Por Teresa Donoso
30 septiembre, 2014

Esta es una carta escrita por Kerry Rossow, como madre hacia su hijo.

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Querido hijo mío de 12 años,

Es mi labor reconocer “momentos educativos” en tu vida. A veces, pierdo la oportunidad. Hoy, lo logré.

La próxima vez que consideres poner tus ojos en blanco y hablarle de forma atrevida a la madre que te llevó dentro de ella por nueve meses y que pujó tu cuerpo de 5,3 kg, recuerda esto:

Recuerda que te amo.

Recuerda que he tomado tu mano mientras el doctor te cosía la herida.

Recuerda que te he animado en 8.932 eventos deportivos.

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Recuerda que te leí Buenas Noches, Luna 46 veces…cada día durante seis meses.

Recuerda que pretendí no darme cuenta cuando le diste tus coles de bruselas al perro.

Recuerda el día en que todos celebramos salvajemente cuando aprendiste a andar en bicicleta. Ten presente que cuando la Señora McJudgerson nos hizo callar por arruinar la tranquilidad de su club de lectura, y mientras se alejaba caminando – le mostré el dedo del medio.

Recuerda este día.

Hoy – pusiste tanto empeño en poner tus ojos en blanco que casi se te salieron de la cabeza y tu tono de voz fue incluso peor que las palabras que dijiste. Hoy, reconocí el mismo tono “duh” que tenía mi propia voz adolescente.

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Quedé tan perpleja con tu comportamiento que, por primera vez, me quedé sin palabras.

Tenías amigos en el auto y recé por saber qué hacer.

¿Debería lidiar con esto frente a sus amigos o esperar a que estemos solos?

Por favor, no me dejes matar a mi hijo frente a sus amigos.

Mientras rezaba para obtener respuestas, recibí una señal.

La canción “I Want to Know What Love Is” (“Quiero Saber Que Es el Amor”) de los Foreigner sonó en la radio.

Subí todo el volumen, tanto como podía soportarlo, y comencé a cantar. Canté más y más fuerte.

Me meneé en mi asiento. Canté mal las letras. Te mostré a ti y a tus amigos mis increíbles pasos de baile.

Pretendí no darme cuenta de tu cara horrorizada. Alce mis manos en el aire y canté “Debo tomar un poco de baba. ¡Baba para hacer que todo sea más asqueroso!”

Mientras te dejaba a ti y a tus amigos, te hice acercarte a mi ventana. Sonreí con mi sonrisa mas grande, te guiñé un ojo y dije: “No vuelvas a hablarme así.”

Desearía que hubieses podido conocer a tu tátara-abuela. Ella tenía muchos dichos sureños que aún juegan en mi cabeza. Hoy la escuché decir: “Eso arreglará tu pequeño furgón rojo.”

Así que… ¿qué aprendiste hoy? Nunca subestimes a tu madre. Nunca seas atrevido con tu madre. Y nunca le pongas los ojos en blanco a tu madre – especialmente en frente de tus amigos.

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