno son simples: Hay una pequeña sala de estar, un baño, una cocina y un dormitorio hacia el lado, y algunas casas tienen un dormitorio adicional subiendo las escaleras. Mi familia anfitriona me llevó al dormitorio del segundo piso y orgullosamente me mostraron los azulejos de cerámica en mosaico diseñados y construidos a lo largo de la escalera. Arriba, podría escuchar los sonidos de las actividades de la villa por fuera de la ventana: gallinas chillando, el tintineo de la estación de reciclaje y las conversaciones de las mujeres trabajando en la cocina y el restaurant de la villa.

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La villa prospera con sus pequeños negocios, manejados por las mujeres, incluyendo la creación de papel, la cosecha de tilapia, el reciclaje, una tienda económica comunitaria y el crecimiento de semillas de chía y la fruta local, el noni. Todas las mujeres están involucradas con un colectivo particular, en general en grupos de ocho, algunas venden a compradores exteriores, mientras que otras proveen sólo para la comunidad.  El modelo comunitario de Nashira ha ganado un creciente nivel de interés e inversiones internacionales a lo largo de los años: gobiernos extranjeros y compañías privadas han entregado subvenciones, incluyendo a la embajada británica de operaciones de cerámica y la O.N.U. de Hábitat para los parques infantiles.

Durante mi semana de estadía, conocí a tres visitantes que estaban interesados en asociarse con las pequeñas empresas de Nashira. Uno estaba evaluando el producto orgánico de la tierra para un supermercado local, otro era un hombre de negocios danés interesado en exportar chía de la comunidad, el tercero era un colombiano australiano quien vino a discutir el uso del papel hecho por la comunidad como parte de una estrategia de marketing para la venta de una línea de joyería.

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Nuevos locales han evolucionado desde el origen de Nashira: Olga Lucia Caycedo, la dueña de un restaurante local El Kioskon de Rozo fue una de las primeras mujeres que le enseñó a las residentes de Nashira cómo cocinar en un restaurante. En mi último día en la villa Else Martínez, la coordinadora interna de la villa, me llevó a visitar el hogar de Hilda Delgado, una de los primeras mujeres miembros de Nashira. Caminé a través de su entrada, la cual ella construyó con su familia a la edad de 63.

Delgado es parte del proyecto de cosecha de tilapia para la comunidad. Antes de llegar a Nashira, ella y su hija trabajaban como asistentes de casa, aceptando cada trabajo que pudieran en casas de otros. Ella me dijo que su familia de seis completa, incluyendo sus hijos y nietos, vivían en una sola habitación antes de llegar a Nashira. ¿El aspecto más difícil de su antiguo hogar? “Lavar toda la ropa”, me contestó con una risa exhausta. Nashira proveyó lo que Hilda considera “una nueva vida” para su familia. Este mes (diciembre de 2014) 39 nuevos hogares deberían completarse, y la comunidad está ansiosa por darle la bienvenida a más madres solteras.

Martínez, quién vive y trabaja aquí con su pequeño hijo, me explicó que estos colectivos no se tratan sólo de negocios, sino que más que nada de crear una familia de mujeres que se protegen mutuamente. Cada mujer ha aprendido una valiosa lección aquí. “Aprendí que yo era importante”, me dijo. “Tenía algo que ofrecer como mujer”.

Visto en:  Take Part