Por Catalina Vásquez
13 febrero, 2015

La selva, los paseos en elefante y poder compartirlo con mis mejores amigas, hizo de este lugar uno de mis favoritos.  vPZQk1wQUvn0wzpVYxgX6JilHL1ZDF3nBSYMKf-V8XQ

Tuve la suerte de viajar al sudeste asiático con dos de mis mejores amigas. El viaje partió en Bangkok, la escandalosa capital de Tailandia donde comenzamos a descubrir esta cultura tan distinta a la nuestra. Templos donde, a pesar del calor infernal, es obligación taparse los hombros y piernas en señal de respeto. Calles atestadas de comercio, insistentes vendedores con una gran sonrisa, frutas exóticas, tuc-tucs tocando la bocina y deliciosa gastronomía, que con los días se fue ganando el primer puesto, con respecto a lo que he probado en mis 25 años de vida.

Bangkok fue genial y el resto del viaje, incluyendo Vietnam, Camboya, Indonesia, entre otros, fue algo que no se borrará de mi memoria nunca. Sin embargo, si tuviese que decidir, creo que la ciudad que vino a continuación, fue mi favorita.

Chiang Mai

Al ser tres mochileras con un bajo presupuesto, partimos a este inolvidable destino en un bus de mala muerte. Basta resumir que el aire acondicionado estaba malo y que tuve que pasar toda la noche tapando con una bolsa plástica el agujero por donde caían goterones que me llegaban directamente a la cabeza. Cuando al fin se hizo de día, nos bajamos en Chiang Mai, la ciudad más grande y cultural del norte de Tailandia.

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Conseguimos un hostal, dejamos nuestro equipaje y salimos a conocer la ciudad y tomar el tan merecido desayuno. Nos llevamos la primera sorpresa al encontrar un pequeño restorán donde servían un yogurt con frutas y granola realmente delicioso. El resto del día lo usamos para recorrer las angostas calle, por donde merodean monjes que se reconocen a más de 100 metros por sus túnicas color naranjo. Los templos son majestuosos y hay uno en cada cuadra. En algunos se estaban realizando ceremonias muy llamativas y otros parecían desiertos y se empezaban a camuflar con la vegetación que se expandía.

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Thai boxing

Esa misma noche, aprovechamos de conocer más de una costumbre local de la que nos habían hablado, el Muay Thai o mejor conocido como Thai boxing. Los combos y patadas se dan sin miedo en ese ring de pelea. Todo está permitido y los noqueos son muy comunes. Lo que más me llamó la atención, fue el baile previo, lo que deduje, es una especie de homenaje a Buda para obtener la victoria.

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Aventura por la selva

A la mañana siguiente empezó una aventura salvaje. Nos subimos a un tuc-tuc con un grupo de europeos y nos adentramos en la selva. La primera parada fue un vivero de orquídeas que parecía sacado de un sueño. Todos los colores del arcoíris y mariposas gigantes posándose sobre nosotras.

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Campamentos de elefantes

Después de unos viscosos pero sabrosos noodles y una caminata por la selva que nos dejó realmente agotadas, llegamos a un campamento de elefantes donde pasaríamos la noche. En menos tiempo del que nos hubiésemos esperado, estábamos montando un enorme y adorable elefante asiático por la selva. Es una experiencia que nunca olvidaré, pero lo que vino a continuación fue aun mejor. ¡Bañarlos!

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Se hizo de noche, el cielo nos deleitaba con miles de estrellas y nosotras cantamos y conversamos alrededor de una fogata. Cuando el fuego se estaba apagando, nos fuimos a acostar a nuestra rústica casita de la selva, dónde sólo nos protegía una malla de los temibles mosquitos, ya que las paredes tenían unas ranuras tan grandes, cómo para ver hacia fuera.

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Tiger Kingdom

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Después de la experiencia de dormir con los elefantes, paseamos por el río Mekong, uno de los más grandes del mundo, sobre una canoa de bamboo y nos tiramos por un tobogán de piedra natural a unas deliciosas posas. A pesar de todo esto, la última parada de nuestro recorrido por la adorada Chiang Mai no podía ser menor, y así, llegamos al Tiger Kingdom. Un pequeño refugio de tigres, dónde tienes la posibilidad de ser osado y acercarte a tocarlos. Yo me puse mi vestido favorito y me sentía una verdadera tigresa posando para la cámara, pero como no todo podía ser perfecto, el macho alfa con el que me estaba fotografiando, decidió marcar territorio sobre mí vestido con un chorro de orina. ¡Así de insólito!, ahora soy propiedad de un tigre de Tailandia.

Insisto. Lo que vino a continuación en nuestro viaje fue emocionante, inigualable y lleno de sorpresas, pero de todas formas, nuestra parada en Chiang Mai, siempre será mi favorita.