Por Daniela Bustos
19 febrero, 2015

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No se necesita mucho dinero, pero sí muchas ganas de ver el mundo, perseverancia y creatividad.

Siempre quise viajar, pero nunca pude hacerlo. Soy hija única de madre soltera y, si bien no somos pobres, nunca pudimos pagar un pasaje para que ambas nos pudiésemos escapar a un destino paradisíaco. Pero eso no impidió que mi pasión por los viajes disminuyera. De hecho, hizo todo lo contrario.

Solía soñar despierta con distintas culturas, rincones escondidos y lenguas que no conocía. Por lo tanto, decidí que al terminar mis estudios tenía que conocer lo que no podía sacudir de mi mente. Empecé a averiguar cómo viajar con poco dinero y qué precauciones debía tomar recorriendo el mundo solo con mi mochila como acompañante. Así llegué a la Visa de trabajos esporádicos Working Holiday, la cual te permite juntar dinero al mismo tiempo que viajas (si bien no todos los países tienen la posibilidad de optar a ella, la mayoría de las veces se puede laborar durante tu estadía en el extranjero).

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Con mucho esfuerzo, junté la suma necesaria para pagar mi pasaje, para el tiempo que me iba a tomar encontrar trabajo (US$ 2 mil) y para los papeles que me exigía la Working Holiday. Armé mi mochila y tomé mi vuelo con destino a Australia, donde decidí usar todo el año que me permitía la visa para recorrer ese país y ahorrar para ir al Sudeste Asiático.

En la tierra de los canguros viví 4 meses en Sydney, 2 en Brisbane y 6 en Byron Bay. Trabajé en todas esas ciudades en distintas cosas, fui mesera, mucama de un hostal, babysitter, limpié casas y vendí helados en el estadio. Pero al ser turnos de no más de 6 horas, también iba a la playa con mis amigos, salía de fiesta y conocía lugares distintos los fines de semana. Siempre tuve tiempo libre.

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No sabría decir cuánto dinero junté en total gracias a esos empleos, pero esa suma me permitió viajar durante 3 meses: recorrí la costa este de Australia, realicé una aventura en jeep durante 3 días en Fraser Island y estuve en un yate navegando en Whitsundays; viajé a conocer la extraña cultura de Japón donde me perdí en Tokio, vi los impresionantes templos en Kyoto y jugué con bambis en Nara; gocé en las islas del sur de Tailandia, bailé en la Full Moon Party, me perdí en los pueblos de las colinas del norte y me subí a elefantes en Chiang Mai; disfruté en los verdes paisajes de Laos donde vi las cataratas más hermosas de mi vida y navegué durante dos días en el Mekong River; finalmente, fui a ver la locura de las motocicletas a Vietnam y conocí la surreal Halong Bay.

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No fue fácil. La mayoría del tiempo no me alimenté bien, dormí en lugares muy feos y anduve en buses donde pensé que iba a morir en todo momento. Pero ahorrar para cumplir mi sueño fue una de las mejores cosas que he hecho en mi vida. No se necesita mucho dinero para viajar, sólo demasiadas ganas de ver el mundo, perseverancia para sobrevivir a las situaciones adversas y creatividad para sacar lo mejor de cada situación.